miércoles, 8 de agosto de 2012

-EPÍLOGO FINAL-



Y ahí estaba yo, en lo más alto del cielo, allá donde ningún humano podría verme, observándola dormir. Observé su dulce rostro, al fin en calma después de tanto sufrimiento, su pelo negro tapándole gran parte de su cuello, su respiración, acompasada y lenta. Una lágrima rodó por mi mejilla. No quise retenerla. Quise de nuevo estar a su lado, abrazarla y besarla, como desde el primer día que la conocí. Una mano se posó sobre mi hombro. No me hizo falta girarme para darme cuenta de quién se trataba.
 -Hola Eric.
 No me respondió, se limitó a asentir con la cabeza y a observar lo mismo que estaba observando yo, a Isa, tan cerca, pero a la vez tan lejos de mí.
 -¿La echas de menos?-preguntó.
 -Cada segundo que pasa.
 -Lo superará.
 -Por supuesto, ella es fuerte. Ha sido capaz de enfrentarse al mismo infierno sólo por mí. Saldrá adelante.
 Silencio. No había necesidad de hablar. Podría pasarme la eternidad observándola dormir, velando por sus sueños y luchando contra sus pesadillas.
 -Eric-dije tras lo que a mí me parecieron horas- gracias por darme esa oportunidad.
 -Sabes que jamás lo hago. No puedo hacer volver a la gente que fallece atrás en el tiempo, al final no pueden soportar el calvario de tener que vivir y pasar por lo mismo de nuevo, y acaban volviéndose locos. Pero supe que tú podrías con ello.
 -No ha sido fácil.
 -¿Por qué ella, Michael? ¿Por qué decidiste regresar al pasado? ¿Por qué? ¿Qué necesidad tenías?
-En realidad, ninguna. Es cierto que echaba de menos a mi familia, a mis hijos, a mis padres, a mis fans… pero aquí era feliz. Estaba a salvo de aquellas personas que me hundieron la vida-contesté mirando hacia abajo- hasta que la vi, en las puertas de Neverland. Recuerdo que la vi llorar durante horas y horas, a pesar del frío que hacía, pero no quiso irse. Parecía querer aferrarse a mi recuerdo, a algo que jamás pudo experimentar ni vivir. Y lo supe, Eric. Supe que si tenía que existir alguna persona que me amase, que fuese capaz de interponerse entre cualquier cosa para evitar que me hiciesen daño, que estuviese dispuesta a dar su vida por mí… tenía que ser ella. Por eso te pedí que me dejases volver.
 Él guardó silencio unos segundos, meditando mis palabras.
 -¿Te arrepientes de algo?
 -Quizás, de haberla dejado marchar en tantas ocasiones y verla volver años después. Pero tú pusiste tus clausulas, dijiste que todo tendría que ser exactamente igual que mi vida anterior. Hubiese deseado no alejarla de mi lado jamás, haber escuchado sus ruegos, haberla dejado protegerme. De ese modo, ahora seguiría allí, a su lado. Pero tú tenías tus normas, y las cumplí. Aún así, no me arrepiento de nada. Volvería a vivir lo mismo cientos de veces, siempre que Isa me acompañara.
 -¿Sabes?- comentó Eric- a pesar de ser tan insistente, me caía bien. Me reí mucho a lo largo de estos años, Mike.
 Sonreí, pero esa sonrisa no me llegó a los ojos. Volví a fijar la vista sobre su rostro, pensativo.
 -¿Me dejarías bajar?
 -¿Otra vez? No puedo, ya lo sabes.
 -No, en esta ocasión para despedirme.  Me gustaría darle un último abrazo.
 -Tienes 5 minutos, Michael.
 Asentí con la cabeza. Sentí la mano de Eric sobre mi frente, y cómo segundos  después mis pies pisaron el suelo de la habitación de Isabel. Ella se movió imperceptiblemente, pero seguía dormida. Me acerqué hasta donde se encontraba con lentitud, y me agaché para poder acariciar su mejilla, siempre con cuidado. Percibió mi caricia y entreabrió los ojos, pero noté que tenía la mirada nublada por el sueño.
 -Mike, ¿Eres tú?
 -Sí pequeña, soy yo. ¿Cómo estás?
 Me miró atentamente, pero un gran cansancio se atisbaba a través de sus pupilas. Supe mejor que nadie en esos momentos, que le costaría afrontar todo cuanto había tenido que pasar por mí.
 -Estoy muy cansada. Y te echo de menos. ¿Has venido para quedarte?
 -Sabes que no puedo. He venido para decirte adiós.
 Una lágrima asomó por la comisura de sus ojos y yo se la sequé con dulzura.
 -Dime que no ha sido un sueño Michael, que ha sido real. Dime que de verdad estás aquí conmigo.
 Me senté en la cama y ella se incorporó, acomodándose sobre mi pecho
 -No hay nada más real que lo que siento por ti. Nunca olvides que te he querido como creí que jamás podría querer a alguien, y que durante muchos años me has hecho feliz.
 La escuché emitir leves sollozos mientras apretaba su cuerpo contra el mío, como si así quisiese asegurarse de que lo que estaba abrazando no era un producto de su imaginación.
 Miré el reloj. Tenía que irme
 - Pequeña, tengo que marcharme. No es un adiós para siempre- dije mientras secaba sus lágrimas- Sabes que siempre voy a estar a tu lado, cuidándote como tú hiciste conmigo. Velando por ti desde allí arriba.
 Ella se limitó a asentir, clavando sus ojos negros en los míos. Alzó una mano y acarició cada centímetro de mis facciones, como queriendo memorizarlas en su recuerdo.
 -No estaré siempre que me necesites… Estaré siempre, aunque no me necesites- susurré en su oído.
 Así que con el corazón inundado por la tristeza, me incliné una vez más sobre ella y la besé por última vez.
 -Hasta siempre, Campanilla.
-Hasta siempre, Peter.
 Y entonces volví. Volví al lado de Eric, al lado de Diana, al lado de James Brown, al lado de toda la gente que quería, en el otro lado del universo.
 Lejos, pero a la vez cerca.
 Como aquella vez que... Volví a los 90.
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Bueno... La verdad es que no sé que decir. Ver finalmente la historia concluida me deja sin palabras. Parece que fue ayer cuando inicié este proyecto con toda la ilusión del mundo, deseando que jamás terminase. Y sin embargo hoy... Ha llegado a su fin.
En primer lugar quiero daros las gracias, a todas vosotras. Las que habéis leído desde el primer capítulo, las que me habéis apoyado hasta el final, las que habéis tenido una paciencia admirable en mis ausencias. GRACIAS. Es por vosotras que el epílogo final está hoy aquí.
Espero que hayáis reído, llorado, que hayáis sentido... En definitiva, que hayáis disfrutado con esta historia tanto como yo lo hice al escribirla. Espero que nos volvamos a leer pronto en alguna otra ocasión, me haría muchísima ilusión.
Y por último... Gracias a ti, Michael. Gracias por haber sido la persona que ha inspirado todo esto, gracias por convertirte en mi motor diario, sin el cual no podría haber llegado hasta aquí. Gracias a que tú estuviste aquí, hoy estoy yo aquí, queriéndote como el primer día.
Te quiero.

