viernes, 26 de febrero de 2010

Capítulo 8.


Jamás se me olvidará lo que sentí al cantar con él aquella canción. Nunca olvidaré como me sonreía, ni como entrelazaba mis manos con las suyas, ni cómo me cantaba la canción a escasos centímetros de mí. No me importó lo más mínimo si desafinaba o no, os puedo asegurar que yo no me oía cantar, pero percibía TODO lo que nos rodeaba.

Luego, demasiado pronto para mí, la canción llegó a su fin. Antes de que pudiera reaccionar Michael me abrazó, mientras me decía al oído:

-Gracias por cantar conmigo.

Me apoyé en su hombro, y respiré profundamente. No había nada que pudiera estropear aquel momento. Bueno, casi nada.

-Michael, tenemos que seguir- dijo la voz de alguien que se nos acercaba.

Él me soltó, me dio un beso en la mejilla, y volvió a su puesto para seguir ensayando. El resto del tiempo estuvo innovando nuevos pasos de baile, calentando su voz, y hablando con uno de los técnicos sobre el vestuario. Mientras tanto, yo observaba distraída el ritmo frenético de todas aquellas personas que estaban implicadas en todo ese proyecto.

Pasadas un par de horas (o eso me parecieron a mí), Michael me sacudió el hombro.

-Eh – dijo sonriéndome- ya hemos acabado. Soy oficialmente libre hasta mañana por la tarde.

- Eso es estupendo- comenté.- ¿Qué vamos a hacer esta tarde?

-Mmm, a ver que piense…¿Qué te parece si vamos al Zoo?

Me incorporé de un salto.

-Vale. Pero primero… ¿podemos comer algo?- contesté mientras notaba como me sonaban las tripas…llevaba cerca de 48 horas con 4 galletas y un zumo de naranja en el estómago.

El se rió.

-Podríamos ir a algún restaurante vegetariano, he oído que han abierto uno muy bueno…

Le fulminé con la mirada.

-Era broma…anda vamos- acto seguido me cogió de la mano y nos fuimos.

Volvimos a la limusina, y Michael ordenó al conductor que pasara por alguna pizzería y pidiera un par a domicilio. El camino hacia el Zoo lo pasamos comiendo, intercambiando opiniones sobre el ensayo, gastándonos bromas…

Antes de llegar, Michael hizo un par de llamadas rápidas. Colgó y luego esbozó una gran sonrisa.

-Bueno, ya tenemos el zoo para nosotros solos.

-¿ De verdad?- pregunté asombrada.

Él asintió con la cabeza y con un gesto me indicó que bajara del coche, ya habíamos llegado. Bajamos, y siempre con las manos entrelazadas (como si fuéramos 2 niños pequeños), entramos en el recinto.

Era increíble la tranquilidad de aquel lugar…No se escuchaba nada que no fueran los sonidos de los animales, el movimiento de las hojas de los árboles, impulsadas por una suave brisa…

Visitamos casi todo el zoo: vimos las aves, los gorilas (fue uno de los primeros sitios, ya que a él le encantaban), las jirafas, los elefantes, los osos, los tigres…Mientras veíamos todo aquello él no hacía más que preguntarme cosas sobre mi vida, parecía fascinarle la simplicidad de mi vida y la rutina que llevaba a cabo todos los días. Me preguntó cómo era el pueblo donde vivía, el clima, si había mucha contaminación, me preguntó acerca de cómo era la gente, mis amigos, mi familia…me pasé cerca de 3 horas hablando, a veces algo cohibida, a veces desenvuelta, pero siempre con sus ojos negros incrustados en los míos. Cuando pasamos por el delfinario me detuve.

-¿Qué ocurre?- preguntó sorprendido debido a mi brusca parada.

-¿Podemos entrar?

Asintió.

Nos dirigimos a la parte subterránea, y una vez allí, observamos a los delfines a través de los cristales. Yo los observaba embobada. No había animal que me hiciera sentir tan libre como lo hacían los delfines. Me recordaban al mar, a la libertad, la paz…Michael me apretó la mano.

-Te gustan… ¿verdad?

-Muchísimo – contesté.

Guardó silencio unos instantes.

-¿Te gustaría pasar un rato con ellos?

Me giré sobre mis talones, sin dar crédito a lo que estaba escuchando.

- ¿--¿Qué?

-Si quieres puedo hablar con los encargados para que nos dejen entrar.

-¿De verdad puedes hacer eso?

-Claro. Es posible que no pueda llamar para pedir unas pizzas, pero algunas ventajas tiene ser Michael Jackson- contestó riéndose.

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