jueves, 31 de marzo de 2011

Capítulo 85.


Los días que transcurrieron después de aquel maravilloso encuentro pasaron ante mis ojos como un difuso borrón. Tener de nuevo a Michael a mi lado, sin miedos, ni preocupaciones. Nada. Sólo él y yo, como siempre había debido ser. Pero sin duda, el momento que más recordaré con más cariño comenzó como cualquier otro:

Me desperté… Bueno, realmente no me desperté por mi propia voluntad, si no a causa de las horribles nauseas que llevaban haciendo estragos en mí desde hacía ya 3 semanas. Crucé mi habitación y llegué al baño en tres zancadas.
De nuevo devolví la cena del día anterior. Mareada, sujeté mi frente con la mano y me dejé apoyar contra la pared. ¿Cuánto duraba aquello? Como siguiese vomitando cada cosa que ingería, no tardaría demasiado tiempo en desaparecer, pues la comida, aparte de sentarme mal, me causaba verdadera repulsión. ¿Cuántos kilos habría perdido? ¿Cuatro, cinco…?

“Ninguno” Respondió una voz en mi cabeza. Ningún kilo, ninguna arruga, nada de nada. Seguía sin cambiar. Seguía impasible ante el paso del tiempo, como una eterna joven de veinte años.

-Isa, ya llevas una semana entera vomitando sin parar. ¿Te encuentras bien?- preguntó la voz de Judith a mis espaldas.

Titubeé unos instantes.

-Judi, hay algo que tengo que contarte…

No preví sus movimientos. Su rostro se puso blanco como la tiza, y poco a poco vi como esbozaba una enorme sonrisa. Tampoco preví los gritos que salieron de su boca a continuación.

-¡AAAAAHHHH! ¡NO ME LO PUEDO CREER! ¿¡DE VERDAD!? ¡ES UNA NOTICIA GENIAL! ¡VOY A SER TÍA! Bueno, quizás tía… Pues no, porque no eres mi hermana de sangre… Pero claro, te conozco ya desde hace un montón, ¿Y qué sería de tu vida sin mí? Te respondo. Un desastre. Entonces me merezco ser la tía, ¿No? Bueno, y da gracias a que no te pido que me dejes ser la madrina del niño, porque se lo pedirás a Janet, seguro… Pero ya podrías pedírmelo a mí, porque…

Dejé que siguiera con su monólogo mientras me levantaba y me lavaba los dientes. Sí, definitivamente, tenía que contárselo a Michael sin dilación, antes de que fuera evidente a la vista.

Como si de una extraña casualidad se tratase, sonó el timbre del apartamento. Aparté a Judith a un lado, y prácticamente volé para llegar a la puerta y abrirla de un tirón.
Unos ojos que conocía mejor que los míos propios, me sonrieron divertidos desde el otro lado.

-Buenos días princesa- dijo Michael mientras se inclinaba sobre mí y me daba un suave beso.

Quise prorrogarlo, por lo que le rodeé con mis brazos, presionándole contra mí. Podía sentir como hervía mi sangre bajo las venas. Él no tardó en zafarse de mi abrazo, riéndose.
Gruñí, frustrada.

-Eres horrible- le acusé señalándole con el dedo.

-No demasiado. Y créeme que habría continuado de buena gana, pero no puedo por dos cosas… La primera, que Judith está detrás de ti.

-¿Eh?- me giré sobre mis talones para ver a mi compañera de piso, que seguía con la misma sonrisa tatuada en el rostro.-como sigas sonriendo así te van a salir arrugas, Judi- la reproché.

-Ya me voy, ya me voy…- se alejó, adentrándose en el pasillo.- ¡Qué guay! ¡Voy a ser tía!

Lo tuve claro. La mataría cuando Michael se fuese.

-¿De qué hablaba? –preguntó él con una mueca de confusión en sus perfectas facciones.

-Ni idea, está loca…

-Lo suponía… En fin, ve a vestirte, hoy va a ser un día muy especial para los dos.

-¿Sí? ¿Qué vamos a hacer?

-Quiero que conozcas a mis hijos.

Mi cuerpo entero se paralizó ante la sorpresa. No esperaba que… Bueno, que fuese a ser ese mismo día. Y con todo lo del embarazo… no sabía si era una buena idea. Aunque por otro lado, darle la noticia en ese momento, ¿No le haría feliz?

