miércoles, 31 de marzo de 2010

Capítulo 32.


-Menos mal que los he encontrado, no tienen ni idea de lo peligroso que es estar aquí solo.

Estuvo regañándonos durante todo el camino hasta la salida, pero la ignorábamos. Michael me lanzaba miradas ardientes y a veces dulces sonrisas. Yo sencillamente no podía creer que tuviera tanta suerte. Tenía a la persona perfecta a mi lado. Lo tenía todo. Suspiré de alivio cuando salimos de la pirámide, y por una vez agradecí el agobiante calor. Sentí como el color volvía a mis mejillas.

-Bueno, mi trabajo termina aquí- anunció la mujer.- les dejo los camellos. Señor Jackson, si desea realizar cualquier otra excursión, no dude en pedirlo.

-Gracias- respondió él.

La guía se marchó. Miré a los 2 camellos disgustada.

-No te gustan.

-Ni lo más mínimo.

-Vamos, te echo una carrera.

Me eché a reír.

-¿En esto?

-Claro.

Me subí a uno de los camellos y él se subió a otro. Antes de que me diera tiempo a prepararme, su camello ya corría a grandes zancadas.

-¡Tramposo!- le grité. Oí su risa en la distancia. Di un golpe al lomo del camello y empezó a trotar rápidamente.

No tardé en alcanzar a Michael. No hablamos. Simplemente, galopábamos con una sonrisa en el rostro. No había nada a nuestro alrededor, sólo arena. Era tal la sensación de libertad, que creí por unos instantes que si saltaba podría volar. Él me leyó el pensamiento.

-¡Mira, soy un águila!- exclamó.

Extendió sus brazos sin temor alguno, y aulló de felicidad. Aún hoy tengo grabada esa imagen en mi cabeza. Jamás le había visto tan feliz, tan libre de esa fachada que había edificado para evitar que le hiciesen daño.

No tardamos en llegar al hotel. Bajé del camello con las piernas doloridas y agarrotadas. Me senté en los escalones dorados para examinármelas. Un feo hematoma comenzó a hacerse notar.

-¿Te has hecho daño?- me preguntó Michael.

-Un poco. La próxima vez asegúrate de que sean caballos.

-Si, señorita- respondió.

Procedí a levantarme, pero él me lo impidió. Me levantó y me sostuvo entre sus brazos.

-Mike…puedo subir sola.

-De ninguna manera.

No me iba a dejar quejarme, así que desistí. Subimos a la habitación en cuestión de minutos. Al llegar, me depositó en la cama y tapó mi boca con su mano. Incrustó sus ojos negros en los míos, desatando todo el poder de su mirada.

-No te muevas- dijo.-ahora vengo.

Salió de la habitación. Me incorporé y comencé a morderme las uñas, nerviosa. Recé para que la señora de la limpieza o Dave aparecieran, pero no sucedió. Al cabo de unos minutos, Michael volvió, con una bolsa de hielos. Suspiré.

-Mike…es solo un moratón…no hacen falta los hielos.

-Shh, calla. Túmbate.

No me quedó otra que obedecer. Percibí como un hielo, guiado por su mano, pasaba por mi pierna en círculos. El dolor desapareció y cerré los ojos del alivio.

-Gracias- murmuré.

Escuché como se colocaba sobre mí. Mi cuerpo se tensó repentinamente, alerta. Acarició mis labios con su mano, siempre de ese modo tan dulce que me hacía enloquecer, para luego besarme después. Sentí algo frío. Estaba besándome mientras sostenía el hielo con sus dientes. De nuevo la sangre ardió bajo mis venas, erizándome el vello de la nuca. Después descendió por mi cuello, arrastrando el hielo consigo.

No aguante más. Ya estaba cansada de mantener las formas. Le agarré de la camisa y le tumbé a un lado de la cama, poniéndome encima suya. Le miré a los ojos un instante, sólo para cerciorarme de que aprobaba mis movimientos. Las llamas de su mirada estaban más encendidas que nunca. Le besé, con la misma dulzura con la que él me besaba a mí, memorizando sus labios en mi mente. Pude sentir como su respiración se agitaba, lo que provocó que un escalofrío me recorriera.

Abandoné sus labios para besar su cuello. Su olor me hacía perder la cabeza, era como una droga para mí. Con mis dientes le enganché una de sus orejas, tirando de ella suavemente, como él hizo con mis labios. Entonces sí que se estremeció bajo mi cuerpo, lo noté perfectamente. Por primera vez sentí que tenía el control de la situación, pero me equivocaba. Me aferró las manos y me tumbó a su lado, aún con la respiración agitada.

-Aún no pequeña, no es el momento.

-No lo entiendo- contesté enfadada, intentando regular los latidos de mi corazón.

-Soy un caballero… ¿recuerdas?

Capítulo 31.


Nos besamos durante unos minutos. No había nada que me gustara más que sentir la calidez de sus labios sobre los míos, la manera dulce y protectora en que me rodeaba con sus brazos, ni su respiración acariciando mi rostro. Si por mí fuera, podría besarle durante horas. Fue él quien cortó la magia.

-Escucha- susurró.

Agudicé mi oído, pero no percibía ningún tipo de ruido.

-No oigo nada.

-Precisamente por eso. ¿Dónde está la guía?.

Cerré la boca con fuerza mientras me sobrevenían unas ganas irremediables de echarme a reír. No pude evitarlo y acabé riéndome a carcajadas. Michael me miró enfadado.

-No es gracioso pequeña. ¿Y si nos quedamos encerrados?

Me reí con más fuerza que antes. Comenzaron a llorarme los ojos, por lo que tuve que secármelos con una de mis manos. Era mortalmente divertido ver la cara de terror que tenía Mike. Cuando se me pasó el ataque de histeria, por fin hablé.

-Vamos a ver. Es cierto que los subterráneos de las pirámides son muy peligrosos. Pero créeme, sólo hay una salida. Así que si esperamos aquí, seguramente volverá en un rato. Además, es su trabajo. Sabrá encontrarnos.

-¿Estás segura?

-No me lo puedo creer Mike. ¿De verdad estás asustado?

-Un poco, sí.

-No lo parecías cuando me besabas delante de nuestro amigo- me burlé.- anda ven.

Le cogí de la camiseta y me senté en el suelo, arrastrándole conmigo. Le abracé y nos quedamos en silencio, esperando. Me fascinaba la facilidad que tenía Michael para pasar de ser un seductor nato, a un hombre inocente y temeroso.

-¿Tu no tienes miedo?- me preguntó.

Negué con la cabeza.

-¿A qué lo tienes entonces?

-Si te lo digo, te reirás.

-No, no lo haré.

-Está bien…a las avispas.

Y empezó a reírse en mi cara. Le miré mosqueada.

-Me dijiste que no te ibas a reír.

Ignoró mis palabras. Siguió riéndose hasta que le faltó el aire. Me encantaba su risa. Recordé aquellos meses de pesadilla, los anteriores a esas 3 semanas, en los que lo único que me podía sacar una sonrisa era ver vídeos suyos, y escuchar sus carcajadas.

Hice un mohín para luego darle la espalda. Me acarició el hombro.

-Venga pequeña…no te enfades.

Le ignoré, aunque sabía que no me sería fácil mantenerme en esa compostura durante mucho más tiempo. Casi al instante ya le tenía frente a mí, mirándome con curiosidad.

-Eres aún más adorable cuándo te enfadas… ¿lo sabías?

Hice ademán de volver a girarme, pero él me lo impidió, acercándose a mí de nuevo para besarme.

-Si crees que te voy a perdonar después de que me beses, estás muy equivocado.

-Sabes que eso no es verdad. Esta mañana te besé y no volviste a mencionar el tema.

Apreté los dientes.

-¿Siempre llevas esa estúpida razón que tanto me cabrea?

-Sí. Siempre y cuando se trate de ti.

Decidí dejar de intentar discutirle. Siempre me rebatía todo, desmontando mis esquemas y dejándome sin argumentos. Me miró de aquel modo abrasador de nuevo, hechizándome. Siempre me había considerado una persona con bastante autocontrol, pero cuando me miraba de esa manera, no había forma humana de resistirse. Me echó hacia atrás un mechón de mi pelo, y luego se inclinó sobre mí, amoldando sus fríos labios sobre mi cuello. Una descarga eléctrica azotó mi corazón, haciendo aumentar la frecuencia de los latidos a límites insospechados. Siguió besándome el cuello, a veces subiendo hasta rozar mis orejas, y otras descendiendo hasta mis hombros. Estaba a punto de tirar los papeles y lanzarme sobre él.

-Mike, he oído algo- me inventé para que dejara de provocarme.

Funcionó. Levantó la cabeza y miró a su alrededor.

-¿Dónde?

-no sé…por allí.

Esbozó mi sonrisa predilecta, aquella que siempre tenía grabada en mi mente.

-Eres una mentirosa pésima. Sabes que esto no va a quedar así.

Me estremecí. En ese momento oímos unos pasos.

Era la guía.

martes, 30 de marzo de 2010

Capítulo 30.


-No, supongo que no hay problema.

Avanzamos a lo largo de aquel desierto durante unos minutos. El calor era sofocante, ni siquiera el sombrero que llevaba puesto me ayudó a aliviarlo. Eso me hizo caer en la cuenta de algo.

-Mike…creo que tú necesitas más el sombrero que yo.

-Lo dudo. ¿Te has visto? Parece que te vas a desmayar en cualquier momento.

-Pero tú…tienes alergia al sol.

-¿Desde cuándo?- dijo riéndose.

Mierda. Me pregunté en mi fuero interno cuántas veces más iba a meter en la pata en lo que quedaba de mañana. Busqué una respuesta ingeniosa, pero no la encontré. Por suerte, llegamos a una especie de tienda de campaña, donde se encontraban 2 camellos. Los miré con desagrado. Michael en cambió se acercó a uno de ellos y comenzó a acariciarlo. Se giró hacia mí.

-¿Verdad que son dulces?

-Sí, es una cosa…

Vino hacia mí y me agarró de la cintura.

-Venga, sube.

-¿Es necesario?

-No sé, tu misma.