Besos: 
                                                                                       Isabel

Capítulo 96




-Estás preciosa- Dijo él mientras retiraba gentilmente una silla para ayudarme a sentarme.

-Gracias Michael.

Se sentó frente a mí y sonrió. Tras unas horas, había conseguido organizar una cena de ensueño.  Una mesa perfectamente engalanada en un recóndito paisaje, a unos metros de un gran lago que llamaba la atención por la calma que rebosaba. Ni sonidos procedentes de animales,  ni el sonido procedente del agua al chocar contra las piedras. Nada. Sólo el suave susurro del viento al mover las hojas de los árboles. Unas cuantas velas adornaban aquel maravilloso lugar, dotándolo de una iluminación perfecta, una que sólo podría haberse imaginado en el más bonito de los sueños. Aunque todo aquello palidecía en comparación al hombre que se encontraba sentado a un metro de mí. Michael estaba especialmente guapo aquella noche.

La cena transcurrió con tranquilidad. Una tranquilidad que se había vuelto nuestra aliada desde que me había quedado embarazada, y con la que disfrutábamos en su compañía.

Finalmente, terminamos de cenar. Michael se levantó, caminando hacia donde me encontraba, y me tendió la mano.

-¿Damos un paseo?

No me lo pensé dos veces. Cogí su mano y echamos a caminar, en silencio. Me extrañó escuchar tan pocas palabras de su boca, así que le observé con curiosidad. Su rostro estaba cincelado en una calma absoluta, pero a la vez me dio la sensación de que se encontraba inmerso en sus pensamientos, unos de los cuales a lo mejor yo no era partícipe. Ante el escalofrío que me supuso sólo el pensarlo, le abracé inconscientemente por la cintura. Michael detuvo sus pasos y se colocó frente a mí, mirándome con intensidad, como si quisiese recordar algo de mí.

