jueves, 15 de julio de 2010

Capítulo 64.


Actualmente, daría todo lo posible por volver a ver la cara de Lisa cuando Michael le dedicó aquellas palabras.
En ese momento, sin embargo, no sé cual de las dos se sorprendió más; si ella, o yo. Mi oponente no tardó demasiado tiempo en recomponer su expresión. Frunció los labios y entrecerró los ojos.

-Muy bien-dijo con frialdad-en ese caso me iré.

Miré a Michael intentando preveer su reacción, pero únicamente se limitó a asentir con la cabeza y a pronunciar una frase carente de emoción:

-Le diré al chófer que lleve de vuelta las maletas a tu casa.

Ella no respondió. Pasó por mi lado sin pronunciar palabra. La tensión en el ambiente era casi palpable. No encontré el valor para seguirla con la mirada, por lo que clavé la vista en el suelo, a la espera de que se marchara. Tras unos minutos...

-Ya se ha marchado-murmuró Michael.

Y casi en el momento, me sepultó en un abrazo en el que prácticamente me dejó sin respiración. Respondí agradecida a esa muestra de afecto, pues llevaba mucho tiempo ansiándola. No importaba cuánto tiempo transcurriera, siempre me encantaba la sensación de estar entre sus brazos, de sentirme segura, de escuchar los latidos de su corazón. Tras unos minutos, me separé de él, y le contemplé sonriente. Aunque claro está, mi sonrisa no fue nada en comparación a la suya, capaz de eclipsar al mismísimo sol.

-De vuelta en Neverland.

-No-me corrigió-de vuelta en casa.

Me ofreció su mano, y yo la cogí sin pensarlo si quiera, sonriendo con ganas. Las siguientes horas paseando por los prados de Neverland no fueron mágicas, ni preciosas...fueron necesarias. Porque necesitábamos desde hacía mucho tiempo estar él y yo, sin nadie alrededor. Yo necesitaba volver a sentir a MI Michael, sentir que nada había cambiado. Conversamos de mil cosas, y de ninguna a la vez. Bromeámos, nos peleamos, y siempre nos perdonábamos entre cosquillas y dulces miradas. Aquello era lo que siempre había soñado, desde el primer momento. Cuando decidimos volver, ya estaba empezando a hacer calor, por lo que aligeramos el paso. Me detuve a unos metros de la casa, y miré a mi alrededor. Michael se paró unos pasos por delante de mí, observándome con curiosidad.

-¿Qué ocurre?

-Recuerdo este lugar- comenté divertida.

Él permaneció en silencio, y luego esbozó una sonrisa torcida.

-Sí, yo también. Aquí fue donde me estampaste aquel globo de agua, verdad?

Dejé escapar una carcajada.

-¡Sí...!

-Ahora que lo pienso-susurró él mientras se acercaba a una caja que se encontraba a unos 10 metros de nosotros-nunca tuve mi justa revancha.

-¿Te pareció poca revancha cuando me tiraste al suelo y...?

-Eh, de eso nada- me interrumpió-te caíste tu sola...

-Mentiroso...

Mucho antes de que pudiese darme cuenta, Michael sacó una pistola de agua y me apuntó con ella.

-Michael, ni se te ocurra-le advertí.

Él comenzó a reírse, lo que provocó que me quedara mirándole embobada, y justo en ese momento un chorro de agua me empapó toda la cara.
Me quedé sin reaccionar un par de segundos, mientras escuchaba como Michael se desternillaba de risa. Me sequé el rostro con la manga de mi camiseta y le taladré con la mirada.

-Muy bien. Tú lo has querido.

Michael echó a correr, y yo le seguí como buenamente pude, teniendo en cuenta que mis condiciones físicas eran mucho más pésimas que las suyas. Y evidentemente, y como no podía ser de otra forma, me caí a los cincuenta metros. Intenté ignorar sus carcajadas mientras me levantaba y me sacudía la hierba con toda la dignidad posible. Comencé a caminar sin saber muy bien a dónde me dirigía.

-¿A dónde vas?-le oí preguntar.

-A casa, ya que me has puesto perdida.

-Pero si no es por ahí...

Me giré, para soltarle una contestación ingeniosa, y al verle de repente tan cerca de mí la frase se quedó estancada en la garganta. Puse mis manos en su pecho par apartarle, pero él las sujetó con firmeza. Podía sentir el latir frenético de su corazón, el calor que irradiaba su cuerpo. Le miré a los ojos, y perdí todo atisbo de orgullo y dignidad. Me contempló con dulzura, y como si hubiese adivinado mis pensamientos, me rodeó de nuevo con sus brazos, fundiendo nuestras figuras en un cálido abrazo.

-Cuánto te he echado de menos-susurró cerca de mi oído.

Sonreí y volví a mirarle, y por primera vez en mucho tiempo, vi el reflejo del fuego en sus ojos. ¿Si le besé? Podría haberlo hecho, por supuesto.
Pero algo me decía, que aquel no era el momento, que habría otro más indicado para ello.

Y estaba en lo cierto.

viernes, 9 de julio de 2010

Capítulo 63.