Suspiré e intenté subir, lo cual no lo logré, por lo que Michael me cogió en brazos y me ayudó a subir. Se colocó detrás de mí. Me sonrojé de nuevo al tenerle tan cerca de mí, a sentir su cálida respiración en mi cuello.

-¿Están listos?- preguntó la guía.

Sacudí la cabeza, aturdida. Empezamos la marcha.

-Coge las riendas- me susurró él al oído- estos animales son muy despistados.

Le obedecí. Era realmente incómodo viajar en camello, a cada paso se movía mucho, provocando que Mike y yo estuviéramos en continuo contacto. Y eso, no ayudaba nada. El trayecto transcurrió en silencio. A veces la guía nos contaba anécdotas de aquel lugar, así como del clima, la temperatura, la fauna…

Tras media hora en ese incómodo medio de transporte llegamos a Keops. Bajé del camello y admiré la belleza de tal construcción. El sol incidía en la cumbre de la pirámide, proyectando su sombra en el suelo. Caminé hacia ella y posé mi mano sobre uno de los ladrillos. Fue algo mágico. Pude sentir la historia, la magia, las leyendas de cientos de años al alcance de mi mano.

La voz de Michael me sacó de mi ensoñamiento.

-Mágico…¿verdad?

-Sí, es increíble. Realmente no tengo palabras.

Después de un largo rato, entramos en la pirámide. La roca estaba fría, lo cual hizo que la temperatura ambiente bajara muchos grados. Percibí un brazo sobre mis hombros. Era el suyo. Bajamos a lo largo de aquellos lúgubres y angostos pasadizos, iluminados con antorchas. La guía nos ofrecía su habitual monólogo, pero no la presté atención alguna. Pasamos por delante de un sarcófago.

-Dicen que el alma de los faraones fallecidos velan su tumba, protegiéndola- comentó aquella mujer.

-¿Sabes que todos los faraones que han muerto, en su mayoría han fallecido por amor?- me preguntó Michael en un determinado momento.

-No, no lo sabía.

-Pues sí, así es. Supongo que el amor es lo mejor y lo peor que le puede pasar a alguien en la vida, ¿no?

Me giré sobre mis talones para mirarle. Me sorprendió la manera en que había adivinado mis pensamientos, era como si viera dentro de mí.

-Lo dices como si tu hubieras sufrido mucho por amor…-comenté haciéndole burla.

-Pues claro que sí. Al menos en mi adolescencia. Ahora ya no.

-No hace falta que lo jures. Tienes a medio mundo a tus pies.

- No me interesa tener a medio mundo a mis pies. Me interesa tenerte a ti, pequeña.

Nuevamente pestañeé, asombrada. ¿Dónde había recibido semejantes clases de seducción?

Michael se acercó a mí lentamente, con el semblante serio. La luz de las antorchas se reflejaba en sus ojos, dando la sensación de que literalmente tenía fuego en la mirada. Me aprisionó contra la pared. Miré a nuestro lado, dónde se encontraba uno de los sarcófagos.

-No creo que a nuestro amigo el faraón le haga mucha gracia que nos dejemos llevar delante suya.- dije intentando ser sarcástica.

-¿Tú no sabes que a los faraones les quitaban los ojos, las orejas, y la lengua al morir? No puede ni vernos, ni escucharnos, ni decirnos nada.

-Mira que eres macabro a veces- comenté sacándole la lengua.

El sonrió una vez más. Y volvió a presionar sus labios contra los míos.

Un pequeño inciso :)

Hago una parada en esta historia para agradecer el apoyo que me estáis brindando todos los que me leéis...
Este fic/novela surgió de improvisto, una mañana que necesitaba desahogarme, y nunca me imaginé que fuera seguida por alguien.
Escribo estos capítulos con todo mi respeto y admiración hacia él, Michael Jackson. Algunas personas, para recordarle, escuchan sus canciones, otras escriben poemas. Yo sólo dejo volar mi imaginación, y le imagino a mi lado. Es mi manera de rendirle tributo.
Si alguien lo considera una falta de respeto hacia su persona, pido perdón, pero no por ello voy a dejar de escribir.

En especial, a mi querida Judith, Selene, Janire, Paoli95, Gema, Elenya, Liznieves, mjj1992, Mary in the mirror,pyt 21...muchísimas gracias a todas, por animarme a seguir escribiendo y compartir conmigo parte de mi sueño.

Muchos besos :)

lunes, 29 de marzo de 2010

Capítulo 29.


No permanecí mucho más tiempo sentada. Necesitaba explicaciones. Y las necesitaba rápido. Me levanté rápidamente y comencé a andar, siguiéndole a una distancia prudencial. Dobló la esquina. Subió las escaleras, pero se detuvo en seco a mitad del trayecto. Me había escuchado, por lo que se dio la vuelta, contemplándome impasible. Caminé hacia él hasta que estuvimos a un par de metros el uno del otro. Pero no dijo nada. Su mirada rebosaba fuego, así que rehusé mirarle a los ojos.

-Michael Joseph Jackson-dije enfatizando cada palabra- ¿se puede saber que te pasa?

Se encogió de hombros.

-No lo sé.

Esperé, pero al parecer, eso era todo lo que tenía que decir.

-No puedes besarme, luego pedirme que todo vuelva a ser como antes, y al día siguiente besarme de nuevo.

-¿Por qué no?

Pestañeé, sorprendida.

-¿Cómo que por qué no? Pues porque no.

Se echó a reír.

-¿Ves? No encuentras un motivo para decirme por qué no puedo hacerlo.

Fruncí los labios con fuerza. Sí lo había.

-Mike… si nunca voy a saber cómo me tratarás mañana, si me besarás, si seremos amigos, o si me ignorarás… ¿Cómo voy a acostumbrarme?

No me contestó. Descendió un par de escalones, hasta donde yo me encontraba. Cogió mi rostro entre sus manos, y desató sobre mí toda la fuerza de su mirada. Cerré los ojos, intentando así aclarar mis ideas. Sentí su aliento sobre mis labios, por lo que deduje que le faltaría muy poco para besarme.

-¿Y por qué has de acostumbrarte?

Y tras decir eso, me besó. Sobra decir que estaba echa un lío, así que aparté el orgullo, la dignidad y la madurez para rodearle con mis brazos, amoldando mi cuerpo al suyo. Me sujetó por la cintura, pegándome más a él de lo que ya lo estaba. Sentí como mi piel ardía, como se me aceleraba el corazón, como temblaba el suelo a mis pies…cuando dejó de besarme en la boca para dirigirse a mi cuello, vi a su guardaespaldas.

-Disculpe, señor Jackson, pero la excursión privada a las pirámides va a comenzar en 5 minutos.

Se separó de mí, abrí los ojos, y percibí como se apagaba aquel fuego en sus ojos. Me dedico una sonrisa.

-Cierto.

-¿Qué excursión?- pregunté mientras notaba como mi corazón volvía a latir a una frecuencia normal.

-La excursión que contraté ayer cuando llegamos. Vamos a entrar en la pirámide de Keops.

-¿De verdad?

Michael asintió, sin dejar de sonreír.

-Claro. Normalmente está prohibida la entrada, pero…

-Si, ya lo sé…eres Michael Jackson- añadí adelantándome a sus palabras.

-Ahora vamos Dave- dijo dirigiéndose al guardaespaldas.

Dave se marchó y de nuevo nos quedamos él y yo, solos. Se echó a reír.

-¿Ahora qué pasa?

-Me encanta cuando pones esa cara de desconcierto.

-Sí, debe ser una cara muy común en mí, ¿no? Qué quieres que le haga, me sorprendes.

Levantó la cabeza, simulando rebosar arrogancia.

-Eso ya lo sé.

Me eché a reír y me lancé a sus brazos para robarle un beso. Me contempló extrañado.

-Yo también sé sorprenderte.-añadí.

Eché a correr por los pasillos del hotel, mientras escuchaba como me perseguía. Finalmente me alcanzó.

-Te pillé.

Me retiró el pelo a un lado y me dio un beso en el cuello. Me estremecí de nuevo. Una mujer alta y desgarbada se nos acercó.

-Disculpen…debemos irnos ya.

La seguimos al salir del hotel y, de nuevo, me golpeó aquel calor asfixiante. No me dio tiempo ni a quejarme, ya que Michael se quitó su sombrero y me lo puso. Le sonreí agradecida.

-Esto…-pregunté a la guía- ¿vamos a tener que ir andando? No parece que esté muy cerca.

-No, claro que no. Cogeremos un par de camellos, si no os importa ir los dos en uno.

Miré a Mike y me devolvió la mirada. Sus ojos ardieron de nuevo.

Capítulo 28.


Tras ese momento, nos quedamos callados, mirándonos. Desconocía que estaba pasando por su mente, me sentí algo incómoda, así que retiré mis ojos de los suyos, entré en la habitación, y me tumbé en la cama. Era incapaz de asimilar lo que había pasado, además me iba a costar horrores volver a tratarle como el principio, como si tuviéramos la pura amistad de aquellas 3 semanas anteriores. Oí unos pasos (supe que eran los suyos, ya que hacía tiempo que era aficionada a reconocerlos), y a continuación como se cerraba la puerta. Suspiré y me incorporé. Se había marchado.

Un sentimiento de culpa me envolvió, desde la cabeza hasta los pies. Pero también era cierto, que yo no había iniciado aquello. Decidí dejar de darle vueltas y traté de dormirme, algo que conseguí no sin esfuerzo.

Un pequeño ruido provocó que me desvelara. Percibí como el colchón cedía, por lo que supe que Michael había vuelto. Abrí los ojos. Se encontraba de espaldas a mí. Quise abrazarle, apoyarme sobre su pecho, y dormirme mientras él me cantaba sus canciones. Pero no era el momento más indicado para ello. Aún así, odié la distancia que nos separaba (había vivido 19 años lejos de él y no estaba dispuesta a que volviera a suceder), por lo que me arrimé a él e incliné mi cabeza sobre su hombro. Y casi al instante, se dio la vuelta y me rodeo con sus brazos. No dijo nada, aunque tampoco era necesario. Me besó en la frente dulcemente y cantó para mí, hasta que volví a dormirme.

