domingo, 21 de febrero de 2010

Capítulo 3.


Oía su risa a mis espaldas, y sentí unas ganas irrefrenables de parar de correr y darme la vuelta para poder verle, pero en ese momento sentía aprecio por mi integridad física. Pero como no, trastabillé y caí de una forma muy poco elegante en el suelo. ( eso también es típico de mí…)

-¿Estás bien?- noté como se acercaba a mí y apoyaba su mano en mi espalda, preocupado.

-Oh sí, tranquilo, me sucede a menudo.

Me incorporé a duras penas, la verdad es que me había hecho daño en una de las manos. Conociendo mi mala suerte, no me extrañaría nada que me la hubiera dislocado.

-Espera, que te ayudo- se ofreció.

Con un solo brazo, y con una fuerza sorprendente, me levantó del suelo para ponerme de pie.

-Gracias- musité.

Me pasó un brazo por los hombros, y antes de que tuviera tiempo de reaccionar, me tiró un globo en la cabeza, empapándome. (De nuevo). Se empezó a reír con ganas. Yo intenté mirarle furiosa, pero por más que lo intentaba, me era imposible.

- T -te lo debía- me advirtió.

Me dio un apretón en la mano y aullé de dolor.

-¿Qué ocurre?-preguntó con gesto de preocupación.

- Supongo que me he hecho daño en la mano.

-Anda ven, vamos a casa a ponerte unos hielos.

Acto seguido, echó a caminar, bastante deprisa he de añadir, por lo que a duras penas podía seguirle. Cuando vio que me retrasaba, aminoró su marcha, sin impacientarse.

- B -bueno, cuéntame- dijo, intentando sacar un tema de conversación.- ¿qué hacías dormida en la puerta de mi casa?

Me paralicé. ¿Qué se suponía que tenía que decirle? ¿La verdad? Porque sinceramente, aunque aquello no fuera más que un sueño, no podía decirle el motivo real de mi visita, no quería estropear todo de ese modo. Así que me inventé la excusa más obvia que se me ocurrió.

- Y - Yo…bueno…quería conocerte. En principio sólo iba a estar un rato, pero estaba muy cómoda allí y me quedé dormida. Lo siento…- me sentí idiota. Sonaba todo tan ridículo…

- T - Tranquila, no pasa nada. Puedes pasar el día aquí si lo deseas. Oh…- se interrumpió.

- ¿ -Qué pasa?

- P -Pues…todo el día no va a poder ser…tengo una entrega de premios.

“Por supuesto” pensé.

Eso me hizo pensar…aunque aquello no fuera más que un sueño… ¿en qué año me encontraba? Observé a Michael detenidamente mientras él miraba absorto al suelo, supuse que inmerso en sus pensamientos.

Tenía la piel ligeramente bronceada, de ahí deduje que deberíamos rondar más o menos el año 1987 o 88…Llevaba el pelo recogido en una coleta, por debajo de su clásico sombrero de fieltro. Un rizo caía graciosamente sobre su frente. Sí, 1987, 1988, o quizás, 1989. Pensé en preguntarle en qué año estábamos, pero estaba segura de que si lo hacía, me miraría como si estuviera loca y seguramente llamaría a los guardias de seguridad.

-¿Quién te va a entregar el premio?- Pregunté, intentando así llegar antes a una conclusión.

-¿Qué?- contestó distraído. Sea lo que fuera que estuviera pensando, le había interrumpido el hilo de sus pensamientos.- Oh, Elizabeth Taylor. Mi dulce Elizabeth…-concluyó, esbozando una sonrisa.

Cavilé en mi mente unos instantes. Definitivamente, 1989, no me cabía ninguna duda.

- Bueno, no pasa nada. Supongo que en algún momento tendré que llegar a casa- el simple hecho de pensarlo me hizo estremecerme, no quería irme.

- Tranquila, haré que te lleven a casa.

Me reí entre dientes.

-¿Qué es tan gracioso?

- Pues que vivo en España.

- ¿Y cómo es que hablas tan bien el Ingles?- me preguntó con curiosidad.

“Eso mismo quisiera saber yo” pensé hacia mis adentros.

- Supongo que se me da bien- dije, encogiéndome de hombros.

Llegamos a la casa. Me cogió del hombro y me guió hasta la cocina. Se acercó al congelador y sacó unos hielos, envolviéndolos en un trapo. Luego se volvió a mí, y con un cuidado extremo, presionó suavemente el trapo contra mi dolorida mano. Me entró un escalofrío.

- Gracias – susurré.

Dio un paso hacia atrás y me contempló con expresión divertida.

- No me lo digas- adiviné- estoy echa un asco (supuse que aparte de empapada, llena de barro)

- No tanto…Mac y yo hay días que acabamos mucho peor.

Sonreí con ganas, reproduciendo esa escena en mi mente.

-¡Michael!- gritó una voz. Me giré y vi a Mac, que me saludó nada más verme.- hola.

- Hola- le contesté amablemente.

Michael se acercó a mí, siempre sonriendo.

- Bueno, y hasta que llegue la hora de irse, ¿qué te apetece hacer?

Lo medité unos instantes, para luego esbozar una sonrisa.

-¡Cualquier cosa!

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