sábado, 6 de marzo de 2010

Capítulo 16.


-Creo que no es una buena idea.

-¿Por qué?

-Pues porque como bien dijiste ayer, soy un poco torpe, no creo que llegue hasta tan arriba.

-Venga inténtalo, yo te ayudo- se ofreció.

En ese momento bajó del árbol con una agilidad admirable, parecía que las ramas y las hojas ni le rozaban. En cuestión de segundos se encontraba a mi lado.

-Por cierto, buenos días.-dijo mientras se inclinaba hacia mí y me besaba en la frente.

Le respondí con una sonrisa.

-Bueno…¿subes?

Asentí. Me acerqué al tronco del árbol y esperé sus indicaciones.

-Mira, tienes que subir el pie derecho a aquel saliente, ¿lo ves?

-Sí…eso creo…pero no llego…no soy de goma.

Michael se echó a reír, y mientras yo flexionaba las rodillas calculando la distancia para saltar, me cogió por la cintura y me aupó hasta que me pude colocar en el saliente. Me sonrojé a causa de aquel roce fortuito, pero intenté disimularlo.

-Hazme sitio, que voy a subir-me anunció.- y no mires abajo, no te me vayas a marear.

Me aparté como me ordenó y me sujeté como pude a una de las ramas. Al instante ya estaba a mi lado. Me giré para observarle y me sorprendí de la inexistente distancia entre nosotros.

-Vale,¿y ahora como subimos?- le pregunté mirando hacia otro lado.

Él pareció darse cuenta de mi tensión, por lo que intentó apartarse un poco, lo cual no debería haber hecho, ya que al instante el saliente cedió, y en cuestión de segundos, estábamos en el suelo. Caí con el pie torcido, lo cual provocó que crujiera al apoyar todo mi peso sobre él. Aullé de dolor. Michael se levantó y se acercó a mí.

-¿Te has hecho daño?

No contesté. El dolor me estaba taladrando el pie, así que opté por morderme la lengua y aguantarme las lágrimas.

-No.

Se echó a reír ante mi mentira.

-Anda, déjame que te vea el pie, a lo mejor te lo has roto.

Intenté evitarlo poniéndome de pie, pero al apoyar el pie este no pudo soportar mi peso, y volví a caer al suelo. Se me saltaban las lágrimas.

Michael me cogió la pierna con sumo cuidado, y observó detenidamente mi tobillo, el cual se había hinchado hasta ocupar 6 veces su tamaño normal.

-Creo que te lo has roto.-dijo preocupado- anda, deja que te lleve. Vamos a ver si ya lo han abierto y puedo llevarte a Urgencias.

-No hará falta. Con un poco de hielo y algo de reposo se pasará.

-En ese caso vamos. No podemos seguir aquí.

Dicho esto, me cogió con sus brazos y me alzó del suelo con suma faciliad. Empezó a caminar a paso ligero. A los pocos minutos llegamos a la puerta, que ya estaba abierta. Cuando salimos de allí suspiré de alivio. Nos acercamos a la parada de Taxi y cogimos el primero que vimos. Durante todo el trayecto, Michael no dejó de cuidarme y de mimarme. A veces me acariciaba el tobillo. Tenía las manos frías, por lo que mi piel agradecía aquellas caricias. Llegamos al hostal, pagamos, y subimos a la habitación. Al llegar, Michael me dejó suavemente sobre la cama, poniendo la almohada bajo mi pie. Hice ademán de levantarme, pero me detuvo.

-¿A dónde te crees que vas?

- A ducharme. Tengo el pelo hecho un asco.

-No, de eso nada. Tú te quedas aquí hasta que te cures.-respondió tajante.

Intenté quejarme, pero su seria mirada me hizo cambiar de opinión.

El resto del día lo pasé postrada en la cama. Michael no me dejaba casi ni incorporarme. No se despegó de mi ni un instante. Me puso hielos, me trajo la comida, me traía agua…cualquier cosa que necesitara. Hasta me limpió los restos de barro con una toalla húmeda. Yo se lo agradecía enormemente, y me sorprendía aquella faceta de Michael que acababa de descubrir. Lo increíblemente protector que era. Sólo me dejó sola en un momento de la tarde, cuando se fue a la ducha. Cuando salió…

-Voy a bajar a hacer unas llamadas, ¿te importa?

Negué con la cabeza, sorprendida de que me pidiera permiso. No tenía por qué hacerlo.

Se fue y regresó a la media hora, rojo de furia. Pegó un portazo al entrar.

-¿Qué ocurre?-pregunté sobresaltada.

-Esto es increíble…ni intimidad se puede tener.-dijo refunfuñando.

-¿Michael?

Me miró inexpresivo. Finalmente su semblante se puso triste.

-Verás…he llamado a Elizabeth…las cosas se han descontrolado por allí…piensan que he muerto.

Me estremecí.

-¿Y eso que quiere decir?

-Significa que tengo que irme.

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