Después de aquello, Michael no me dejó si quiera acercarme al hospital. "Déjame a mí encargarme de todo", había dicho.

No teníamos tiempo, así que a Michael no le quedó más remedió que coger su coche particular. No pude evitar reírme cuando le ví sentado en el asiento del conductor, frunciendo el ceño de pura concentración.

- El Rey del Pop no sabe conducir- me burlé.

Me fulminó con la mirada.

-Sí que sé, lo que pasa es que llevo varios meses sin coger ningún coche.

-Bla, bla, bla...

Antes de darme cuenta, ya tenía a Michael sobre mí, haciéndome cosquillas.

-¡Michael!¡paraaa! -grité entre risas espasmódicas.

Se separó de mí y me miró con aire de autosuficiencia.

- Ya verás como la próxima vez te lo pensarás dos veces antes de burlarte del Rey del Pop.

Se me ocurrió un comentario ingenioso, pero me mordí la lengua. Aunque necesitara más que nada reírme, aquel no era el momento, y tampoco disponíamos de tiempo.
Tras varios minutos de intentos, Michael consiguió arrancar el coche.
Tuve que reconocer que una vez en autopista, tenía un total dominio sobre la carretera. No iba demasiado deprisa, estaba atento a todas las señales, el tráfico...
Paramos frente a mi casa. Salí del coche y me apoyé en la ventanilla para despedirme de él.

-No creo que me lleve mucho tiempo arreglar las cosas. ¿En un par de horas tendrás todo preparado?

-Sí

-Pero Isa...-continuó- Hay algo que no entiendo. ¿De veras no quieres ir al entierro?

Asentí con la cabeza.

-Completamente. Mike, prefiero tener presente a mi amigo como yo le recuerdo, lleno de vida, sonriendo, haciendo bromas...esa es la imagen que quiero que perdure. No la de su ataúd.

Caviló unos instantes.

-Está bien.

-Pídele perdón a Judith de mi parte por no poder estar.

-Estoy seguro de que te comprenderá.

-Y Michael...

-¿Sí?

-Dale esto para que se lo pongan a James.

Me recogí el pelo con una mano, y con la otra, desabroché la cadena de un collar que llevaba desde hacía 4 años...el mismo que me regaló James el día de mi cumpleaños. Michael extendió el brazo y lo deposité en su mano. Sonrió casi de un modo imperceptible, y después arrancó el coche, perdiéndose entre la lluvia.

Entré en el apartamento inmersa en mis pensamientos. En ese momento, me embargaban una contradicción de sentimientos. Por un lado, me inundaba una tristeza inmesurable por la pérdida de mi mejor amigo. Pero por el otro, la mayor de las esperanzas, al ver que Michael y yo, aunque fuera poco a poco, volvíamos a ser los de antes. Entré en mi dormitorio. Mi vista se fijó en un CD arrojado sobre la cama. Lo observé con curiosidad: Dangerous.
Sonreí. ¿Cuál era el mejor remedio para aleja la tristeza? Música. SU música. Siempre había sido así. Puse el equipo de música y seleccioné el reproductor aleatorio. La fuerza de "Keep The Faith" resonó por toda la habitación. ¿Coincidencia? No lo creí. No había ningún mensaje más claro que el que contenía esa canción.

No tardé en prepararme la maleta, así como tampoco tardo Michael mucho tiempo en llegar. Al cabo de una hora, llamó a la puerta. Arrastré con dificultad la maleta hasta la entrada. Abrí la puerta de un tirón, con una ansiedad que estaba olvidada en mi interior. Y allí estaba él, mi milagro personal, mi ángel, sonriendo como sólo él sabía hacerlo.

El viaje transcurrió en silencio, pues ambos estábamos nerviosos ante la expectativas de volver a vivir juntos, como antaño. Pero claro...no todo iba a ser tan sencillo. Al llegar a Neverland y bajar del coche, visualicé a Lisa a unos 50 metros, cruzada de brazos. Al verme, caminó hacia mí con rapidez. Michael previó sus movimienos y se colocó delante de mí.

-¿Qué hace ella aquí? -preguntó Lisa.

-Viene a quedarse una temporada- contestó Michael con una seriedad y un aplomó que me dejó boquiabierta.

Ella me observó despectivamente.

-Pues... no se puede quedar. Te recuerdo que estamos casados y que las decisiones las tenemos que tomar entre los dos.

-Me parece perfecto, Lisa. Pero te recuerdo una cosa: Esta es MI casa. Y sí, puede que tú seas mi esposa, pero ella es mi amiga. Así que si no te gusta puedes irte...

-Michael...-interrumpí con un hilo de voz- no es necesario, de verdad. Puedo irme...

-No- dijó con decisión.

Lisa abrió los ojos con sorpresa ante las palabras de Michael.

-¿Me estás echando?

-No-contestó él.- te estoy diciendo que no me hagas elegir entre tú y ella. Porque puedes no ganar.

jueves, 8 de julio de 2010

Capítulo 62.


Apenas tuve tiempo de reaccionar, pues Michael me arrancó el teléfono de la mano y me sujetó por los hombros, incrustando sus preocupados ojos negros en los míos.

