lunes, 1 de marzo de 2010

Capítulo 12


-Al paso que vamos no me extrañaría nada que las paredes fueran de cartón.-refunfuñé.

Tras unos minutos, la diminuta mujer reapareció.

-Lo lamento mucho.-dijo disgustada.-pero sólo tenemos disponible una habitación.

-No importa.-se apresuró a contestar Michael.-Nos la quedamos.

Le miré sin poder articular palabra, muda de asombro.

-Perfecto.-contestó la mujer.-aquí tenéis la llave. Ah, y por cierto,- añadió mientras me entregaba un tubo con forma cilíndrica. Lo examiné para ver qué era: insecticida.

-Es para las cucarachas.-se explicó.

Me estremecí. ¿cucarachas? Miré a Michael suplicante, rogándole que por favor nos fuéramos, pero él se acercó al mostrador, sonriente, y cogió la llave.

-Que disfruten de su estancia.-se despidió la recepcionista.

Comenzamos a subir las escaleras, viejas y destartaladas lentamente. Crujían de un modo estridente, por muy despacio que lo hiciéramos. Cuando llegamos a la habitación, (¿ he mencionado ya que se encontraba en el último piso? Michael se dio la vuelta, observándome en silencio

-Cámbiame esa cara anda-me pidió con una sonrisa.

-Puede que a ti esto te apasione, pero créeme que ODIO las cucarachas.

-En ese caso no te pondré una debajo de la almohada cuando duermas- bromeó mientras introducía la llave.- ¿No puedes hacer el esfuerzo, aunque sea…por mí?

Se me acercó unos cuantos centímetros, demasiados. Tenía su rostro a escasos milímetros del mío, tan cerca que podía notar su cálida respiración. Luego, esbozo mi sonrisa favorita. (es cierto que todas sus sonrisas me encantan, pero aquella en especial, porque en él reaparecían los gestos y la inocencia de la infancia). Pestañeé, totalmente aturdida. ¿cómo negarme? Habría accedido a dormir en sitios muchos peores si él me hubiera acompañado. Suspiré, y él ensanchó aún más su sonrisa, sabía que había ganado.

-Está bien- desistí.- Pero no quiero cucarachas debajo de la almohada.

Soltó una carcajada.

-Bueno, eso ya lo veremos.

Acto seguido giró la llave, pero la puerta estaba atascada (cómo no), y tuvo que pegarle una pequeña patada para que se abriera.

Me llevé una grata sorpresa en comparación con lo que había visto anteriormente. La estancia estaba pintada de un suave color verde, en el techo se apreciaban unas pequeñas vigas de madera, que otorgaban a la habitación un aspecto muy rústico. La cama era grande (no tanto como la de Neverland) y estaba cubierta por un edredón blanco. En una esquina se encontraba una pequeña mesilla, y sobre ella se situaba un televisor, con las antenas rotas, lo cual no me extrañó. Dejé las maletas en la cama y fui directa al baño, rezando en silencio para no encontrarme ningún bicho en la ducha o en el lavabo.

El baño sin duda era la parte menos cuidada de la habitación, pero al menos los sanitarios parecían encontrarse en perfectas condiciones, si no contábamos las innumerables goteras. Salí de allí y me tumbé en la cama, sorprendentemente mullida. Michael me miró expectante.

-¿Y bien?-preguntó.

-Mmmm, teniendo en cuenta como estaba la parte de la recepción y su aspecto externo, la verdad es que no está nada mal. ¿y a ti? ¿te gusta?

-Más que cualquier otro sitio en el que haya estado anteriormente.

Se tumbó a mi lado y nos quedamos mirando al techo, en silencio, inmersos en nuestros pensamientos. Yo, una vez más, sin poder creerme lo que estaba pasando. Y él, seguramente, disfrutando de todo aquello. Hubo un momento en el que su mano buscó la mía, y yo se la ofrecí, sin pararme a pensar en mis actos. Para mí, ese gesto se había convertido en algo de lo más normal, porque sabía que no había ningún tipo de trasfondo. Éramos 2 personas que se habían conocido, y que poco a poco habían adquirido confianza el uno en el otro. Éramos dos personas que se sentían niños de nuevo…éramos, sencillamente, dos amigos. No sé cuánto tiempo nos pasamos en esa postura, sin hablar. Quizás fueron horas. Finalmente me levanté a encender la luz, pues ya había oscurecido y siempre me había dado algo de miedo la oscuridad. Y fue al ir a volver a la cama cuando lo vi: a mis pies, una cucaracha fea y enorme daba pequeños paseos de un lado a otro. Grité muy alto, sin importarme lo más mínimo las otras personas que se hospedaban en el hostal, y de un salto que jamás creí que habría sido capaz de ejecutar, salté a la cama, agarrándome a Michael.

-¿Qué pasa?-preguntó desternillándose de risa.

-Cucaracha- contesté mientras fulminaba al insecto con la mirada.

Él se echó a reír con más fuerza que antes, y lanzando un pequeño suspiro, se levantó de la cama, se agachó, y cogió al bicho con la mano. Hizo ademán de lanzármelo.

-Ni se te ocurra.-dije mientras abría la cama de un tirón, me metía dentro y me tapaba hasta las orejas.- Mátalo. Ya.

-¡No!.-exclamó triste.- es una criatura de Dios, y no la voy a matar.

-Estupendo. ¿Por qué no la adiestras? Y métela en la cama para que duerma contigo. Ah, y arrópala, no vaya a ser que coja frío.

-No seas mala.

Oí como abría la ventana de la habitación, y luego la cerraba.

-Ya está. ¿Ves? No pasa nada- susurró mientras se introducía en la cama, a mi lado.

-Seguro.- contesté mientras bostezaba ruidosamente.

-Anda duerme un poco, ha sido un día muy largo.

No le respondí. Rodé a un lado y apoyé mi cabeza en su pecho. (había descubierto que dormía mejor ahí que en la mejor cama del mundo). Le oí reírse suavemente y me rodeó con sus brazos. Comenzó a tararearme “Liberian Girl” y en cuestión de minutos, sucumbí al sueño.

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