La claridad del día que incidió en la habitación me despertó. Maldije en mi fuero interno que no existieran las persianas. Cerré los ojos con fuerza hasta que me dolieron.

-¿Qué hora es?- pregunté colocando un cojín sobre mis ojos.

Sentí su mano acariciándome los hombros.

-Temprano aún. Son las 7 y 30.

-He pasado una noche espantosa. Apenas he dormido.

-Bueno, ya somos dos.

Preferí no preguntar el por qué, estaba segura de que conocía los motivos.

Bostecé y aparte el cojín a un lado. Abrí los ojos .Me sorprendió la inexistente distancia entre nosotros. Nuevamente, tenía su perfecto rostro a escasos milímetros del mío. Disimuladamente, intenté alejarme un poco. Mi autocontrol no era perfecto, y tenerle tan cerca no ayudaba a que siguiéramos con esa “amistad pura e inocente”. Me aferró la mano con fuerza.

-Espera.

Le miré y observé como en sus ojos se llevaba a cabo el más extraño de sus debates internos. Me acercó a él. Evité mirarle a los ojos, pues si lo hacía estaba más que segura de que me perdería en su mirada.

-¿Qué ocurre Michael?

-No, no me llames así. Llámame Mike, como ayer.

-Está bien. ¿Qué pasa?

Suspiró y se apartó uno de sus rizos. Contempló el techo de la habitación, rehuyendo mirarme.

-Ni yo mismo lo sé. Creo que tengo que decirte algo…

Me mantuve a la espera, por primera vez no tenía ni idea de lo que quería hablarme. Pasaron largos minutos…

-¿Mike?

-Me voy a duchar.- se levantó, cogió algo de ropa, y se encerró en el baño.

Sacudí la cabeza, desconcertada. ¿Qué se suponía que estaba pasando? ¿Por qué ese trato frío e indiferente en cuestión de minutos? Me levanté y me fui al balcón. Admiré la belleza de las pirámides durante largo tiempo, evadiéndome. Escuché de nuevo como Michael abandonaba la habitación. De nuevo sin decir nada, de nuevo sin despedirse. Me empezaron a picar los ojos, y supe que era cuestión de segundos que me echara a llorar, por lo que cogí la ropa que me había comprado el día anterior, me duché, y me vestí. Al ver mi rostro en el espejo comprendí que desde luego, ese no iba a ser uno de mis mejores días.

Bajé las escaleras hasta llegar a la recepción, donde se encontraba su guardaespaldas, o lo que fuera.

-El señor Jackson está en la cafetería, señorita.

Asentí y me dirigí hacia allí. Era buffet libre, por lo que me llené la bandeja de napolitanas y sandía (lo demás no tenía aspecto de que fuera muy apetecible), y me senté en una de las mesas. Busqué a Michael entre la gente, pero no le localicé.

Terminé de desayunar, e intenté levantarme, pero una mano me sujetó el hombro y me lo impidió. Sabía que era él, por lo que me giré, para poder enfrentarle y pedirle explicaciones. Y al hacerlo lo vi de nuevo. Vi las llamas en su mirada, las mismas que me hacían rendirme y abandonar todo atisbo de orgullo y arrogancia.

Se acercó a mí de la misma manera de la que lo había hecho la noche anterior. Su mirada me aturdió, su respiración descolocó todos mis principios. Apoyó su mano a un lado de mi cuello. Estaba gélida. Decidí tirar la toalla, y me rendí ante el poder de su mirada. De nuevo, me besó, moviendo sus labios contra los míos. En ningún momento cerró los ojos. Con sus dientes enganchó mi labio inferior, y tiró suavemente de él, lo que provocó que me estremeciera de arriba abajo.

Y de repente, se separó de mí, me sonrió de un modo que no había hecho antes(casi podría jurar que con picardía), y se marchó.

“¿Qué se supone que significa esto?” era la pregunta que afloraba en mi mente una y otra vez, pero por más que lo intentaba, no encontré explicación alguna.

sábado, 27 de marzo de 2010

Capítulo 27.


Con actitud infantil, me tapé la boca con las manos. Michael se echó a reír, cogió uno de esos repugnantes escorpiones, y se acercó a mí. Me alejé rápidamente, pero no tanto como hubiera querido, ya que él me aferró la mano y recortó la distancia entre nosotros.

-Abre la boca.

Negué con la cabeza, asqueada. Prefería morirme de hambre antes que comer cualquiera de las cosas que se encontraban en la bandeja.

-Abre la boca.- insistió él nuevamente.

-He dicho que no- contesté, movimiento que aprovechó para introducirme el bicho en la boca, no sin antes, mancharme la barbilla.

Hice ademán de escupir, pero él me sostuvo la barbilla, impidiéndomelo.

-Cómetelo, ya.

Con dificultad, y con lágrimas en los ojos, me lo tragué, lo que provocó que me vinieran un par de arcadas. Michael sonrió con suficiencia.

-Muy bien.

Le fulminé con la mirada.

-Te odio.

Se echó a reír nuevamente.

-No, no me odias. Me adoras, y lo sabes. Anda espera, que te limpio. Te has puesto perdida.

-Tú me has puesto perdida.- le reproché.

Siguió riéndose mientras cogía una servilleta y me limpiaba la barbilla. Pero cuando terminó, no se alejó. Siguió sosteniéndome el mentón con una de sus manos y contemplándome. Algo diferente estaba pasando. Lo supe en sus ojos, que pasaron de ser dulces a abrasadores. Me ruboricé por completo ante esa mirada. Era como si me quemase. Casi podía percibir las llamas en sus ojos. Se inclinó aún más hacia mí. Podía sentir su respiración en mi rostro, así como su dulce aliento. Me encontraba totalmente bloqueada. No sabía cuál era mi expresión en esos momentos, pero me sentía como una idiota. Michael me contempló durante unos segundos, supuse que intentando adivinar mis pensamientos, y sin más, presionó sus labios suavemente contra los míos.

Un millar de sensaciones cruzaron por mi mente en ese instante. El corazón se me aceleró de tal manera que pensé que se iba a salir por la boca. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Intenté pensar, pero no podía. No sentía otra cosa que no fueran sus labios, ni su mano sujetándome la barbilla. Dado que no podía pensar, opté por actuar, devolviéndole el beso de un modo casi imperceptible. Él lo notó y me cogió el cuello con su otra mano. Estaba completamente segura de que él escuchaba mis latidos. Abrí los ojos y de nuevo me encontré con aquella mirada abrasadora, que daba la sensación de que podía ver dentro de mí. Entreabrió sus labios, y justo en ese momento, llamaron a la puerta. Y como en los cuentos de hadas, el hechizo se rompió. Se separó de mí, las llamas de su mirada se apagaron, siendo sustituidas por su mirada dulce e inocente a la que me había acostumbrado. Se levantó de la cama, y antes de abrir la puerta, se dirigió hacia mí.

-Lo siento, no debería haberlo hecho.

No podía pensar. Me encontraba totalmente fuera de mí, aún era incapaz de asimilar lo acontecido aquel minuto anterior. Me esforcé por hablar.

-No importa, yo…

Michael sonrió y se fue a abrir la puerta. Era la mujer de antes, que venía a recoger la cena. Me levanté de la cama y me fui al baño. Contemplé mi rostro en el espejo. Estaba completamente ruborizada. Aún sentía el roce de sus labios sobre los míos. “Necesito despejarme como sea”.

Abrí el agua de la ducha, me quité el pijama, y me metí, cerrando la cortina. Accioné al máximo la llave del agua fría, que era lo único que podía ayudarme a pensar. Y efectivamente, el agua fría me despejó rápidamente, facilitándome pensar.

Estaba claro que había sido un arrebato, no tenía por qué significar nada. Mientras me lavaba el pelo, traté de convencerme de que no había tenido ninguna importancia y que no iba a tener repercusión alguna. Es más, que todo iba a volver a ser como antes… Al salir, me volví a vestir, cogí aire, y salí a la habitación. En un primer momento no le localicé, pero luego vi que se encontraba en el balcón, mirando ausente a algún punto fijo. En cuanto percibió mi presencia, se giró y me sonrió.

-Te debo una disculpa-comenzó.

-No tiene importancia Mike.

-No debería haberlo hecho, perdóname. Es sólo que no sé, te ví…y…bueno no importa.

Le observé detenidamente. Miraba al suelo y estaba colorado.

-Lo entiendo.Y no pasa nada, en serio.

Le sonreí para infundarle confianza. Me miró y levantó levemente la comisura de sus labios.

-¿De verdad?

-Sí.

Me devolvió la sonrisa y me abrazó dulcemente. Le miré a los ojos, pero no hallé en ellos la llama que esperaba ver.

-¿Amigos?-

- Amigos.- contesté, sin estar en absoluto segura de mis palabras. Quisiera o no, aquella noche iba a cambiar todo…¿o quizás no?

Capítulo 26.


Le miré, con la interrogación aflorando en mis ojos.

-¿Suite?¿De verdad?

-Pues claro pequeña. ¿Qué esperabas?

Cogimos la llave de la habitación, y nos condujeron hasta ella. Antes de introducir la llave, Michael se giró y me tapó los ojos.

-Es una sorpresa. No vale mirar hasta que yo te diga.

Percibí como abrió la puerta, y cómo me guió hacia el centro de la habitación. Una suave brisa me removió el pelo. Noté también la melodía proveniente de algún instrumento musical. ¿un arpa, quizás?.

-¿Lista?

Asentí con la cabeza. Michael retiró sus manos de mis ojos, permitiéndome así observar aquello. Abrí la boca como una idiota, a causa de la sorpresa. ¡yo ya había visto ese lugar!. No era otro que la habitación en la que descansaba Imán en el videoclip “Remember The Time”. Miré muda de asombro a un lado y a otro. Me acerqué al balcón, y vislumbré las pirámides, a lo lejos. Volví a entrar en la habitación, admirando cada detalle, sintiéndome como la protagonista de aquel video…

-¿Qué te parece?- Quiso saber él.

-Es increíble.

-¿Verdad que sí?

Me senté en la cama, sin poder salir de mi asombro. Michael me sonrió.