-Michael… ¿Pasa algo?

Comencé a preocuparme de verdad, esa no era una actitud típica de él.

Esbozó una sonrisa, y acarició mi rostro con suavidad. Cerré los ojos de manera involuntaria ante su roce, aspirando su aroma.

-Isa… Sabes que te quiero, muchísimo, ¿Verdad?

Abrí los ojos de golpe, sorprendida ante su pregunta. Quise contestarle con una broma, pero la seriedad en su semblante me hizo desechar la idea. Así que me limité a asentir, sin dejar de mirarle, intentando descifrar que era lo que le ocurría.

-Prométeme que nunca, jamás, lo vas a olvidar.-Susurró en mi oído.

-Prométeme tú a mí que no olvidarás lo que siento por ti, Michael.

Entonces, en ese momento, sólo durante un par de segundos, sus ojos se volvieron vidriosos, pero no me dio tiempo a preguntar el por qué, pues antes de darme cuenta, Michael me envolvió en uno de sus abrazos, aferrándome con fuerza.

-Nunca- Se limitó a contestar.


-¡Isabel! ¡Despierta! ¿Has visto que horas son? ¡Y aún tienes un montón de cosas por hacer!

¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué estaba pasando? Abrí los ojos, y de repente me encontré tumbada en mi cama, mientras mi madre subía la persiana con rapidez.

Me incorporé, quedándome sentada, con la mirada perdida en algún punto de mi habitación. ¿Dónde estaba Michael? ¿Qué había pasado? Hacía un par de minutos estaba con él en el lago y ahora… ¿Sería cosa de Eric? Imposible. Le habría visto venir. Aunque… Él me había dicho que después de nacer Blanket volvería. Pero no entendía por qué me había hecho regresar tan pronto. ¿Querría hacerme saltar aún más años? Eran demasiadas preguntas y ninguna respuesta. Pero aún así, estaba segura de que Eric aparecería en algún momento u otro, así que me limité a hacer las tareas domésticas que me fue mandando mi madre a lo largo del día.

No fue hasta después de comer, cuando empecé a asustarme de verdad. Seguía sin saber nada de él. Mi mirada se clavó en un calendario que tenía colgado en la pared. “25 de Junio del 2012”.

No podía ser. Era imposible. Mis ojos se anegaron en lágrimas, aún sin comprender. Me vestí lo más rápido que pude y salí a la calle. Paseé y paseé, durante horas. Buscando algo, o a alguien, sin dejar de llorar. La angustia oprimía mi pecho, no lograba entender nada. Y entonces, vislumbré a Eric en un parque, sentado con tranquilidad sobre un banco.

Corrí todo lo que pude, todo lo que mis piernas me permitieron hasta llegar a su lado. Cuando lo hice, él me observó con la compasión escrita en su semblante.

-Lo siento mucho Isabel.

-No entiendo nada. ¿Dónde está Michael? ¿Qué hago aquí?

-¿Qué es lo que no entiendes? Nada ha sido real. Ha sido todo un sueño.

El pánico me obstruyó la garganta.

-No…

-Sí Isabel, sí. Lo único que hice fue formarte un sueño una noche en la que lloraste mucho por la ausencia de Michael. Me compadecí de ti y quise regalarte un sueño especial que recordases siempre. Pero no hay más. Despertaste y ya se acabó todo.

-Pero Michael…

-Michael no está. Estuvo hace 3 años, pero no ha vuelto. Ha sido todo un sueño.

Apenas fui consciente de cómo se me doblaron las rodillas y caí sobre el suelo, a punto de perder el conocimiento.

-Entonces… ¿Quién eres tú?

-¿Yo? Alguien que simplemente quiso hacerte feliz durante una noche. Sólo eso. Vete a casa. Descansa y recuerda esas horas con cariño, pero no te engañes. Nada fue real.

-¡¡NO!!- Grité con todas las fuerzas posibles. Pero cuando alcé la mirada, me encontraba sola. Eric, o quien se suponía que fuese, había desaparecido.

Así que con la poca fuerza que me quedaba, volví a mi casa. Me encerré en mi habitación y me tumbé en la cama, sin dejar de llorar. Un sueño. No había sido más que un sueño. Pero… Había sido tan real… Volví a sollozar, y enterré mi rostro en la almohada, y tras lo que a mí me parecieron horas, me dormí. 

