martes, 22 de febrero de 2011

Capítulo 80.


Lo medité unos instantes… tampoco venía a cuento ese grito por mi parte, ya que estaba más que advertida de que podía ocurrir. Quizás lo que me alteró fue esa tranquilidad en él a la hora de contármelo.

-Sabía que ibas a gritar- dijo mientras jugueteaba absorto con uno de sus rizos.

-¿Y qué querías que hiciera, Michael? Si te parece mejor te sonrío y te digo que no pasa nada.

-Era una buena opción.

Odiaba su indiferencia ante estos temas. ¡Estábamos hablando de sus hijos! Y aún así, ahí estaba él, tirado en la cama, jugando con su pelo, y con la mirada ausente.

Frustrada, suspiré y me levanté de la cama. Estaba claro que no le apetecía hablar, y yo tampoco me encontraba de humor como para escuchar sus palabras, por lo que me vestí y abandoné la habitación.
Al cerrar la puerta tras mi paso, permanecí unos segundos en silencio sin desplazarme, a la espera de escuchar a Michael salir a buscarme. Pero tampoco fue así.

Poco a poco sentí como mis ojos se humedecían dejando escapar toda la rabia y preocupación por la actitud de Michael.
Con la mirada nublada por las lágrimas, descendí las escaleras hasta llegar a la cafetería del hotel. Necesitaba pensar, necesitaba despejarme, aclarar dudas. Necesitaba…

Una cara que me resultaba familiar me sonrió al verme aparecer por el resquicio de la puerta del local. Quizás esa persona si me ayudaría.

Con paso titubeante, me acerqué a Eric y me senté frente a él. Me miró compasivo.

-¿Cómo estás?

No pude soportarlo más. Dejé caer la cabeza sobre mis manos y sollocé como hacía tiempo que no me ocurría. Sencillamente, no podía acarrear más con aquello. Era demasiado para mí.

-No puedo más, Eric. Ya no sé…como llevarlo.

-Lo comprendo. Pero tú escogiste esto.

-¡Lo sé! Sé lo que escogí y repetiría mi elección cientos de veces, con los ojos cerrados. Desde que conocí a Michael he visto todo más o menos claro, las cosas no se han complicado demasiado. Pero ahora… No sé cómo actuar.

Sentí como Eric posó sus manos sobre las mías.

-Tú sabías que esto podía ocurrir si te quedabas a su lado, sabías que hay cosas que no ibas a poder evitar. En cuestión de un año y pocos meses, Michael se va a casar con Debbie. Tú lo sabes, al igual que sabes que ella será la madre de sus hijos.

No fui capaz de responder. Era tal la pena que obstruía mi corazón, que me era imposible pronunciar palabra alguna. Eric continuó hablando.

-Él te quiere. ¡Claro que sí! Más de lo que jamás puedas imaginar. Pero poco a poco, empieza a comprender que aunque estés a su lado toda su vida hay algo que no vas a poder ofrecerle. Algo que ansía prácticamente desde que te conoció, o incluso desde antes: Una familia.

-Pero la prefiere a ella.-logré murmurar

-Prefiere lo que ella puede darle, nada más.

Con lentitud, levanté la mirada hasta encontrarme con la de Eric. Era evidente que él no iba a mentirme, de hecho era la persona de la que más podía fiarme en ese momento, no me cabía ninguna duda.

-¿Qué hago entonces?

-Regresa. Regresa hasta que Michael tenga su ansiada familia. Quedándote durante estos 2 años no vas a hacer otra cosa que no sea sufrir. No mereces eso.

¿Perder otros 2 años? Pensé para mis adentros. ¿2 años menos? Sin embargo en aquella ocasión no tenía fuerzas para negarme. Si Michael en ese momento necesitaba otra cosa, yo estaba dispuesta a ofrecérsela, aunque ello significase perder tiempo. Así que una vez más, cogí aire antes de pronunciar mi respuesta.

-Está bien.

-Pero Isabel, ten en cuenta que serán dos años enteros. Tanto aquí como en el 2011. Tienes que comprender que si sigues sin crecer, sin cambiar, Michael lo va a notar. Y no te conviene. Lo sabes.

-Haz lo que desees Eric, pero quiero irme de aquí.

Él sonrió casi imperceptiblemente, y apoyó su mano con suavidad sobre mi mejilla. Y como era de esperar, en un par de segundos… me desvanecí, perdiendo el conocimiento.

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-¡Isabel! ¡A desayunar!

Los gritos de mi madre me despertaron, haciéndome abrir los ojos de golpe. Me incorporé, mirando a mi alrededor. Sí, había regresado.