-Me alegro que te haya gustado. Bueno, si me disculpas…voy a bajar, tengo que solucionar unas cosas…

Me besó en la mejilla y abandonó la habitación. No podía pararme quieta, así que me levanté y salí al balcón. Contemplé las pirámides, y el desierto que se alzaba alrededor. Siempre me había gustado Egipto. Me parecía un lugar mágico y lleno de misterios. Incluso una vez hice un curso de Egiptología, donde me enseñaron a escribir y me contaron la historia de todos los dioses, así como de las maldiciones. Oí una voz a mis espaldas.

-Disculpe señorita…¿desea algo?

Me giré. Un imponente hombre de casi 2 metros de altura me observaba. Estiré el cuello para poder verle la cara.

-¿Usted quién es?

-Oh, disculpe. El señor Jackson me contrató para cuidar de usted, por si necesitaba cualquier cosa durante su ausencia.

Me sentí incómoda. Agradecía el gesto, pero siempre me había considerado una persona libre. No necesitaba que nadie me pisara los talones o que velara por mí las 24 horas del día.

-No, no es necesario. Gracias.

El hombre me sonrió y abandonó la habitación. Me probé la ropa, mirándome en el espejo. Era provocativa, cierto. Pero a la vez era muy hermosa. Justo en ese momento, entró Michael en la habitación. Me contempló sorprendido, y luego se sonrojó levemente.

-Wow. Estás muy guapa.

-Gracias.

Le sonreí y aproveché que no miraba para ponerme el pijama. Me rugieron las tripas.

-¿Tienes hambre?- preguntó él.

-Un poco. Pero ya me he cambiado, así que ya comeré algo mañana.

-De eso nada. Pediré que nos suban la cena.

Se acercó al teléfono y lo solicitó. A los 3 minutos, llamaron a la puerta.

-Vaya, murmuré sorprendida.- qué rapidez.

Una mujer entró en la habitación con una bandeja y la depositó en la cama, al lado de Michael. Acto seguido abandonó la habitación.

-¿Vienes?- me preguntó él mientras me tendía su mano. La cogí y me senté a su lado. No sabía por qué, pero súbitamente, me encontré nerviosa, incapaz de mirarle durante mucho tiempo, ya que me ruborizaba.

Abrí la bandeja y mi cara reflejó una mueca de asco.

-¿Qué es esto?- quise saber.

-Escorpiones fritos.- contestó mientras cogía uno y lo partía por la mitad.

-Puagh.

Abrí la otra bandeja, esperando encontrarme algo más apetitoso, pero me equivoqué. Era una especie de sopa con trozos de algo que no sabía muy bien que era.

-¿Y esto?

-Sopa de caracoles.

Se me encogió el estómago. Definitivamente, no pensaba probar bocado. Michael adivinó mis pensamientos.

-O te lo comes, o te lo doy yo, tú verás- dijo sonriendo con malicia.

Capítulo 25.


Me despertó el ruido proveniente del avión al aterrizar. Me levanté y miré por la ventana. Un hermoso paisaje se alzaba a la vista de mis ojos, embriagándome. La densa calima no me permitía ver más allá del aeropuerto y sus alrededores.

-Ahí fuera hace bastante calor.

Me di la vuelta para observar a Michael, que se colocaba su clásico sombrero negro de fieltro y unas gafas de sol. Cogí mi maleta y busqué entre la ropa, pero no encontré ninguna prenda la suficientemente liviana como para soportar aquel calor. Gesticulé disgustada.

-Si quieres antes de ir al hotel nos pasamos por alguna tienda para comprarte algo de ropa.

-¿Cuántas veces piensas gastarte el dinero en mí? Odio que me paguen cosas.

-Todas las que sean necesarias. Además, tengo tanto dinero que muchas veces no sé ni qué hacer con él. No te preocupes.

El avión completó el aterrizaje, deteniéndose a un lado de la pista. Cerré la maleta y le dediqué una sonrisa.

-¿Bajamos?

Me correspondió la sonrisa y me tendió la mano. La aferré con fuerza y bajamos del avión. Nada más hacerlo, una ola de calor me golpeó con tal intensidad que me remangué las mangas de la camisa.

-No creo que llegue viva al hotel. ¿Está muy lejos?

Él negó con la cabeza.

-No, y además, pedí el servicio de limusinas. De todas formas, primero vamos a ir a comprarte ropa.

Hice ademán de quejarme, pero algo en su mirada me convenció para que no lo hiciera. Subimos al coche y nos pusimos en marcha. El trayecto apenas duró unos minutos. Cuando paramos en la puerta de la tienda no me moví.

-¿Por qué no abres?- me preguntó.

-Porque no soporto este calor.

Se echó a reír, mientras me removía el pelo con una de sus manos.

-Eres una quejica. No es para tanto. Venga, sal.

Le saqué la lengua y me aferré al asiento, negando con la cabeza. Michael suspiró, y sin previo aviso, me cogió entre sus brazos, abriendo la puerta del coche con el pie.

-¿Se puede saber que haces?

-Ya que no estás dispuesta a salir por tu propio pie, tendré que sacarte yo.

Salió del coche y el calor me envolvió de nuevo. Miré hacia arriba y le arrebaté su sombrero, poniéndomelo en el acto.

Entramos en la tienda y Michael me depositó en el suelo. Contemplé fascinada el interior. Estaba decorada en tonos dorados, hasta los probadores. El hilo musical era oriental, dotándola así de un encanto inigualable.

-Qué bonito- comentó él.

Comencé a pasearme entre la ropa, buscando prendas. No sabía si era por el calor, o era por costumbres, la cuestión es que la ropa era muy…provocativa. Al final escogí 3 camisetas de tirantes doradas y algunas faldas, ya que no había pantalones. Entré en el probador, y alcé la mano para cerrar la cortina, pero no había. Llamé a la dependienta.

-Disculpe…¿tiene algún probador con cortinas?

Ella negó con la cabeza y volvió a su puesto. En ese preciso momento se me acercó Michael.

-¡Mira!- exclamó mientras alzaba una prenda- ¿Verdad que es preciosa?

La examiné detenidamente, y cuál fue mi sorpresa al descubrir que era la misma camiseta dorada que llevaba en aquel videoclip “Remember The Time”.

-Es muy bonita.

-Me la voy a comprar.

Se volvió para dirigirse a pagar y le llamé.

-Necesito tu ayuda, Mike.

Él rió dulcemente.

-Me gusta cuando me llamas así. ¿Qué ocurre?

-Necesito que me tapes.

Me miró con curiosidad, desconociendo a qué me refería. Me desabroché la camisa y él, rápidamente, se puso de espaldas a mí, sonrojándose al instante.

-Gracias.

Me probé todas las prendas. Eran demasiado provocativas, pero supuse que era lo mejor que podía escoger si quería aguantar aquellas temperaturas. Me volví a vestir.

-Ya estoy lista- anuncié.

Pagamos y nos subimos a la limusina. No tardamos demasiado tiempo en llegar al hotel. Unas escaleras doradas conducían a la recepción, engalardonada como si del antiguo Egipto se tratase.

-Esto es precioso.

-Pues espera a ver la Suite del hotel- me susurró.

lunes, 22 de marzo de 2010

Capítulo 24.


-Sabes que te voy a ganar.

-La otra vez no ganaste, hiciste trampa.

-Si no sabes respetar las normas, no es asunto mío- le respondí carcajeándome.

Nos sentamos el uno frente al otro y observamos como el avión alzaba el vuelo. En cuestión de minutos, ya surcábamos las nubes, quebrando por un instante aquel uniforme manto blanco.

-¿Qué piensas?- me preguntó en un determinado momento.

- En lo insignificantes que somos en comparación con todo esto.-dije señalando por la ventana.- es infinito. Pero sin embargo, la mayoría de nosotros no vemos más allá de lo que se interpone a tres metros de distancia.

-Es cierto. En comparación con el universo, somos como hormigas.

-Sí, algo así.

-Bueno, tú serías una pequeña hormiga torpe y despistada- añadió sonriendo.

-Vaya. Gracias por el cumplido.

Se echó a reír. Se sentó a mi lado, y me dio un apretón cariñoso en la mano.

-Torpe y despistada. Pero sin duda, mi hormiga favorita- concluyó.

Me giré y le sonreí. Me devolvió la sonrisa, y nos quedamos en silencio, contemplándonos mutuamente.

-Sigo sin comprenderlo- murmuré.

-¿El qué?

-Que es lo que ves en mí para querer conservar mi amistad. Piénsalo, tienes cientos de miles de personas (entre las cuales, me incluyo) que darían todo por intercambiar contigo un par de palabras. Y sin embargo, aquí estoy yo. Que soy extremadamente insignificante y normal.

-Y patosa.

-Aparte de eso. No sé Mike…me siento tan simple…

Michael se acercó a mí y sostuvo mi rostro entre sus manos, incrustando sus ojos negros en los míos. Me sonrojé, y el rió suavemente.

-No se trata de lo que careces. Si no de lo que tienes. Y hay algo en como te comportas, no sé el qué, que me dice que nunca jamás me vas a traicionar. Veo en ti que eres capaz de interponerte entre lo que sea con tal de evitar que me lastimen. Es como si supieras algo que yo desconozco, y me protegieras por ello.

Tragué saliva. No sabía que era tan expresiva.

-Aparte de eso- continuó- eres humilde, con sentido del humor, y aún conservas ese atisbo de la infancia que todos los adultos pierden con el tiempo. Por todos esos motivos me siento cómodo contigo.

Cerré los ojos y suspiré, satisfecha.

-Se te olvida añadir lo despistada que soy- comenté, provocando que se riera.

-Sí, pero eso forma parte de quién eres, y lo prefiero así. Es más divertido. Sobre todo cuando te caes- puntualizó, sin dejar de sonreír…

Me acurruqué en su regazo y el me rodeó con sus brazos. Inspiré la fragancia proveniente de su cuello. ¿Había algo en él que no fuese perfecto?

-Por cierto- dijo.- cuando volvamos de Egipto, va a ser mi cumpleaños. Y lo voy a celebrar en Neverland, ¿vendrás?

- Claro que sí.

Michael esbozó una ancha sonrisa.