Pero en aquella ocasión, no soñé. Y algo dentro de mí me decía, que nunca volvería a hacerlo.

lunes, 6 de agosto de 2012

Capítulo 95





Ruido. Gritos. Pasos. Nervios. Un teléfono cercano sin parar de sonar. Y una sensación extraña. Me sentía más pequeña, menos yo misma. Una mano se posó sobre la mía con delicadeza. Reconocí el tacto de esa piel, áspero pero increíblemente leve, como el de un pájaro al posar sobre las ramas de cualquier árbol. Esbocé una sonrisa y abrí los ojos poco a poco, buscándole con la mirada. Y allí estaba, al lado derecho de mi cama, con el semblante en calma, pero a la vez desbordante de felicidad.

-¿Cómo estás?

-Bueno, me siento un poco extraña, pero me recuperaré-contesté incorporándome en aquella cama de hospital- ¿Cómo está Blanket?

-Están haciéndole unas pruebas para ver que todo está bien.

Asentí y no dije nada más. Me quedé allí, contemplándole, absorbiendo esa paz que desprendía y llenándome del aura que emanaba. No tardó en acudir la sangre a mis mejillas, coloreándolas. Michael sonrió al darse cuenta y acarició mi rostro, amoldando la forma de su mano en él, como siempre hacía.

-¿No te cansas nunca de ponerte roja? –Comentó, divertido.

-¿Ni tú  de ser tan insoportablemente perfecto?

Nos desafiamos unos segundos con la mirada, hasta que rompimos a reír. Era tal la felicidad que sentía, la calma… Que hubiese deseado congelar ese momento en mi retina y vivir de él hasta el final.

Unos nudillos llamaron a la puerta, para dejar entrever a Janet, que arrullaba con mimo a Blanket entre sus brazos.

-Michael, ya está. Está todo perfecto y ya nos podemos ir. He llamado al chófer y está esperando abajo, así que cuando queráis…

Él me miró con la interrogación en sus ojos, pero en ese ocasión no le correspondí la mirada, pues toda mi atención se hallaba concentrada en el bebé que se encontraba en los brazos de su hermana. Mi hijo, por imposible que eso me pudiese parecer.

-Janet…-Murmuré-¿Puedo…?

No me hizo falta esperar ninguna respuesta. Ella se acercó y colocó a Blanket, envuelto en una manta, sobre mis brazos.

Ojalá pudiese describiros de alguna manera lo que sentí en ese momento, pero de alguna manera u otra, esa era la prueba irrefutable de que todo lo que había sucedido, era real. Que no lo había hecho tan mal, al fin y al cabo. Pero sobretodo, que había dado a Michael lo que cualquier persona que le quisiese como yo habría deseado: Felicidad.

Finalmente, tras ducharme y vestirme, salimos del hospital y volvimos a Neverland, lugar en el que presentamos a Blanket a Paris y a Prince, que se mostraron encantados con la idea de tener un nuevo hermano con el que jugar.

-¿Qué te parece si esta noche cenamos fuera? Entre las atracciones y las luces-me susurró Michael al oído en un momento determinado de la tarde.

-Claro, me encantaría- Respondí mientras me acercaba a él y le robaba un beso.

-Los dos solos.

-Eso suena aún mejor.

Esbozó mi sonrisa predilecta y se levantó.

-Perfecto, pues voy a organizarlo todo.

Y sin más, abandonó el salón sin dejar de sonreír ni un solo momento.



*NARRA MICHAEL*

Salí del salón con una sonrisa permanente en mi rostro. Me sentía desbordado de felicidad, no sólo por el nacimiento de Blanket, si no por ella. Por todo lo que me regalaba, todo lo que me aportaba. Todo cuanto hacía por mí sin pedir nada a cambio. Por su lealtad, por su cariño. Era, sencillamente, más de lo que podría haber deseado nunca: Amar y ser amado.

-Michael- susurró una voz.

El miedo paralizó mi cuerpo. Conocía ese sonido demasiado bien, pues había pasado muchos años temiéndolo, junto con ella. Giré sobre mis talones y me enfrenté a la persona que se encontraba a la derecha, apoyado sobre la encimera de la cocina.

-Hola Eric, cuánto tiempo.

-Sabías que volvería.

-Sí, así es.

-Y sabes el día que es hoy, ¿Verdad?

Mi cuerpo empezó a temblar involuntariamente del miedo.

-Sí-me limité a contestar- Pero Eric, dame una noche más. Déjame sólo esta noche. Hazlo por ella.
Él me estudió con la mirada, con el semblante aún más serio de lo habitual.

-Una noche, Michael. Nada más.