-¿Te ha dicho algo más?- quiso saber.

Negué con la cabeza.

-Vale, pues...voy a llamar a Judith para preguntarle la dirección del hospital. Isa...¿estás bien?

No respondí. Caminé hacia una de las ventanas y allí me quedé, quieta como una estatua, mirando a través del cristal. Al otro lado, en el bosque, había comenzado a llover. Mis ojos se llenaron de lágrimas, lágrimas que manifestaban mi miedo a la más que probable pérdida de James.
Independientemente de que no correspondiera a sus sentimientos, no podía olvidar que era mi mejor amigo. Que había sido ÉL quien me había salvado de no caer en la más absoluta de las depresiones. Que había sido Él quien había conseguido que volviera a sonreír.
A lo largo de mi vida, había visto como mis seres queridos, tanto amigos como familiares, habían desaparecido delante de mis ojos por diversos motivos. Y no había suceso que me aterrorizara más, que la pérdida de alguien que había sido imprescindible para mí.
Los brazos de Michael me rodearon la cintura, a la vez que apoyaba su mentón en mi clavícula. Como si de un antiguo hechizo se tratase, su tacto me produjo una sensación de calidez, una calidez capaz de disipar mis más angustiosos miedos.
Elevé la comisura de mis labios, esbozando una pequeña sonrisa.
Me giré sobre mis talones y contemplé a Michael, que me observaba con tristeza.

-Será mejor que llames a Judith. No podemos permitirnos llegar tarde.

Él seguía sosteniendo el móvil, pero no realizó ademán alguno de llamar a Judith, de hecho, únicamente tenía ojos para mí en ese momento. Alzó su mano derecha con indecisión, y la apoyó con suavidez sobre mi mejilla. Mi mente reaccionó de forma inmediata ante ese estímulo, ordenando a mi cuerpo acercarse al suyo.

Nos contemplamos durante un largo periodo de tiempo, sin decir nada. Aunque a decir verdad, tampoco era necesario. Sólo con mirarle podía sentirle dentro de mí, proporcionándome el apoyo y el soporte que necesitaba.

Eso siempre me había ocurrido,años atrás. Los meses en los que viví esa horrible pesadilla, en el 2009, el mayor consuelo era salir a la calle. Caminaba durante horas, hasta encontrar un sitio donde sentarme. Y una vez allí, alzaba la cabeza, y miraba al cielo. Era en aquellos momentos en el que sentía a Michael en mi interior, momentos en los que casi podía percibir sus dulces palabras, su consuelo. Siempre había sido así. Aunque no hubiera estado físicamente presente, siempre le había sentido a mi lado, alentándome a sonreír.

El móvil volvió a sonar. Michael, como impulsado por un resorte, se separó de mí para mirar la pantalla del móvil.

-Es Judith- murmuró.

Descolgó la llamada y se fue al otro lado del salón. Siguió hablando con Judith sin despegar su mirada de mí. Y fue entonces, cuando un sólo gestó por su parte, me desveló el contenido de la conversación. Sólo cuando ví a Michael entornar sus ojos, fui consciente de lo que había sucedido.

-James...-sollocé.

Las piernas me flaquearon, y me desplomé en el suelo. Percibí el susurro de la voz de Michael despidiéndose de Judith, así como el peso de su cuerpo cuando me abrazó. No había palabras de consuelo por su parte, únicamente sus dulces caricias.

Dejó que llorara todo lo que me hiciera falta, tanto tiempo como necesitara, con tal de purgar aquella pérdida en mi interior.

No recuerdo cuanto duró aquel lapso de tiempo, sólo sé que cuando dejé de llorar, él sujetó mi mentón con su mano, y lo alzó con delicadeza.

-¿Cómo estás?- preguntó.

Me encogí de hombros.

-No lo sé.- mi voz sonaba ronca.

-Isa...-susurró.

Elevé mi mirada hasta encontrarme con sus ojos.

-Quiero que vengas conmigo.

-¿Ir? ¿A dónde?

-A Neverland.

Negué con la cabeza.

-No es una buena idea. Lisa...

Michael presionó uno de sus dedos contra mis labios.

-No me importa lo que diga Lisa. No te voy a abandonar, no en este momento.

-Michael...estaré bien, de verdad. Sólo tendré que acostumbrarme a...

No preví sus movimientos. Antes de que pudiera darme cuenta, nos fundimos en un tierno beso, momento en el cual mi mente dejó de funcionar, cosa que pasaba a menudo cada vez que él me besaba. ¿Debería sentirme culpable? Seguramente. Recibir la noticia de la muerte de mi mejor amigo, y horas después, besarme con Michael, sin duda no eran signos de ser una buena persona.
Fue él quien cortó la magia. Fruncí el ceño, contrariada. Y esbocé una sonrisa al escucharle reír.

-Pero...

-Shhh...te vendrás conmigo.

-Michael...

En vez de responderme, entonó la frase de una canción. Una canción que desde la primera vez que la escuché, supe que era única.

-whenever you need me, I'll be there... Tú has dicho que estarás conmigo hasta el final, ¿no?, déjame hacer lo mismo por tí.