domingo, 21 de febrero de 2010

Capítulo 4.


El resto de la mañana fue increíble. Nos subimos en las atracciones (añado que hubo un momento que no lo pasé demasiado bien, ya que Michael insistió en que nos subiéramos al Zipper). Le advertí que me mareaba con poca cosa, a lo cual él respondió que duraría muy poco tiempo. Y no sé si fue por venganza o por qué, pero no hizo parar la atracción hasta que pasaron unos 15 minutos. Recuerdo que al bajar no pude mantenerme de pie, y Michael tuvo que sujetarme y llevarme a un banco hasta que se me pasó el mareo, haciendo bromas sobre el color verde de mi cara.

Más adelante nos fuimos al zoo, me dejó dar de comer a las jirafas (también tuvo que ayudarme, creerme que eran enormes y en algunos momentos sentí que si me pisaban me despertaría del sueño)

A la hora de comer, cuando fuimos a la cocina, le pregunté.

-Bueno. ¿Qué hay de comer?

-Mmm, no estoy seguro- dijo echando un vistazo a la nevera- te apetece algo de verdura?- concluyó, volviéndose hacia mí.

Hice una mueca de desagrado.

-¿No tienes otra cosa? ¿Carne, por ejemplo?

-Me temo que no- me contestó apenado.- Soy vegetariano.

Me rugieron las tripas. Suspiré.

-¿Sabes qué? No importa, tampoco tengo tanta hambre.

Negó con la cabeza.

-De eso nada. Acércame el teléfono, por favor. Voy a pedir unas Pizzas.

Mac aulló de alegría a mis espaldas.

-¡Bien! Por fin algo que no son ensaladas, ni champiñones, si salteado de verduras…puag.

Michael le ignoró y cogió el teléfono, marcando un número.

- Mike, creo que no deberías hacer eso. En cuanto digas la dirección van a pensar que les estás tomando el pelo.- comentó Mac, divertido.

- Sí, y más aún cuando te dé por decir “Hola, soy Michael Jackson, y quiero una pizza a domicilio, por favor”.- apostillé.

Mac y yo nos echamos a reír, divertidos. Me acerqué a Michael y le quité el teléfono de las manos.

- Anda quita, ya comeré algo cuando llegue a casa.

- ¿Segura?

- Completamente.

Más entrada la tarde fuimos al cine, donde intentó enseñarme algunos de sus movimientos de baile. Le advertí que era inútil, que tampoco había nacido para el baile. Pero insistió, siempre con esa sonrisa, SU sonrisa. No tardó mucho en darse por vencido, ladeando la cabeza a ambos lados, disgustado.

-Eres imposible.

-Ya te lo advertí- contesté con indiferencia.

Fuimos a su pequeño “estudio de grabación” donde me enseñó cada single, cada disco. Me habló de su árbol, y bromeó diciendo que si subiera yo tal vez consiguiera bailar. Empezó a remover entre un montón de papeles y partituras.

-Mira- me dijo, alargándome un papel- es una canción que he compuesto para mi próximo disco.

Miré la hoja con curiosidad, intentando averiguar de qué canción se trataba, a sabiendas de que no me llevaría ninguna sorpresa. Al principio, no distinguí nada, estaba toda la hoja llena de borrones, tachones, y una letra bastante poco legible. Pero alcancé a leer tres palabras. “Black Or White”

-Aún no sé como quiero que suene, pero si he pensado en el videoclip, ¿sabes?, me gustaría que estuviera basado en las diferentes culturas del mundo- añadió, con un suspiro.

-Sería precioso- afirmé, totalmente segura de mis palabras.

Me miró seriamente, lo cual me sorprendió, ya me había acostumbrado a la calidez de su mirada, y a su sonrisa, y aquello me desconcertó un poco.

-No digas nada de esto, es secreto profesional- dijo, enfatizando cada palabra.

Suspiré, bastante más tranquila

-Descuida. Soy una tumba.

En ese momento, una mujer del personal de limpieza entró en la habitación.

-Michael, ha llamado Elizabeth, viene a recogerte en media hora.

Un estremecimiento de pánico inundó mi cuerpo. ¿Significaba eso que, cuando él se marchara, me despertaría? No quería despertarme, no ahora. Un par de lágrimas brotaron de mis ojos. Él se dio cuenta, y rápidamente se acercó a mí preocupado, abrazándome dulcemente.

-¿Qué es lo que va mal?

-No es nada- conseguí decir a duras penas- no quiero irme.

Angustiada, rompí a llorar, revelándome contra lo inevitable. Le abracé con fuerza, intentando evitar así que se marchara, o que me marchara yo. Michael me besó el pelo, mientras intentaba consolarme.

-No llores, no pasa nada, aún no me voy… Espera, tengo una idea.

Dejé de llorar casi al instante. Si tenía algún remedio para evitar que me despertara, valía la pena escucharlo.

-¿Por qué no pasas la noche aquí? Diré que te preparen una habitación y que te traigan algo de ropa. Mañana estoy libre todo el día, podrías pasar otro día en Neverland, ¿qué me dices?

Me pareció una excelente idea. Aunque una cosa tenía clara: Debía evitar, de todas las maneras posibles, dormirme, ya que era probable que si me durmiera, me despertara donde había comenzado todo.

-Está bien- contesté, volviendo a sonreír- me quedo.

1 comentario:

  1. Lo dicho que historia tan tierna. Él se sentiría halagado y le gustaría tu historia.

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