No le contesté. Me metí en mi habitación y me cambié de ropa en apenas un par de minutos. Salí de allí como un torbellino, cogiendo la mano de Michael a mi paso.

-Vamos.

Pero mi entusiasmo, apenas era comparable con el suyo, que prácticamente iba tirando de mí hasta que llegamos a la limusina. El trayecto no fue muy largo, pues su hotel apenas estaba a unos 30 kilómetros de mi apartamento. Entramos por la puerta de atrás, como era habitual desde hacía muchísimo tiempo. Subimos a la última planta por las escaleras, (como era habitual en mí), y caminamos hasta llegar a una de las habitaciones. Se hizo el silencio.

-¿Estás lista?-preguntó acariciando mi mejilla con sus manos. Me habría quedado allí quieta disfrutando de sus caricias hasta que si hiciese de noche, pero ese no era el momento.

Michael abrió la puerta, y vi como dos niños pequeños corrían hacia él entre chillidos y saltos de alegría.
Michael se agachó y los recogió entre sus brazos. Verles abrazados, sentir el amor que Michael tenía por sus hijos, y sus hijos por él, no pudo evitar hacerme derramar una lágrima. Y de nuevo me pregunté el por qué: Por qué el mundo le había hecho tanto daño a una persona que lo único que había hecho en toda su vida, era… Amar. La respuesta no tardó en llegar: El mundo no se merecía a alguien como Michael Jackson, era así de simple.

Me sentí fuera de lugar entre ellos tres, por lo que me desplacé hasta la ventana de la habitación y observe el exterior con gesto ausente.

Algo pequeño tiró de pantalón. Miré hacia abajo y vi al pequeño Prince, impaciente.

-Me ha dicho Papi que eres su novia. ¿Es verdad?

Busqué a Michael con la mirada y le localicé a unos pasos por detrás de su hijo, con Paris en brazos y sonriendo con dulzura.

-Bueno, algo así- contesté agachándome para coger a Prince.- Aunque quizás… Quizás después de la noticia que os voy a dar sea algo más.

Michael entornó la mirada, confundido. Por un instante olvidé a sus hijos, en ese momento no estaban. Para lo único que había cabida en ese momento, era para Michael y para mí, la distancia que nos separaba, y a la vez, la sorprendente fuerza de su mirada que me hacía sentirle dentro de mí.

-Estoy embarazada.


miércoles, 23 de marzo de 2011

D.E.P.


Hoy no habrá ningún capítulo.

Sólo palabras de agradecimiento a Elizabeth Taylor, nuestra particular campanilla.
Sin embargo, me niego a llorar... pues ahora, al fin, Michael y ella podrán estar juntos de nuevo, jugar entre risas y celebrar mil y una navidades allí en el cielo... O más bien...

La segunda estrella a la derecha y todo recto hasta el amanecer...
Gracias por ser tú
Por no abandonarle JAMÁS.
Gracias por salvarlo...

miércoles, 16 de marzo de 2011

Capítulo 84.


Me quedé allí, en mitad de ese callejón, totalmente paralizada mientras veía como se subía en un coche negro y se marchaba, dejando tras de sí un dolor que se hundía en lo más profundo de mí, el mismo que me impedía mantenerme lejos de él.

Una brisa de aire despeinó mi cabello. Hacía frío, pero sin duda, me dolía mucho más su ausencia. Miré el reloj: Seguramente Judith ya estaría en la entrada principal.

Arrastrando los pies, volví adentro del edificio, donde me esperaba mi amiga con los brazos cruzados.

-¿Nos vamos?

Asentí y me marché con ella. No cogimos el coche, lo cual agradecí, ya que mi mente en esos momentos era un hervidero de pensamientos y necesitaba despejarme, para lo cual no encontraba mejor manera que caminar durante horas y horas.

El tiempo que pasé con Judith de tienda en tienda, vestidor tras vestidor, fue prácticamente imperceptible a mis ojos. Sólo había una cosa a la que no podía dejar de dar vueltas, el mismo motivo que me había traído de vuelta allí: Él.

Llegamos a nuestro apartamento al atardecer.

-Yo me despido aquí, he quedado con un amigo-comentó mi amiga mientras depositaba las bolsas en mis manos y se despedía alegremente con una sonrisa.