-¡Va a ser genial! Van a venir muchísima gente famosa. Te presentaré a mis amigos. Y a Elizabeth Taylor!

Tras hablar sobre su cumpleaños unos minutos, nos pusimos a jugar al ajedrez. Tuve que explicarle las normas nuevamente, ya que se le habían olvidado la mitad de ellas. No había nada más divertido que ver la cara que ponía, de verdadera concentración, mientras pensaba en que lugar podría mover sus fichas. Finalmente, y tras unas cuantas trampas por su parte, me ganó. (más bien me dejé ganar). Estuvo jactándose de ello un largo rato. Bostecé ruidosamente. Él me miró comprensivo.

-¿Tienes sueño?

-Mmm, un poco, sí.- contesté desperezándome.

-Ven.

Me cogió de la cintura y me condujo a la parte de atrás del Jet, donde se encontraba una pequeña cama. Me recostó en ella y me arropó con una manta.

-¿Quieres que te cante?- preguntó.

-Si te ofreces…-comenté sonriendo. Adoraba oírle cantar, y si encima me era a mí a quien me cantaba, pues mejor que mejor.

Me devolvió la sonrisa. Y mientras me acariciaba el pelo, comenzó a cantar “someone in the dark” hasta que finalmente, me abandoné a la inconsciencia del sueño.

domingo, 21 de marzo de 2010

Capítulo 23.


Michael corría demasiado rápido, tanto que yo no pude seguirle el ritmo, y en cuestión de segundos le perdí de vista.

-“Último aviso para el vuelo con destino a Egipto 223

Pasaron un par de minutos. Empecé a caminar en círculos, nerviosa, mientras miraba en todas las direcciones. Finalmente lo localicé, caminando hacia mí tranquilamente. Me acerqué rápidamente y le enganché de la camiseta, tirando de él.

-No insistas, lo hemos perdido.-anunció mirando la pantalla de los vuelos.

-Genial- refunfuñé.

- Venga no pasa nada. Soy Michael Jackson, ¿recuerdas? Podemos coger un Jet privado. Espera aquí un momento.

Se alejó y se fue a una cabina. Me dediqué a observar distraída a los viajeros, los cuales iban con prisa. Un vuelo acababa de aterrizar, y la gente empezó a salir sin ningún tipo de orden ni control. De repente, mis ojos captaron algo que me dejaron literalmente petrificada. Mis padres. Enmudecí de asombro. Me abordaron unas ganas locas de acercarme a ellos y abrazarles, ya que les echaba de menos, pero descarté esa idea de mi mente rápidamente. Les observé mientras se sentaban a tomarse un café. Sonreí al verles tan jóvenes y recién casados, dándose abrazos y besos.

-¿A quién miras?- preguntó Michael, que para entonces ya había vuelto a donde me encontraba.

-¿Qué? No, a nadie. Estaba distraída, supongo…

-Tenemos nuestro vuelo en 20 minutos.

Asentí, y justo entonces, vi que la mirada de mi madre se clavó en mis ojos. Me dieron ganas de esconderme. “No seas estúpida” me regañé a mi misma “Ni siquiera has nacido.” Entonces comprendí que no me miraba a mí, si no a Michael, que en ese momento jugueteaba con uno de sus rizos. Observé como le dijo algo a mi padre, y ambos se levantaron, acercándose a nosotros.

-Me parece que te acaban de reconocer- anuncié en un susurro.

-¿Qué has dicho?

No tuve tiempo de contestar.

-¿Michael Jackson?- preguntó mi madre, de nuevo con un acento que me resultó desconocido y extraño.

El aludido se giró y la sonrió tímidamente, asintiendo con la cabeza. A continuación, mi madre empezó a hablar en una jerga completamente desconocida para mí (supuse que era Español)y a dar saltitos de la emoción. Le tendió una servilleta, que Michael accedió a firmar. A pesar de que mis padres no podían reconocerme, hubo varias ocasiones en las que tuve ganas de abrazarles y contarles lo feliz que estaba porque Michael había regresado. Mi madre hizo un gesto de dolor y se apretó el vientre, notablemente abultado. No pude evitarlo: abrí la boca de puro desconcierto. Se suponía que estaba embarazada de mí, y sin embargo, ahí estaba yo, observando la escena a punto de darme un infarto.

-¿Está bien?- preguntó Michael ayudándola a sentarse.

Obviamente no respondió. Vi a mi padre concentrado mientras pensaba algo, y luego dijo.

-Está embarazada.

Michael sonrió.

-¿Saben ya que va a ser?

-Una niña. La llamaremos Isabel- contestó mi padre sonriente.

-¡Anda, como tú!- exclamó Michael mirándome.

-Sí…¿Qué cosas eh?- respondí mientras me recordaba que debía respirar.-¿Podemos irnos ya, por favor?

-No hasta que esta mujer se encuentre mejor- dijo.

Suspiré nerviosa. Me senté en el banco de enfrente y empecé a contar mentalmente en mi cabeza mientras Michael hablaba con mi padre. Cuando la cuenta llegó a 250, mi madre se levantó, se despidió de él, y abandonó la terminal con mi padre. Suspiré nuevamente, pero esta vez aliviada.

-¿Qué mosca te ha picado?- me preguntó mientras bajábamos a la pista.

-¿A mí? Ninguna.

-Parecía como si estuvieras incómoda con ellos.

-Hmm- respondí.

No añadí más hasta subir al Jet, que contemplé extasiada.

-Vaaya, ¡Qué pasada!

-¿Nunca has estado en ninguno?

-No, supongo que es una de las desventajas que tiene no ser inmensamente rica y famosa- contesté poniéndole una mueca.

Michael se echó a reír y me abrazó.

-Pues hay de todo. Hasta una cama. Y lo mejor, es que estaremos los 2 solos.

Le miré sorprendida, con un montón de preguntas en los ojos.

-¿Un ajedrez de gominolas?- preguntó exhibiendo su sonrisa más inocente.

Capítulo 22.


Apenas había terminado de pronunciar esa frase yo ya estaba metiendo las cosas en la maleta, de cualquier manera. Michael suspiró.

-Anda, déjame a mí.

Y sin más, empezó a doblar mi ropa y a guardarla cuidadosamente. He de reconocer que aquella visión me resultó graciosa: Michael Jackson, preparándome la maleta. Me giré y observé el cuadro.

-Esto…Michael…¿Qué vamos a hacer con el retrato?

-Pues llevarlo a tu casa.

Me di la vuelta para contemplarle.

-Ya te dije que mis padres no están en casa.

-Bueno, ¿no me contaste que habías hecho amistad con la recepcionista? Pídele que te lo guarde hasta que lo puedas llevar a casa.

Cavilé en mi mente unos instantes.

-Vale.

Michael sonrió y siguió preparándome la maleta. En cuanto terminó, hizo ademán de abandonar la habitación, y yo le seguí. En ese momento, se paró en seco. Se dio la vuelta y contempló con ojos vidriosos la habitación.

-Me da pena tener que irme de aquí.

-A mí también- afirmé

Me miró y esbozó mi sonrisa predilecta.

-¿ A pesar de las cucarachas?

-Sí- admití.

Ensanchó aún más su sonrisa y me rodeó con uno de sus brazos.

-Venga, vámonos.

Cerramos la puerta y descendimos a la recepción. Me despedí de Julia (me resultó realmente difícil, habíamos congeniado muy bien).

-Más te vale que me llames – me dijo mientras me miraba desafiante.

-Descuida, lo hará.-dijo Michael a mis espaldas.

Al abandonar el hostal, me giré para mirarlo una vez más…y no pude evitar preguntarme si volvería a verlo algún día. Michael me dio un apretón en la mano, y como por arte de magia, toda mi tristeza desapareció.

Cogimos un taxi para llegar al aeropuerto. Al llegar...

-¿Michael…y tus maletas?

-Me las envían directamente al hotel.

-¿Eres tan vago que no puedes cargar con ellas?- bromeé mientras le daba un codazo en las costillas.

- No, son las ventajas que tiene ser yo.- respondió mientras alzaba la cabeza.

-Vago- murmuré.

-Repítemelo- dijo acercándose a mí.

-V-A-G-O.

Eché a correr y Michael comenzó a perseguirme a lo largo de las terminales. La gente nos observaba con incredulidad, y algunos molestos debido a los golpes que les propinábamos para poder seguir avanzando. Finalmente, Michael me cogió de la camiseta y tiró hacia atrás.

-Te pillé.

-“Último aviso para el vuelo con destino a Egipto 223”- anunció una voz por megafonía.

-Corre, vámonos, que lo vamos a perder.

En eso estábamos cuando frené en seco.

-¿Qué pasa?- preguntó él.

-Las maletas.

Michael no dijo nada. Empezó a reírse a mandíbula batiente mientras se aferraba a una barandilla para no caerse al suelo. Le miré, intentando parecer enfadada.

-A mí no me hace gracia.- comenté.

-Pero mira que eres despistada- se jactó.

-“ Último aviso para el vuelo con destino a Egipto 223”

-No nos va a dar tiempo- afirmé.

-¿Cómo que no?- preguntó Michael divertido- ¡Una carrera hasta donde están tus maletas!

Y antes de que me diera tiempo a responder, echó a correr, riéndose todavía.

viernes, 19 de marzo de 2010

Capítulo 21.


Me paralicé, absorbiendo aquel aroma. Hacía 2 semanas que no lo volvía a oler. Pero era imposible. “Estupendo. Ya estoy soñando de nuevo”. Me giré para ponerme de lado, sin abrir los ojos. Y percibí una respiración cerca de mi rostro, dulce y suave. Gruñí y me giré hacia el otro lado, tratando así de despertarme. Y de nuevo, sentí algo presionando suavemente mi pelo. ¿Qué era aquello? ¿Una caricia? ¿un beso?. “deja de fantasear, será una cucaracha” pensé para mis adentros. Volví a gruñir, realmente cabreada conmigo misma. Y en ese momento oí una suave risa a mis espaldas. Abrí los ojos de golpe, a sabiendas de que las cucarachas no se reían, no de momento, al menos. Unos brazos me rodearon la cintura, y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Reconocía aquel tacto, ligero como una pluma, pero firme al mismo tiempo.

