domingo, 28 de febrero de 2010

Capítulo 11


Por primera vez en mucho tiempo, dormí durante todo el viaje sin despertarme ni una sola vez. Sólo tuve consciencia de cuando llegamos a Madrid porque sentí sus labios presionando suavemente mi pelo.

-Arriba dormilona, ya hemos llegado.

Me puse recta y me desperecé ruidosamente, lo que provocó que le entrara la risa.

-Menuda flojucha estás hecha tú…habría que ver como aguantabas una gira.

Le saqué la lengua y bajamos del avión. Antes de eso Michael se tapó de la nariz hasta el cuello con un pañuelo, para que no le reconocieran. Caminamos rápidamente por los largos pasillos del aeropuerto, buscando la salida mientras esquivábamos como podíamos la gente que se le acercaba. Finalmente la localizamos y logramos salir de allí.

-No he contratado ninguna limusina- comentó preocupado.

-Mejor, cuanto menos interés suscitemos, será más fácil salir de aquí. ¿Alguna vez has cogido un taxi?-le pregunté mientras alzaba la mano, intentando llamar la atención de algún taxista.

-La última vez fue hace 6 años-contestó riéndose.

Me uní a sus risas, mientras el taxista conducía hasta dónde nos encontrábamos. En cuanto frenó, Michael abrió la puerta y se colocó en los asientos traseros. Le seguí. Una vez dentro, el conductor se nos volvió para preguntarnos el destino, justo en el instante en el que Michael se quitaba el pañuelo. Le observó con la boca abierta, seguramente sin dar crédito a lo que estaba viendo.

-¿Michael Jackson?-preguntó con un acento totalmente desconocido para mí. Eso me extrañó, se suponía que yo hablaba español. Pero no me importó, dadas las situaciones completamente absurdas que habían sucedido esos dos días, un detalle como ese me parecía de lo más normal.

Él asintió, sonriendo tímidamente.

El taxista siguió contemplándole mudo de asombro. Suspiré algo irritada.

-A villalba por favor-le pedí sonriendo.

Me miró desconcertado.

-Pero está muy lejos.

-Podremos pagarlo-dijo Michael con voz apremiante.

El conductor no añadió nada más. Se giró y puso en marcha el motor, alejándonos así del aeropuerto.

-Bienvenido a Madrid-le comenté a Michael mientras señalaba a través de la ventana.

-No es nuevo para mí. Ya estuve aquí el año pasado.

“Cierto”, medité.

El resto del trayecto transcurrió en silencio. Yo miraba distraída por la ventana, observando como había cambiado la autopista que yo recordaba. Me fijé en las estaciones de trenes, todas antiguas y sin reformar. Los coches, el estropeado asfalto, la ausencia de casas y edificios a medida que nos acercábamos a mi pueblo…SU voz me sacó de mis pensamientos.

-¿Hay hoteles en Villalba?

Mierda. En el 2010 sí, pero en 1989, no tengo la más mínima idea. Y si los hubiera, sin duda su estado dejaría muchísimo que desear.

-Eh…no estoy segura…pero si los hay…son muy normalillos, no son nada del otro mundo.

-Lo prefiero así.-dijo.-Estoy cansado de tanto lujo. Por ejemplo este Taxi…es de lo más sencillo, con las ventanas sucias, este desagradable olor…el sonido de esa emisora que se escucha, mal sintonizada…para mí esto es perfecto. Cuanto más simples sean las cosas que veamos, más lo disfrutaré.

Finalmente, y tras 40 minutos de viaje, llegamos a mi pequeño y destartalado pueblo. Destartalado en 1989, claro.

-¿Dónde les dejo?-nos preguntó el conductor.

-Mmm… en algún hotel, si puede ser.

-En villalba no hay hoteles, pero sí un pequeño hostal.

Un hostal. Suspiré mientras un pequeño dolor de cabeza se comenzaba a hacerse notar.

-Bueno, pues déjenos allí.

Callejeamos por las calles unos 10 minutos, hasta que paramos delante de un edificio de 3 pisos, de paredes blancas y con grietas, y unas ventanas con barrotes. El taxista nos ayudó a sacar las maletas, Michael le pagó el viaje con dinero que previamente había cambiado, y allí nos quedamos, delante de aquel hostal que parecía que iba a caerse a pedazos.

-Michael…-le comenté mientras le miraba con expresión torturada.-¿Seguro que no te apetece volver a Neverland?

No me escuchó. Contemplaba aquel lugar totalmente fascinado, con una expresión brillante en los ojos, como si estuviera realmente emocionado.

-Es perfecto.-susurró.

Acto seguido cogió las 2 maletas y se encaminó hacia la puerta, dejándome atrás. Le alcancé instantes antes de entrar en el edificio. Lo que ví en el interior me dejo de piedra: las paredes estaba repletas de manchas de humedad, la única luz interior procedía de una bombilla colgada del techo, sin ningún tipo de lámpara que la adornase. La mesa de recepción era de un material similar al roble, aunque, claro está, no lo era. Una pequeña mujer nos observó con curiosidad desde el otro lado de la recepción.

-Buenas tardes, ¿Qué desean?

-Queríamos un par de habitaciones, por favor.

-¿Para cuánto tiempo?

Me giré para contemplar a Michael, que tocaba con los dedos una de las manchas de humedad, con una sonrisa enorme en su cara.

-Una semana.- contesté.

-Un segundo.

La chica entró en un cuarto que había a sus espaldas, cerrando la puerta tras ella. Michael se me acercó y me susurró:

-Esto es una auténtica pasada. Estoy deseando ver las habitaciones.

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