Sacudí la cabeza, pensativa, y entré en el apartamento, dirigiéndome directamente al baño. Necesitaba un baño para quitarme de encima esa incertidumbre, esos nervios que me entumecían el cuerpo.

Tampoco pude disfrutar plenamente de mi relajante baño de burbujas, ya que cuando me quise dar cuenta eran las 7, y tenía una hora para arreglarme y llegar al punto de encuentro, así que me vestí con rapidez, dediqué un par de minutos a maquillarme, y abandoné mi casa en cuestión de 15 minutos.

Obviamente, me negué a coger cualquier medio de transporte, privado o público.

Recordé cuando mis amigas, en otros años, se quejaban siempre de mí, ya que adoraba caminar, sentir la grava del asfalto bajo mis pies, sentir como avanzaba poco a poco, paso a paso, no importaba la condición meteorológica. Era sólo en esos momentos en los que tenía plena consciencia de mi existencia, por raro que pueda parecer.

Antes de que quisiera darme cuenta, llegué a la puerta de mi redacción. Pero allí no había nadie. Miré nuevamente la hora: las 8 en punto.

Decidí esperar, aunque cada minuto que transcurriese sin Michael retrasase cada latido de mi corazón.

1 minuto, dos minutos, cinco, diez, quince… ¿Por qué no llegaba? Él jamás acostumbraba a retrasarse.

Cuando empecé a impacientarme, sentí unas manos tapando mis ojos, e imposibilitándome cualquier visión posible.

-¿Quién soy?- preguntó aquella voz, la única voz capaz de alejar mis peores miedos y pesadillas.

-Ahmmm… No lo sé, no tengo ni idea. ¿Un acosador, quizás?

Le escuché reírse, y como a continuación retiró sus manos, apareciendo justo frente a mí.

-Mira que conocerme desde hace años, y confundirme con un acosador…-comentó con una mueca de fingido horror.

-Oh, perdóneme señor Jackson, juro que no volverá a pasar.

Nos sonreímos mutuamente. Era en esos momentos en los que el mundo se detenía, el reloj se paraba, la gente desaparecía. Momentos en los que únicamente estábamos él y yo.
Podría haber seguido así toda mi vida, sumergida en la profundidad de sus pupilas, dejándome envolver por la paz y la tranquilidad que desprendían, dejándome hechizar por el halo que veía en él, dotando de belleza al alma más pura que heredó jamás cualquier hombre.

Él, yo y los recuerdos. Nada más.

-¿Nos vamos?- me tendió su mano, y yo la cogí, sin pararme si quiera a pensarlo.

Subimos a una limusina blanca que estaba aparcada en la acera y emprendimos el camino hacia su hotel. No hablamos, ¿Acaso había necesidad? Michael se encontraba absorto dibujando con sus dedos formas invisibles en el dorso de mi mano.

Habría deseado traspasar una vez más las barreras de su mente, al igual que él hacía con las barreras de mis sentimientos con sólo una sonrisa. Pero eso, era algo que sólo los ángeles podían hacer.
Así era como yo le veía, sentado a mi lado. Yo era una humana. “Curiosa combinación” susurró una voz en mi cabeza.

¿Sabéis? Me habría encantado deciros que cuando llegamos a la habitación de su hotel, disfrutamos de una maravillosa cena, que charlamos durante horas, recordando antiguos momentos vividos, entre la suave melodía de su risa.

Pero prefiero contaros que no hubo tiempo para cenar.
Que cuando entramos en la habitación, cerró la puerta tras su paso y clavó en mí su penetrante mirando, echando abajo todas mis defensas, si es que alguna vez las había tenido en mi presencia.

Prefiero contaros como se acercó a mí, como acarició mis labios con los suyos, haciendo nuevamente que esas dos piezas de puzle, encajasen a la perfección, como el más complejo de los engranajes.

Prefiero contaros como nos desvestimos entre besos, caricias, y susurros cargados de significado, como su mirada, que reía de placer, seguía cada centímetro de mi piel, como sus manos avanzaban constantemente, incansables, buscando, explorando, lo que nunca ningún otro hombre había alcanzado.

Y también, y por último, prefiero contaros como horas después, acomodé mi cabeza sobre su pecho, que subía aún agitado.