De nuevo me encontré en mi pequeña, desordenada pero iluminada habitación, que dejaba bastante que desear si la comparaba con mi cuarto de Neverland. De cada una de las paredes colgaban decenas de posters, todos de Michael, que me devolvían la mirada. Esa mirada que tantas y tantas veces, me había hecho perder la noción del tiempo.

-¡Hija! ¡Se te va a enfriar el desayuno!

No me sentía cómoda en ese lugar, así que abandoné mi habitación y me dirigí a la cocina. Mis padres se encontraban allí, desayunando tranquilamente mientras escuchaban la radio, como cada mañana. Nada había cambiado.

Bostecé y abrí la nevera para sacar el cartón de leche.

-¿Qué tal has dormido? Ayer con todo lo del musical que fuiste con Amanda supongo que descansaste poco.

Me detuve en seco a medio camino del microondas. ¿1 día? ¿Sólo había pasado un día? Definitivamente, iba a volverme loca, no me cabía ninguna duda. Opté por fingir y seguir la corriente a mi madre.

-Bien, la verdad es que estuvo muy bien. Tengo ganas de volver.

-Ya le lo imagino…¡Con lo fan que eres de Michael…!

Sólo escuchar su nombre provocó que todo mi cuerpo vibrara de arriba abajo. Si de verdad tenía que esperar 2 años hasta volver a verle, iba a tener que remodelar mi habitación entera, para así evitar ver o escuchar cualquier cosa que me recordase…a él.

Desayuné con tranquilidad, con la mente completamente en blanco. Me negaba a pensar.
Simplemente quería… ser la misma chica de antes, nada más.
Pero… sucedió algo extraño.

Tras terminar el desayuno, sentí como me sobrevenían unas arcadas, apremiantes por salir al exterior. Como pude y con la mayor rapidez posible, tapé mi boca con una mano y corrí la cuarto de baño.
Me arrodillé frente al inodoro y retirándome el pelo, vomité todo el desayuno. Tras unos minutos, me dejé caer sobre el suelo, jadeando por el esfuerzo que había realizado y replanteándome desayunar por las mañanas. Mi mirada se quedó clavada en el pequeño calendario que colgaba sobre uno de los espejos.

Miré la fecha, y sentí como se me cortaba la respiración. ¿Cuánto había pasado desde mi último…? Eché las cuentas mentalmente: “1, 2, 3… no, es imposible. Otra vez: 1,2,3,4…. Oh, no. No puede ser”

Me lavé los dientes y corrí hasta mi habitación, presa del pánico. Pero al llegar… no estaba sola.

Eric me miró con la rabia escrita en sus ojos desde una esquina de mi cuarto.

-Lo has estropeado todo- susurró apretando los dientes.

-No he estropeado nada. ¡Me dijiste que regresara, y regresé!

-¡Eso no, imbécil!-gritó. Me encogí ante el repentino cambio de su voz- me refiero a que estás embarazada.

Embarazada. Imposible. Imposible. Imposible. Si estuviese embarazada tendría nauseas, retrasos en el período…


Que era lo mismo que me había sucedido esa mañana.

Abrí la boca por la sorpresa y observé a Eric con los ojos abiertos como platos.

-Pero…¿Quién? Quiero decir, ya sé de quién es… me refiero… ¿Cuál de sus hijos es?

-¿No lo sabes?

Lo medité un par de segundos.

-¿Prince? ¿Paris?

-No, Isabel… Blanket.

jueves, 3 de febrero de 2011

Capítulo 79.


Sonreí satisfecha después de escuchar sus palabras. Nos sumimos en el más intenso silencio. ¿Qué necesidad había de hablar? Muchas veces, el estar los 2 juntos abrazados, superaba los límites de cualquier conversación posible. Fue Michael quien rompió la quietud del momento al cabo de unos minutos.

-¿Quieres cenar?

-Pues… no tengo hambre, la verdad.

-Podemos ir a dar un paseo, a conocer la ciudad…-sugirió.

-Mmmm… No, gracias. Me apetece pasar la noche contigo, aquí y ahora.

Él sonrió, y no contestó a mi petición. Siempre había sido así de comprensivo, aunque yo no lo deseara. Muchas veces deseaba que rebatiese mis palabras, que estuviese en desacuerdo conmigo. Pero era tan sumamente encantador, que todo lo que pudiese hacer por mí le parecía poco. Así era él. Así era como yo le quería.

Siempre con el tacto de una pluma, me tumbó sobre la cama, y me abrazó con delicadeza. Sentirle tan cerca era la única manera en la que conseguía olvidarme de todo, hasta de mí misma.