-Buenas noches, dormilona- dijo aquella voz que tan bien reconocía.

-¿Michael?- pregunté mientras unas lágrimas brotaban de mis ojos.

Me giré de nuevo. Observando aquel rostro que me contemplaba, divertido.

-¡¡Michael!!- grité lanzándome a sus brazos.

Hundí mi rostro en su pecho, y le abracé con más fuerza de lo que había recordado nunca. Aspiré su olor, nuevamente escuché su respiración.

-Hola pequeña- me saludó mientras me besaba el pelo.- pensé que no querrías verme.

-Eso es una estupidez- le dije mientras levantaba el rostro para mirarle.- No sé de donde te lo sacas.

-No sé, me has gruñido 4 veces.

Se echó a reír, lo que provocó que yo también lo hiciera.

-Un momento. ¿Tú que haces aquí?¿No deberías estar preparando tu último concierto?

-Se te olvida el cambio horario, ¿verdad?

-Ah.- dije, sintiéndome idiota.- es igual, dijiste que vendrías en 2 semanas. Y no han pasado ni 2 días.

-Bueno, me he escapado- contestó mientras me guiñaba un ojo.

Volví a abrazarle.

-No vuelvas a irte nunca nunca más- le regañé.

- Nunca jamás- me prometió al oído.

Miró a la mesilla, y vio el fajo de billetes.

-¿Cómo es que sigues viva?- me preguntó.

-Eso mismo quisiera saber yo. Bromeé.

-Tonta. Me refiero al hecho de que no has gastado nada.

-Ah, eso…tampoco necesito tanto dinero para subsistir. Por cierto, yo también tengo un regalo para ti.

-¿En serio?- vi como se le iluminaban los ojos.

-Pues claro. No es tan grande como un cuadro, pero…

Michael se echó a reír. Miré a mi alrededor. ¿Era sensación mía o desde que él se encontraba allí todo había adquirido color de nuevo?

Busqué por toda la habitación hasta encontrar el regalo. Se lo ofrecí. Lo observó detenidamente mientras no paraba de sonreír.

-Es muy bonito- dijo.

-¡Pero si no los abierto todavía!- le contesté sacándole la lengua.

-No importa. Es bonito de todas las maneras.

Acto seguido, rasgó el papel y sacó la pequeña figura de Peter Pan. La sopesó en su mano.

-¿Te gusta?- le pregunté al ver que su rostro carecía de expresión alguna.

No me respondió. Se levantó de la cama y me abrazó tan fuerte, que pensé que si seguía así me rompería algunas costillas.

-Muchísimo. Muchas gracias pequeña- dijo. Se inclinó y me besó muy cerca de la comisura de mis labios. Me sonrojé.

- No hay de qué.

-¿No te has dado cuenta?- comentó mientras señalaba la pequeña figura.- Somos tú y yo. Mi pequeña campanilla…

Me abrazó de nuevo, mientras yo no podía dejar de sonreír. Era tan feliz…

-Bueno, ¿cuándo nos vamos?- me preguntó.

-¿Ya quieres irte?

-No realmente, pero ya he hecho la reserva. He reservado el mejor hotel de Egipto, ¿qué te parece?

Abrí la boca a causa de la sorpresa.

-Pues…cuando quieras entonces.

-Pues date prisa, tenemos todo un viaje por delante.-concluyó, regalándome su sonrisa.

Capítulo 20.


-Dime la verdad- añadió Julia- ¿Qué sientes por ese chico?

-¿Me creerías si te digo que lo que siento por él no se puede explicar con palabras?

Julia se echó a reír.

-Jajajajajaja. Así que estás enamorada…vaya, vaya…

Negué con la cabeza, disgustada. Obviamente ella no podía entender la profundidad de mis sentimientos. Nadie podría. Y la verdad, es que quería a Michael con tal intensidad y de una forma que carecía de lógica y de sentido intentar si quiera explicarlo.

-No. No de la manera que tú piensas- la respondí.

-Pues no lo entiendo. ¿De cuántas formas distintas podrías enamorarte de una persona?

Volví a negar con la cabeza.

-Es igual, ni tú lo entiendes ni yo sé explicarlo, así que mejor dejamos el tema.- concluí con una sonrisa.

Con su ayuda, conseguimos subir el cuadro a mi habitación. Lo coloqué al lado de la televisión, enfrente de la cama.

-Isa, ¿te apetece que vayamos a dar una vuelta?- dijo Julia.

-Pero estás trabajando, tienes que atender en la recpeción…

-¿Atender?¿a quién? ¡Si sólo estás tú!

Me eché a reír.

-Está bien.

Cogimos nuestras cosas y nos fuimos a dar una vuelta. Pasamos por lo que debería ser mi casa, que en ese momento no era más que una pradera con unos cuantos caballos. Toda la zona que debería abarcar mi instituto, las casas de mis amigos, y mi tienda de chucherías favorita, estaba ocupada por aquella pradera. Más entrada la tarde nos fuimos a un bar a las afueras de Villalba, y mientras tomábamos un café, apareció Michael en las noticias. Julia no se dio cuenta, ya que estaba de espaldas a la televisión. Contemplé la pantalla muda de asombro, no esperaba verle.

-“El recién declarado Rey del Pop, está preparando su últimos concierto aquí en los Ángeles, antes de tomarse, como él mismo ha dicho, unas merecidas vacaciones. No quiso añadir a dónde se iba a dirigir. Sólo dijo que iba a volar muy alto, junto con campanilla. No sabemos a qué se referirá. En fin, Jackson siempre será in misterio”- dijo el presentador mientras aparecían imágenes de Michael ensayando.

-¿Se puede saber qué estas mirando que no me estás prestando atención?-preguntó Julia, sacándome de mi asombro.

-Nada, nada…

Finalmente, nos volvimos al hostal al anochecer. Me despedí de Julia y subí a mi habitación. Cerré la puerta al entrar, y me tumbé en la cama.

2 semanas me parecían muchísimo tiempo. Y no importaba qué hiciera, los días pasaban lentamente, interminables. Los segundos parecían horas, los minutos, días. Y las horas, semanas.

Me cambié y me metí en la cama, pero era incapaz de dormir. Estaba inquieta. Así que bajé a la recepción para hablar con Julia, que en ese momento, dormitaba apoyada sobre uno de sus brazos.

-Eh- la saludé mientras la zarandeaba.

-¿Qué pasa?- me preguntó mientras se desperezaba y emitía un bostezo ensordecedor.

-No puedo dormir.

-Mira tú que bien. Yo si podía, pero me has despertado.- me dijo fulminándome con la mirada.- pero bueno, supongo que ya no importa, ya estoy despierta, así que…

-¿Jugamos a las cartas? La pregunté.

Sonrió. Nos pasamos la mayor parte de la noche jugando a las cartas, mientras hablábamos de nuestra infancia y adolescencia. Tuve especial cuidado en no desvelar nada que pudiera hacer dudar de mi procedencia. Luego nos sentamos en los sofás de la recepción, y mientras bromeábamos sobre trivialidades, me quedé dormida.

-Vamos Isa, despierta.

Abrí los ojos y ví a Julia, sonriéndome.

-Son las 8 de la mañana. Anda, sube a la habitación a dormir algo.

Asentí sin saber muy bien lo que me estaba diciendo, y subí a la habitación arrastrando los pies. Al entrar me tumbé sobre la cama y me dormí de nuevo antes de abrir la colcha.

No sé cuanto tiempo estuve durmiendo. Seguramente todo el día. Lo supe por el ruido inexistente en la calle. Aún así, cuando me desperté no me moví, continué tapada con la manta hasta los ojos, contando los latidos de mi corazón. Y fue al moverme un par de centímetros, cuando percibí un aroma que me resultaba algo más que familiar…

lunes, 15 de marzo de 2010

Capítulo 19.


Le visualicé a lo lejos, tumbado en la cama. Un hombre de color se inclinaba hacia él.

-Necesito dormir, ¿me has entendido?. Quiero dormir 8 horas del tirón, estoy muy cansado.-dijo Michael débilmente.

Alarmada por la escena, me acerqué corriendo hacia la cama. Agarré la mano de Michael, llamándole, pero no parecía percibir mi presencia.

-Michael, escúchame, por favor.- le pedí con lágrimas en los ojos.

Me ignoró. Fijé la vista en aquel odioso hombre, que se acercó a Michael con una jeringuilla cargada.

-¡¡NO!!- grité, lanzándome contra él.-¡No le toques!

Sin embargo, me apartó con brusquedad y se inclinó nuevamente hacia Michael. Me interpuse entre ellos, sollozando.

-¡¡APÁRTESE!!- Le grité de nuevo.

Volvió a apartarme de un empujón, sujetándome por las muñecas para que no me pudiera mover. Yo chillaba con todas mis fuerzas, intentando propinarle golpes, pero me era imposible. No podía moverme. Sólo observar.

El hombre se inclinó sobre Michael, y ante mis súplicas y mi llanto, le inyectó la medicación. Instantes después, me soltó.

-Buenas noches Michael. Que descanses.- le dijo. A continuación abandonó la habitación.

Me acerqué a la cama, y tomé su mano fría entre las mías.

-Michael, por favor, no te duermas. Mírame.- El corazón me martilleaba de tal forma que pensé que me iba a romper las costillas.

No me respondió. Sólo vi como comenzaba a cerrar los ojos, soltando un profundo suspiro. Sollocé ruidosamente y apoyé mi cabeza en su pecho, percibiendo su débil respiración. Le hablaba, le decía que no podía abandonarme, que luchara…

Pero su pecho dejó de moverse.

Me desperté ahogando un grito y bañada en sudor. El corazón me latía de un modo frenético. Miré a mi alrededor e intenté calmarme al comprobar que había vuelto al mundo real, pero no podía. Aquella pesadilla me había hecho despertar mis más profundos miedos. Y había sido tan real…Me levanté y me metí en el baño. Observé mi rostro en el espejo. Lo tenía anegado en lágrimas. Me incliné sobre el lavabo, abrí el grifo, y dejé que el agua mojara mi cara. Su gelidez hizo que pusiera los pies en la tierra, ayudó a que dejara atrás aquel horrible sueño. “Ahora estoy aquí”pensé.”tengo 20 años para impedir que pase. Y no importa lo que me cueste, ÉL seguirá respirando”.