Y cómo mientras disfrutábamos del silencio, de la quietud del momento, decidió romperlo con dos únicas palabras, las únicas necesarias para embriagarme de la más pura y completa felicidad.

-Te quiero.-susurró.

Es tan evidente… Le necesitaba cerca.

Era el dueño de mi equilibrio mental.

martes, 15 de marzo de 2011

Capítulo 83.


En la vida, en ocasiones se te presentan oportunidades que no tienes que dejar escapar. Fugaces, tan rápidas e imperceptibles como el susurro de una lágrima; pero, si no las sabes aprovechar, pasan de largo.

Quizás aquella fue la oportunidad que había estado esperando desde que le había visto aparecer por la puerta de mi despacho, ese impulso que iba creciendo en mi interior a medida que pasaban los segundos.

-Te veré a las 8- dijo Michael con una sonrisa y dándose la vuelta para marcharse.

-Michael, espera- susurré.

Quizás podría haber sido esa la oportunidad que había deseado, pero… la dejé marchar.

-Dime, ¿Qué pasa?

-Nada… Sólo quería agradecerte la visita.

-Ha sido todo un placer. Luego nos vemos.

Y con él, se marchó mi oportunidad. Había estado a punto de besarle, lo deseaba, lo anhelaba, y él parecía que también… ¿Qué era entonces lo que me había detenido? Dejé de cuestionarme mi propia estupidez cuando sonó el teléfono del despacho. Lo descolgué.

-¿Diga?

-Isa, soy Judith.

-Hola, ¿Qué tal?

-Muy bien gracias. ¿Nos saltamos las formalidades y me cuentas cómo te ha ido con el hombre más sexy que ha pisado la faz de la tierra?

-¿Tú no tendrías que estar trabajando?

-Y lo estoy haciendo.

-Hemos quedado a las 8-contesté dejando escapar un leve suspiro.-para cenar.

-¿En su casa?

-Sí.

-Tendrás algo que ponerte.

-Ahm… No.

-¡¿No?!

-¿Quieres dejar de gritar? Se te escucha en toda la planta.

-Vale, me callo. Paso a por ti en media hora.

La llamada se cortó. ¿Qué iba a hacer yo en media hora? Golpeé la mesa con los dedos, con los nervios por las nubes. Algo captó mi atención: Unas gafas de sol sobre el escritorio. Si esas gafas no eran mías…

No lo dudé dos veces. Las cogí y abandoné el despacho prácticamente corriendo. Una chica se cruzó en mi camino, deteniéndome con una mano.

-Isa, ¿A dónde vas tan deprisa?

-Ah…yo… ¿Sabes por dónde se ha ido Michael Jackson? Se ha dejado unas gafas…

-Por la puerta de atrás. La principal está atestada de periodistas.

-¡Gracias!

Eché a correr sin despedirme de aquella mujer. Localicé las escaleras y las bajé de dos en dos. Al llegar a la planta baja, miré alrededor. Allí no estaba. Vislumbré un oscuro pasillo a mi izquierda, que tenía todo el aspecto de estar abandonado. Así que me adentré con la mayor rapidez posible en esa dirección.

Os preguntaréis a qué demonios venía tanta ansiedad y preocupación por unas simples gafas de sol. Bien, ¿Recordáis lo que os dije sobre las oportunidades? Si la de antes era buena, esta no la iba a dejar escapar.

Recorrí el pasillo en cuatro zancadas hasta que llegué a la salida de emergencia, la cual abrí de un empujón. La claridad del día me cegó, provocando que cerrara los ojos momentáneamente.

-Isa, ¿Qué haces aquí?

Escudriñé la vista hasta que le localicé, sentado en unas escaleras, mirándome sorprendido y con una hermosa sonrisa en su rostro.

-Yo… yo…- traté de vocalizar exhausta tras la carrera que me había dado- te… traía… tus gafas…

Él se levantó y se acercó a mí, cogiéndolas.

-Muchas gracias, pero no hacía falta. Siempre llevo unas de repuesto.

Me sentí completamente una idiota.

-Ah…

-Pero éstas…-continuó señalando sus gafas- las he dejado adrede.

-¿Por qué? Creo que tengo suficiente presupuesto como para comprarme unas.

-No, tonta. Las he dejado ahí porque sabía que me las traerías, y así poder hacer lo siguiente.
Y sin más, me agarró por la cintura, acercándome más a él, y presionó sus labios contra los míos.