-¿Sabes?-comentó en un susurro- No me ha ido muy bien en el ensayo.

-Eso sí que no me lo creo.

-No crees nada de lo que te digo.

-También es verdad-contesté.- ¿Cómo decías que te llamabas?

-Michael.

-¡Menuda mentira…!

Rompí a reír con fuerza como hacía tiempo que no recordaba. Él no tardó en unirse a mis risas mientras me hacía cosquillas.

-¡Para, para…!-chillé entre risas espasmódicas.

Se colocó sobre mí y comenzó a intensificar la tortura mientras continuaba con las cosquillas.

-Perdona, es que soy sordo y no te he oído, ¿Qué dices?- dijo esbozando una enorme sonrisa.

No pude responder, pues prácticamente me encontraba retorcida de una manera humanamente imposible y riéndome sin parar, hasta el punto en el que me comenzó a doler la tripa y a faltarme el aire.

-Pretendes matarme, ¿verdad?- conseguí decir.

-No, para nada.

-¿Ves como mientes?

-Con que esas tenemos, ¿Eh? ¿Tienes cosquillas en los pies?-preguntó con malicia.

-¡NI SE TE OCURRA!

-Shhh, calla…nos van a escuchar los paparazzis. Si sigues así mañana habrá un titular en todos los periódicos que diga “El rey del Pop asesina a una joven indefensa”.

Logré alcanzar a duras penas una almohada que se hallaba a un lado de la cama, y con las pocas fuerzas que me quedaban se la lancé a la cara, momento en el cual tuvo que soltarme.

-Soy una joven indefensa. Y quiero una revancha.

Y sin más, me lancé sobre él y aterrizamos en el suelo de la habitación. El estruendo de nuestras risas a continuación bien podría haber despertado a todo el hotel.

-Michael, ¿Quieres callarte? Se te oye a ti cuatro veces más que a mí.

Él, en cambio, me sacó la lengua.

Llamaron a la puerta. Me quedé petrificada. Ya sabía que nos iban a escuchar, ¡con el escándalo que estábamos armando…!

Así que sin más, y para evitar que Michael muriese asfixiado por su ataque de risa, me incliné sobre él, presionando mis labios contra los suyos. No tardó en corresponderme de buena gana, aumentando la intensidad del beso. Sentir de nuevo su respiración en mi rostro causó que todo mi cuerpo se estremeciera al ritmo de los latidos de mi corazón. Sin dejar de besarme, Michael se incorporó y me alzó en sus brazos para tumbarme sobre la cama. Cogió mis manos y las colocó sobre la almohada, impidiendo así algún movimiento por mi parte.

Sus labios continuaron besando cada centímetro de mi piel, siempre con la presión suficiente como para provocar que se viese envuelta en una serie de descargas eléctricas. No tardé en darme la vuelta y colocarme sobre él, acariciando con mis manos cada rasgo, cada curvatura de su piel, todo aquello que para mí era la perfección y que no dejaba de enloquecerme a cada momento. Él no dejaba de observarme, siempre con ese fuego en la mirada, el mismo que parecía hacer que sus ojos brillaran. Siempre con cuidado desabroché cada botón de su camisa, dejando al descubierto su torso. Lo quería todo de él. No había fallo o imperfección capaz de detenerme, pues para mí no había nada de eso.

Durante el resto de la noche, no dejé de maravillarme de la magia que nos envolvía cada vez que hacíamos el amor, ni de sus besos suaves pero ardientes a la vez, ni de la manera en la que me acariciaba, desde las manos hasta donde la imaginación puede llegar. Finalmente, caí rendida entre sus brazos, completamente exhausta tras tantas horas de pasión y sentimiento. Michael aún continuaba con la respiración agitada.

-Algún día acabarás conmigo- susurró mientras me besaba el pelo- Con lo pequeña y enana que eres…Pensé que no ibas a cansarte nunca.

Refunfuñé y le mordí el cuello con cuidado.

-Mejor que te calles y no estropees el momento- contesté aún con mis labios sobre su piel.

-Qué poco sentido del humor tienes…-se quejó Michael.

Volvimos a reírnos. Michael comenzó a acariciarme el brazo, dibujando formas invisibles en él.

-Michael…

-¿Sí?

-¿Por qué has dicho que te ha ido mal el ensayo?

-Ah, eso… no tiene importancia.

-Dímelo…

-Vale, pero prométeme que no armarás una de tus discusiones.

-Lo prometo.

-Es por Debbie. Me ha propuesto ser el padre de sus hijos.

-¿¡QUÉ?!