Seguía sin entender porque había retrocedido en el tiempo, y todavía necesitaba una explicación. Estaba inmersa en mis pensamientos cuando llamaron a la puerta. Era Julia.

-Buenos días.- me saludó.- Tienes mala cara. ¿Has pasado una mala noche?

Me estremecí sólo de recordarlo.

-Las he tenido mejores- contesté intentando esbozar una sonrisa.- ¿Qué ocurre?

-Abajo ha llegado un paquete enorme. Y es para ti.

Mi corazón volvió a acelerarse.

-Está bien. Ahora bajo.

Cerré la puerta y me metí en la ducha. Cuando salí, me vestí con lo primero que encontré y bajé a la recepción. No hizo falta preguntar a Julia donde se encontraba, porque se veía perfectamente. Se trataba de un paquete de dimensiones extremas, abarcaba el alto de una puerta y el ancho de una ventana. Julia se acercó a mí.

-No sé como vas a subirlo a la habitación. Dudo si quiera que pueda pasar por las escaleras…

La ignoré. Me acerqué y rasgué el papel desde la esquina inferior. ¿Qué era aquello? Parecía un marco. Julia suspiró y me dijo:

-Me estoy poniendo nerviosa hasta yo. ¿Vas a abrirlo centímetro a centímetro o te ayudo?

-Ayúdame- le pedí-

Ella se colocó al otro extremo, agarrándolo desde la esquina. Me sonrió.

-A la de tres.- anunció.- una, dos…tres!

Tiramos fuertemente hasta quitar el envoltorio. Julia ahogó un grito.

Era un cuadro al óleo. Lo miré anonadada, con lágrimas en los ojos. En el óleo se me veía a mí, aquella tarde en el delfinario, arrodillada y acariciando al delfín. Una sonrisa me enmarcaba el rostro. Y a la izquierda, estaba Michael observándome. El cielo estaba pintado como si fuera de noche, y se apreciaba una hermosa luna llena en lo alto del retrato.

-Mira, ahí abajo pone algo.- dijo Julia.

Acaricié las letras escritas en la esquina inferior, emocionándome de nuevo. Ponía “para mi campanilla. Te quiero, Michael”

Las lágrimas caían por mi rostro, pero en esta ocasión, no eran de tristeza. ¿Cómo podía quererle tanto? Acaricié su figura en el retrato, suspirando. Le echaba tantísimo de menos…

-Qué pasada de regalo- me comentó Julia.- Ese chico debe de quererte mucho.

Sonreí de alegría, sabiendo que así era

lunes, 8 de marzo de 2010

Capítulo 18


Me desperté al anochecer. Me hubiera gustado seguir durmiendo, ya que al menos en los sueños él seguía conmigo. El pie ya no me dolía y el tobillo había vuelto a tener su grosor original. Me duché durante un largo rato, esmerándome en quitar los restos de barro. Luego salí del cuarto de baño y me volví a meter en la cama. No tenía apetito, y mucho menos ganas de moverme.

La primera semana me la pasé entera en la cama. A veces bajaba a desayunar, y otras a tomar el aire. Bajaba también para pagar el alojamiento. Aparte de eso, no hacía nada más. Tenía una buena amistad con la recepcionista, y en ocasiones subía a mi habitación y nos pasábamos hablando horas y horas, lo cual se lo agradecía. Una mañana salí con ella a dar un paseo, y aproveché para comprar algo de ropa. Pasé por delante de una tienda de souvenirs, e inmediatamente pensé en Michael, así que entré y le compré una figurita de Peter Pan, con campanilla sobre su hombro. Sonreí al imaginar cual sería su reacción cuando lo viera. Cuando me vio tan repentinamente entusiasmada, Julia (así se llamaba la recepcionista), me preguntó:

-Vaya…¿y esa sonrisa? Es por él…¿verdad?

Asentí pensativa.

-Lo debes de echar mucho de menos.

- No te puedes ni imaginar cuanto- la contesté.

Nos fuimos a tomar algo. Comimos en un restaurante de comida rápida y pasamos la tarde en el cine viendo algunas películas. Llegué al hostal bien entrada la noche, me despedí de Julia, y subí a mi habitación. Nada más llegar, sonó el teléfono. Lo descolgué:

-¿Sí?

-Isa, soy Julia. Tienes una llamada, ¿te la paso?

-¡¡Claro!!- dije a voz en grito a causa de la emoción.

Julia colgó, y al cabo de unos instantes, escuché SU voz.

-¿Hola?

-¡Michael!

Sonreí. Y una sensación de paz me envolvió por completo. Su voz siempre lograba calmarme.

-¿Qué tal estás?-preguntó con voz cálida.

-Bueno, ahora mucho mejor.

Se rió amablemente.

-Te echo de menos.- me dijo.- aquí son todos unos aburridos.

-Yo también. ¿Qué tal todo por allí?

Le oí suspirar.

-Bueno, de vuelta a la rutina supongo. Llevo ya 4 actuaciones. Me quedan 8 más. Así que volveré en 2 semanas.

Sonreí.

-¿2 semanas? ¿eso significa que volverás antes?

-Sí. ¿Te queda dinero? Si quieres te puedo enviar más.

Eché un rápido vistazo a la mesilla de noche. Aún había una ingente cantidad de billetes.

-Creo que sobreviviré.-le oí reírse al otro lado de la línea.

-Tengo una sorpresa para ti- me anunció.

-¿De verdad?

-Sí.

-¿Qué es?

-Alto, alto. No tan deprisa.- contestó divertido.- aún no voy a decirte nada. Pero bueno cuéntame, ¿qué has hecho durante esta semana?

Estuvimos hablando cerca de media hora. Le conté lo poco que había hecho, y él se enfadó un poco.

-Tienes que salir-me había dicho- no quiero que te quedes ahí metida sólo porque yo no esté.

Finalmente, tuvo que colgar.

-Bueno pequeña, tengo que despedirme ya. Tengo ensayo.

-Vale- contesté deprimida.

-Te veré pronto. Te quiero.

-Yo te quiero más- le dije.

Colgó, y nuevamente sentí como si una nube se cerniera sobre mí, entristeciéndome de nuevo. Había sido así durante los anteriores 8 meses, no sé porque me sorprendía.

Me metí en la cama, me tapé con las sábanas, y no pude evitar derramar algunas lágrimas. Le extrañaba taaanto. Extrañaba su sonrisa, sus abrazos, su voz…

“Bueno, sólo 2 semanas” pensé. Con todo lo que había pasado, aquello debería resultarme pan comido.

domingo, 7 de marzo de 2010

Capítulo 17


-¿Qué? ¿cómo que te tienes que ir? ¡pero si sólo llevamos aquí 2 días!-dije prácticamente a voz en grito.

-Ya, ya lo sé…pero como no hice el concierto, la prensa empezó a especular…se han inventado todo tipo de rumores…desde que me han raptado, pasando por asesinato o suicidio.

Parpadeé, incapaz de asimilarlo.

-¿Y quién se va a creer semejante estupidez?

-Pues por ejemplo, los que creyeron que dormía en una cámara hiperbárica, que compré los huesos del hombre elefante, o los mismos que dicen que me blanqueo la piel.-argumentó.

Asentí. Tenía razón.

-Pero no quiero que te vayas-farfullé como pude, ya que la pena me obstruía la garganta. Luché por no llorar en su presencia, pero no pude evitar que se me escapara alguna lágrima. Michael lo percibió y se sentó a mi lado, rodeándome con sus brazos.

-Yo tampoco-reconoció él con la voz triste.- pero no te preocupes, volveré en cuanto pueda.

-¿Cuánto tiempo es eso?-pregunté.

-Pues…tengo que dar unos 10 conciertos aún…un mes, más o menos.

Me estremecí. ¿1 mes sin él? Puede que hace unos meses, cuando vivía aquella pesadilla, no me hubiera afectado tanto. Pero después de haber pasado esos días juntos no podía separarme de él. Me era imposible.

No añadí nada más. Michael no se separó de mí. Siguió abrazándome y consolándome hasta bien entrada la noche. Finalmente hablé.

-¿Cuándo te tienes que ir?

-Pues…la verdad es que en cualquier momento.-contestó.

-Vete, entonces- le pedí con el rostro anegado en lágrimas.

-No seas tonta, no me voy a ir todavía, me quedaré contigo hasta que te duermas.

No dije nada.

-Eh, anímate. No quiero verte así. Y voy a acordarme mucho de ti este mes, y espero que te recuerde con tu sonrisa.

Le ignoré. Me hizo mirarle y me puso una de sus muecas, lo cual provocó que se me escapara una sonrisa.

-Esa es mi chica-me dijo mientras me besaba el pelo.-te voy a echar mucho mucho mucho de menos.

-¿Me escribirás?-le pregunté levantando un poco las comisuras de los labios.

Él asintió, devolviéndome la sonrisa.

-En cuanto pueda.

Me relajé casi al instante. Al menos iba a tener noticias suyas.

-Y cuando vuelva-añadió- no me iré nunca nunca más. Nos iremos de vacaciones. A Egipto. ¿Qué te parece?

-mmm, suena genial.

Suspiré y cerré los ojos. No quería dormirme, pero supongo que era inevitable después de lo poco que había dormido la noche anterior. Cuando desperté, no quise abrir los ojos. Quería seguir fantaseando con la idea de que él seguía a mi lado. O que estaría duchándose, y que al salir me traería el desayuno. O que nos iríamos a dar un paseo, o a comprar juegos. Pero tenía que hacerme a la idea de que se había ido. Así que abrí los ojos.

Y allí estaba yo…en medio de una habitación, que aunque antes me había parecido rústica y acogedora, ahora sólo me parecía un conjunto de paredes con un techo. Inspiré lentamente. Aún percibía el aroma de su perfume, como si fuera reciente.

Me incorporé, y al apoyar la mano en el colchón percibí algo. Miré y vi que debajo de mi mano había una nota. La miré detenidamente. Era su letra.