Sentir de nuevo esa calidez provocó que todo mi cuerpo se encendiera, obligándome a devolverle el beso con una pasión desconocida en mí hasta en ese momento. Percibí como se separaba de mí, riéndose.

-¿Se puede saber qué es tan gracioso?- pregunté desconcertada.

-No adelantemos acontecimientos. Te veo esta noche. Y gracias por las gafas.

Por ellos.


Por las casi 1500 personas fallecidas tras el trágico terremoto y posterior tsunami en Japón. Desde aquí, personalmente quiero mandarles todo mi apoyo y mi cariño, y decirles que no están solos.

Michael dijo una vez: "Sobre todo, me gustaría decir al pueblo japonés, desde el fondo de mi corazón, los quiero mucho" (MTV awards, 2006).

Creo que lo justo, chicas, sería que ayudásemos en la medida de lo posible, por eso se ha creado la siguiente organización para donar 5€ a Japón. No es mucho, pero entre todos, conseguiremos ayudarles.

Aquí os dejo el enlace: http://www.globalgiving.org/

Y a los japoneses decirles que, tanto nosotros, como Michael, estaremos allí con ellos :)

miércoles, 9 de marzo de 2011

Capítulo 82.


Allí estaba, a escasos 5 metros de mí. Odié la distancia que nos separaba, pues la misma dolía como mil cuchillos fríos como el hielo. Aún así, no podía romper esa distancia. No dependía de mí. Le devolví la sonrisa casi imperceptiblemente.

-Encantada de verte de nuevo, Michael. ¿No te sientas?

Frunció la mente, supuse que extrañado ante mi trato frío y distante. Tras unos segundos que a mí me parecieron eternos, se acercó con lentitud y tomó asiento, clavando en mí sus ojos oscuros, derribando nuevamente cualquier defensa por mi parte.
Sostuve su mirada, analizándole, tratando de averiguar qué era lo que en ese momento pasaba por su mente. Michael volvió a sonreír, acercando una de sus manos hacia mí. Quise alejarme, pero en el momento en el que su piel tocó mi rostro, una serie de corrientes eléctricas hicieron vibrar mi cuerpo, impidiéndolo.

Acomodé mi mejilla a la forma de su mano, eliminando así cualquier espacio de aire entre su mano y mi rostro, maravillándome de la suavidad de su piel y del calor que desprendía.

-No has cambiado nada, Isa.-dijo al cabo de un par de minutos.- sigues siendo mi campanilla. Igual de pequeña, de dulce y perfecta.

Bajé la mirada, sonrojándome. Michael lo impidió, sujetando con dulzura mi mentón.

-En cambio yo-continuó- desde que te fuiste… Ya me ves, no me reconozco a mí mismo cada vez que me miro en el espejo.

En esa ocasión fui yo la que acerqué mi mano hacia él, acariciando cada centímetro de su piel que quedaba a la vista, hechizada ante su perfección.

-Sigues siendo tú-contesté- No importa cuántos años pasen.

Y así era. No me importaba la claridad de su piel, ni los típicos rasgos de la madurez en su piel. Hacía mucho tiempo que ya no veía la superficie, si no el interior de su persona. Su físico para mí no era más que la coraza que ocultaba al más bello corazón que nadie podría poseer jamás, algo que podía ver en él cada vez que me sumergía en su mirada azabache.

Los dos sonreímos, sin nada qué decir. Quizás sí que me extrañó ninguna clase de reproche por su parte. Pero él no era así. El rencor era algo que sin duda no formaba parte de su forma de ser.

-Bueno, ¿Empezamos con la entrevista?-pregunté volviendo a separarme de él.

-Por supuesto, pero ya sabes que no voy a contestar ninguna pregunta personal.

Nos miramos seriamente unos segundos, y luego rompimos a reír. ¿Era cosa mía o el sonido de su risa era más bello que cualquier melodía posible?

-De acuerdo, nada de preguntas personales.

-En esta entrevista, al menos, no.

-¿Pero fuera de ella sí?

-Claro.

-¿Y cuándo podré tener ese enorme placer, señor Jackson?-pregunté con sorna.

-Esta noche, en mi hotel.

Ojalá pudiese describir la cara que se me quedó tras esa respuesta. Pero a veces, no se encuentra el vocabulario oportuno. Sólo puedo decir que la mandíbula se me desencajó a causa de la sorpresa, y que mis mejillas adquirieron un tono rojizo bastante brillante.

Michael sonrió complacido ante mi reacción. 13 años después aún sabía a la perfección como dejarme sin palabras, como seducirme con 3 palabras, o incluso con menos.

-¿Qué me dices?-preguntó de nuevo, sin borrar esa sonrisa de su rostro.

-Mejor terminamos la entrevista primero, ¿Qué te parece?

Una de sus divertidas muecas afloró a través de sus labios. Adoraba cuando dejaba salir esa parte de él dulce e infantil.

-Como quieras…

De este modo, comencé a hacer mi trabajo. Michael parecía que llevaba las respuestas aprendidas de su casa, por la rapidez con la que respondía, y a la vez con la clase, elegancia, respeto y madurez con la que hablaba. Varias veces me vi atrapada en el magnetismo que desprendía, en sus gestos, en como movía la cabeza o los pies en las preguntas más complicadas, o en como levantaba la vista y miraba al techo cuando sencillamente, no le apetecía responder.

Tras unas horas, la entrevista llegó a su fin. Paré la grabadora y la guardé en uno de los cajones del escritorio mientras me levantaba. Michael sonrió entusiasmado.

-¿Ya?

-Sí, ya hemos terminado.

No dijo nada más. Se levantó con una rapidez sorprendente, rodeó la mesa y me envolvió con sus brazos en un cálido abrazo. Me quedé allí, sin la más mínima intención de moverme, escuchando una vez más los acompasados y firmes latidos de su corazón. Percibí como con el más leves de los roces besaba mi pelo.

-Te he echado tanto de menos pequeña…

-Yo también a ti, Mike…

Escuché como se reía.

-Hacía años que no me llamabas así. La última vez que lo hiciste fue cuando…

-Cuando me dijiste que me querías-me adelanté a contestar.

-Así es. Y no he dejado de hacerlo desde entonces.

Sentí como si mi corazón diese volteretas mortales al sentir sus palabras. ¿Cómo podía querer tanto a alguien cuando se me había concedido tan poco tiempo para ello?

-¿Vendrás a cenar?

-Por supuesto.

-Pasaré por aquí a las 8.

Y antes de que pudiese contestar, la sombra de una pregunta comenzó a atormentarme. Yo estaba embarazada, sí. Y apenas habían pasado 2 días desde que me había acostado con Michael. Pero para él… habían pasado 5 años. Si le decía que estaba embarazada, estaba más que claro que no me iba a creer.

A no ser… que se repitiese una noche como la de 1996.


martes, 1 de marzo de 2011

Capítulo 81.


No recuerdo con exactitud cuál fue mi reacción tras escuchar ese nombre. ¿Incredulidad, quizás? Lo más probable.

-Eso es imposible Eric. Sabes tan bien como yo que Blanket no nacerá hasta el año…

-Hasta el año 2002- se aventuró a contestar.

-Pues entonces. Hasta donde yo sé estaba con Michael en Zaragoza en 1996.

-Exacto.

-Pues no lo entiendo- dije finalmente dejándome caer sobre la cama, aún agitada por la sorpresa.

-Es muy sencillo. Gracias a tu estupidez vas a perder más años.

Click, click. Las piezas del rompecabezas encajaron de golpe en mi cabeza. Un escalofrío recorrió mi cuerpo desde la cabeza hasta los pies. No podía permitírmelo. Sentí como si una nube negra se posara sobre mí, envolviéndome, torturándome.

-No….-murmuré.- No quiero perder tanto tiempo.

Y así era. Necesitaba a Michael como a mi propia respiración. Ya no recordaba el momento en el que se había convertido en parte de mí, en el que su recuerdo se había amoldado a cada articulación, a cada sensación.

Percibí como Eric se sentaba a mi lado.

-Eras consciente lo que podía acarrear que te enamoraras de él. El tiempo corre, Isabel. Tú tomaste la decisión de amarle, en vez de seguir a su lado como una amiga.

Miré con expresión torturada uno de los cuadros de mi habitación. Los ojos de Michael me devolvieron la mirada a través de él. Y casi inconscientemente, una de mis manos se movió y con suavidad presionó mi vientre.
Michael estaba dentro de mí. Podía sentirlo con cada palpitación de mi corazón. Tras unos segundos devolví la mirada a Eric.