“No quise despertarte. Estabas profundamente dormida y me dio lástima. Te he dejado algo de dinero para que te compres cosas. Ya te echo de menos. Hazme un favor: ¿cuídate mucho vale? y no te olvides de mí. Te quiero, Michael”

Sonreí. Releí la nota unas cuantas veces más, hasta memorizarla, y luego la guarde bajo la almohada. Me miré el pie. Afortunadamente la hinchazón había disminuido y ya no me dolía tanto. Probé a moverlo, y sentí una punzada de dolor. Me levanté cojeando y como pude arreglé la habitación, y me duché. Cuando salí del baño intenté pensar que podía hacer para entretenerme, pero no se me ocurría nada. Miré en la mesa para ver cuánto dinero me había dejado, y casi se me salieron los ojos de las órbitas. Había un fajo de unos 50 billetes. “Este Michael…”pensé mientras volvía a sonreír. Como seguía sin saber que hacer, opté por lo más fácil y cómodo en ese momento. Dormir. Y eso hice, mientras recordaba SU sonrisa. Y la volvería a ver de nuevo, antes o después.

sábado, 6 de marzo de 2010

Capítulo 16.


-Creo que no es una buena idea.

-¿Por qué?

-Pues porque como bien dijiste ayer, soy un poco torpe, no creo que llegue hasta tan arriba.

-Venga inténtalo, yo te ayudo- se ofreció.

En ese momento bajó del árbol con una agilidad admirable, parecía que las ramas y las hojas ni le rozaban. En cuestión de segundos se encontraba a mi lado.

-Por cierto, buenos días.-dijo mientras se inclinaba hacia mí y me besaba en la frente.

Le respondí con una sonrisa.

-Bueno…¿subes?

Asentí. Me acerqué al tronco del árbol y esperé sus indicaciones.

-Mira, tienes que subir el pie derecho a aquel saliente, ¿lo ves?

-Sí…eso creo…pero no llego…no soy de goma.

Michael se echó a reír, y mientras yo flexionaba las rodillas calculando la distancia para saltar, me cogió por la cintura y me aupó hasta que me pude colocar en el saliente. Me sonrojé a causa de aquel roce fortuito, pero intenté disimularlo.

-Hazme sitio, que voy a subir-me anunció.- y no mires abajo, no te me vayas a marear.

Me aparté como me ordenó y me sujeté como pude a una de las ramas. Al instante ya estaba a mi lado. Me giré para observarle y me sorprendí de la inexistente distancia entre nosotros.

-Vale,¿y ahora como subimos?- le pregunté mirando hacia otro lado.

Él pareció darse cuenta de mi tensión, por lo que intentó apartarse un poco, lo cual no debería haber hecho, ya que al instante el saliente cedió, y en cuestión de segundos, estábamos en el suelo. Caí con el pie torcido, lo cual provocó que crujiera al apoyar todo mi peso sobre él. Aullé de dolor. Michael se levantó y se acercó a mí.

-¿Te has hecho daño?

No contesté. El dolor me estaba taladrando el pie, así que opté por morderme la lengua y aguantarme las lágrimas.

-No.

Se echó a reír ante mi mentira.

-Anda, déjame que te vea el pie, a lo mejor te lo has roto.

Intenté evitarlo poniéndome de pie, pero al apoyar el pie este no pudo soportar mi peso, y volví a caer al suelo. Se me saltaban las lágrimas.

Michael me cogió la pierna con sumo cuidado, y observó detenidamente mi tobillo, el cual se había hinchado hasta ocupar 6 veces su tamaño normal.

-Creo que te lo has roto.-dijo preocupado- anda, deja que te lleve. Vamos a ver si ya lo han abierto y puedo llevarte a Urgencias.

-No hará falta. Con un poco de hielo y algo de reposo se pasará.

-En ese caso vamos. No podemos seguir aquí.

Dicho esto, me cogió con sus brazos y me alzó del suelo con suma faciliad. Empezó a caminar a paso ligero. A los pocos minutos llegamos a la puerta, que ya estaba abierta. Cuando salimos de allí suspiré de alivio. Nos acercamos a la parada de Taxi y cogimos el primero que vimos. Durante todo el trayecto, Michael no dejó de cuidarme y de mimarme. A veces me acariciaba el tobillo. Tenía las manos frías, por lo que mi piel agradecía aquellas caricias. Llegamos al hostal, pagamos, y subimos a la habitación. Al llegar, Michael me dejó suavemente sobre la cama, poniendo la almohada bajo mi pie. Hice ademán de levantarme, pero me detuvo.

-¿A dónde te crees que vas?

- A ducharme. Tengo el pelo hecho un asco.

-No, de eso nada. Tú te quedas aquí hasta que te cures.-respondió tajante.

Intenté quejarme, pero su seria mirada me hizo cambiar de opinión.

El resto del día lo pasé postrada en la cama. Michael no me dejaba casi ni incorporarme. No se despegó de mi ni un instante. Me puso hielos, me trajo la comida, me traía agua…cualquier cosa que necesitara. Hasta me limpió los restos de barro con una toalla húmeda. Yo se lo agradecía enormemente, y me sorprendía aquella faceta de Michael que acababa de descubrir. Lo increíblemente protector que era. Sólo me dejó sola en un momento de la tarde, cuando se fue a la ducha. Cuando salió…

-Voy a bajar a hacer unas llamadas, ¿te importa?

Negué con la cabeza, sorprendida de que me pidiera permiso. No tenía por qué hacerlo.

Se fue y regresó a la media hora, rojo de furia. Pegó un portazo al entrar.

-¿Qué ocurre?-pregunté sobresaltada.

-Esto es increíble…ni intimidad se puede tener.-dijo refunfuñando.

-¿Michael?

Me miró inexpresivo. Finalmente su semblante se puso triste.

-Verás…he llamado a Elizabeth…las cosas se han descontrolado por allí…piensan que he muerto.

Me estremecí.

-¿Y eso que quiere decir?

-Significa que tengo que irme.

Capítulo 15.


No pude evitar sonrojarme ante aquellas palabras, ni ante su intensa mirada. Escondí mi cabeza en su pecho y me quedé ahí, esperando a que mi cara volviera a tener su habitual tonalidad. Al cabo de un rato nuestras ropas se secaron.

-¿Nos vamos?-preguntó mientras colocaba un mechón de mi pelo en su sitio correcto.

Asentí. Nos levantamos y echamos a caminar, en silencio. Notaba las piernas entumecidas, al igual que mis brazos, supuse que fue por el frío. Cuando llegamos a las puertas observé, para disgusto mío, que habían cerrado las puertas. Forcejeé un poco con ellas, intentando abrirlas, pero no hubo manera. Nos habían dejado encerrados. Empecé a dar vueltas en círculos, presa del nerviosismo.

-¿Puedes pararte quieta, por favor? Me estás poniendo nervioso.- sugirió Michael mientras miraba en todas las direcciones.

Sólo el hecho de pensar que tendría que pasar una noche en aquel lugar, me aterraba. Por que sí, por la mañana era todo muy bonito, pero la oscuridad dotaba aquel lugar de un aspecto algo siniestro, ya que ni siquiera se escuchaba el sonido procedente de los pájaros. Tampoco había ningún tipo de luz con la que nos pudiéramos guiar, estábamos completamente a oscuras.

-¿Qué vamos a hacer?.-le pregunté mientras me aferraba a uno de sus brazos.

-Pues…a menos que quieras ponerte a gritar hasta que nos escuchen…lo cual dudo que suceda…creo que tendremos que dormir esta noche aquí.

Me estremecí.

-¿Qué te pasa?

-Te mentiría…pero la verdad es que tengo algo de miedo.-contesté.

-Gallina.-me pinchó mientras me hacía cosquillas.-anda, vamos a buscar algún sitio donde podamos descansar…

Empezamos a caminar muy lentamente, ya que no se veía absolutamente nada. Yo continuaba agarrada a su brazo, y lo apretaba de tal manera que estaba segura de que le hacía daño, pero él no se quejó en ningún momento. Tras caminar durante media hora, por fin hablé:

-Creo que estamos andando en círculos.

-¿Qué te hace pensar eso?

-Pues que me he tropezado 6 veces con la misma piedra.

-Eso no significa que estemos andando en círculos, si no que eres torpe.-contestó riéndose.

-Tú di lo que quieras, pero estoy segura de que ya hemos pasado por aquí.

-Está bien.

Finalmente nos sentamos al cobijo de un árbol, lo supe porque percibí su textura, y su olor característico. Oí a Michael quejarse.

-¿Estás bien?.-le pregunté preocupada.

-Sí, es sólo…creo que me he hecho daño al caerme antes.

No dije nada. Le cogí de los hombros y lo tumbé hacia atrás, dejando su cabeza apoyada en mis piernas. Suspiró y cerró los ojos.

Distraída, empecé a jugar con sus rizos mientras miraba hacia el cielo, notablemente más tranquila. Michael se durmió. Lo noté porque su respiración se volvió mas lenta y profunda. Pensé en dormirme yo también, pero no me apetecía. Sólo quería recrear en mi mente aquellos 4 días mágicos que había pasado a su lado. Comencé a acariciarle suavemente el rostro, repasando el contorno de sus ojos, sus cejas, su nariz, sus labios…memorizándolo en mi mente. Sonreí al contemplarle dormido. Nunca antes había tenido la ocasión de hacerlo. Era aún más encantador cuando descansaba. Dejé descansar mi cabeza sobre el tronco del árbol, y me dormí.

Desperté tumbada en el suelo. Una claridad se filtraba a través de los árboles, por lo que supuse que estaría amaneciendo. Busqué a Michael, pero no lo encontré por ninguna parte. Me levanté, repentinamente alerta, y comencé a caminar, a sabiendas de que seguramente no debería alejarme de aquel lugar, ya que podría perderme. Opté por caminar en círculos, intentando encontrarle.

-¡Hola!.- dijo su voz.

Me sobresalté.

-¡Me has asustado!.-le dije.-¿dónde estás?

-¡Aquí!

-¿Aquí dónde?.-insistí, mirando a mi alrededor.

-Encima de ti.

Alcé la mirada y lo localicé, subido en las ramas de un árbol. Sonreí de nuevo.

-¿Subes?.-me preguntó.