-Está bien. Pero prométeme que no volverás a alejarme de Michael. Ya no.

-Sabes que no puedo.

-Por favor…

-Lo único que puedo prometerme es que no me entrometeré durante tu embarazo, por el bien de Blanket.

9 meses. 9 meses sin la persona que me estaba causando tantos quebraderos de cabeza.

-Acepto.

-En ese caso, vamos allá. Te deseo toda la suerte del mundo.

Comenzó a acercar su mano hacia mí, pero le detuve.

-Un momento. ¿Cómo voy a encontrar a Michael?

-No importa cómo. Lo harás. Estás destinada a ello.

Tomé aire y dejé que acariciara mi frente una vez más, abandonándome a la inconsciencia del sueño en el acto.
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Luz. Una luz cegadora fue lo que me hizo abrir los ojos. Miré a ambos lados. Si no me fallaba la memoria, aquel era el apartamento que compartía con Judith en los Ángeles. La voz de mi compañera no hizo más que confirmar mis sospechas.

-¿Cuándo piensas despertarte? Vas a llegar tarde al trabajo.

“Trabajo, trabajo…” pensé para mis adentros. ¿Trabajaba? ¿De qué? ¿Dónde? ¿Con quién? Eran demasiadas preguntas y no tenía ninguna respuesta. Así que opté por lo único que se me ocurría en ese momento.

Me desperecé y me levanté de la cama de un salto, dirigiéndome al armario que se encontraba a mi izquierda.

-Mierda, mierda, mierda- refunfuñé mientras escogía unos pantalones y una camisa blanca. – Se me ha ido la hora completamente. Judith, ¿Puedes acercarme?

-¿No es eso lo que hago todos los días? Yo no sé para qué te sacaste el carnet de conducir si no lo amortizas. Anda, vístete y vámonos. Hoy es tu día.

Me vestí con rapidez y tras hacer una visita rápida al baño para lavarme los dientes y peinarme, abandoné con Judith el apartamento. Una vez en el coche me era imposible estar quieta. Era como si mi cuerpo estuviese avisándome de que algo iba a ocurrir.

-Bueno-dijo mi amiga rompiendo el silencio-¿Cómo lo llevas? ¿No estás muerta de miedo?

-Ahmmm…¿Debería?

Ella se echó a reír.

-Es evidente que sí. Vas a entrevistar a Michael después de 6 años sin verle. ¿Qué le vas a decir? ¿Le explicarás por qué te marchaste? ¿O te limitarás a entrevistarle por la salida al mercado de su nuevo disco?

-Creo que más bien lo último que has dicho.

Al cabo de unos minutos, llegamos a un edificio de innumerables pisos. Abrí la puerta titubeante.
-Mucha suerte Isa. Acuérdate, en la planta 17 despacho “D”, ¿Vale? Que con lo despistada que eres…

-Gracias. Nos vemos luego.

Cerré la puerta y me adentré en el edificio aguantándome la risa. Gracias a Dios mi ignorancia era pasada por alto por un simple despiste.

No quise coger el ascensor, nunca me había gustado. Así que subí los 17 pisos prácticamente a todo correr. Al llegar, busqué con la mirada el despacho. No tardé en localizarlo. Una placa coronaba la puerta: “Redactora artística”. Era increíble lo bien que me ganaba la vida, y yo sin enterarme.

Entré y me senté agitada sobre un mullido sillón detrás del escritorio. Sobre el mismo sólo se encontraban 3 cosas: Papel, bolígrafo, y un disco: Invincible. Tragué saliva.

El tiempo pasó lento, tan lento que podía percibir como cada Tic-tac del reloj aplicaba una descarga eléctrica sobre mi corazón.
5 minutos, 10 minutos, 15 minutos…
Unos nudillos golpearon con suavidad la puerta.

-Adelante-murmuré.

Unos ojos negros que conocía mejor que los míos propios me observaron con sorpresa desde el otro lado de la habitación.

-Cuánto tiempo-dijo rompiendo el silencio del momento con su dulce voz.

Una sonrisa por su parte, un sonrojo por la mía.

Y mi mundo comenzó a girar de nuevo.