lunes, 5 de abril de 2010

Capítulo 41.


Año 1992.

Os preguntaréis…”¿1992? Y qué ocurrió los 3 años anteriores?”. Bien…os lo responderé. No pasó nada. Absolutamente nada.

Aquella fatídica noche dormí en casa de James. Insistió en que durmiera en la cama, que él podía apañarse en el sofá. Me dio lástima, pero no me dejó protestar. Sólo hubo una noche en la que lloré más que aquella, y fue la del 25 de Junio de 2009. A la mañana siguiente no podía ni abrir los ojos de lo hinchados que estaban, pero tampoco me importó.

A partir de ese día luché por seguir adelante, por no mirar al pasado. James se convirtió en un fiel amigo, siempre estuvo cuando le necesité. Había tardes que se pasaba hablando durante horas de tonterías sólo por el simple hecho de sacarme una sonrisa. Permitió que me quedara a vivir con él. En principio me incomodó, pero luego pensé…”¿dónde voy a ir si no?”. Oficialmente tenía 2 años, carecía de DNI o de cualquier documento que pudiera identificarme. Sencillamente, no existía.

Una de las cosas que me preocupaba era que no envejecía. Es decir, en aquellos tres años, contemplé como James cambió físicamente, cómo la forma de su mandíbula se endurecía, como desaparecían aquellas pecas que me parecían tan graciosas…en cambio, yo no cambié. Ni siquiera me crecía el pelo, era como una fotografía con vida. Como un vampiro (con la notable diferencia de que no me alimentaba de sangre, ni me mataba el sol, ni todas aquellas leyendas que seguro que ya conocéis)

Desconozco si Michael intentó buscarme durante aquellos años, y si fue así, dudo que encontrara la información oportuna para hacerlo. Nunca conté a James la verdad (mi viaje en el tiempo, digo). Resultó ser el dueño de una conocida marca de ropa, y no tuvo inconveniente alguno en concederme un trabajo de dependienta.

Por supuesto, decir que no volví a ver la televisión, ni a escuchar la radio. Evitaba ver o escuchar cualquier cosa que me recordara…a él. No volví a tener noticias suyas desde esa noche.

Pero claro…¿Qué hago yo escribiendo si no volví a saber nada de él? .Es cierto, no supe nada de él…hasta el año 1992.

La mañana del 4 de febrero me levanté y desperecé ruidosamente. Odiaba los miércoles. Eran los días en los que había más clientela y, por tanto, llegaba doblemente cansada a casa. Me duché y vestí como cualquier mañana. Bajé a la cocina y saludé a James con un beso en la mejilla. Se giró hacia mí con una sonrisa.

-Buenos días. ¿Lista para el día de hoy?

Me preparé el desayuno y bostecé.

-Ya veo que no- comentó cogiendo el periódico.- a propósito…hoy va a llegar un encargo procedente de Egipto. Estate pendiente porque irán a recogerlo.

-Sí, de acuerdo Papá.

Se echó a reír y rodeó mi cintura con sus brazos.

-Yo me voy ya. Pórtate bien, ¿vale?

Me revolvió el pelo con una de sus manos y se marchó. Desayuné sin ninguna prisa, me lavé los dientes, cogí las llaves de casa y me marché. Como siempre, llegué la primera, por lo que me tocó abrir a mí. Encendí las luces y puse el cartel de “abierto”. Repasé el inventario un par de veces así como el dinero recibido, para cerciorarme de que todo estaba bien. Se abrió la puerta y entró Judith, mi compañera. No sabía como lo hacía, pero siempre llegaba con una sonrisa radiante en el rostro.

-Algún día me dirás que demonios desayunas para estar así de animada.

-Bueno, hoy hace sol. Los días soleados siempre son buenos.-dijo mientras colgaba unos pantalones en diferentes estantes.

“En ese caso, hace 3 años que no sale el sol” pensé para mis adentros. Empezaron a llegar clientes, y me vi envuelta en la rutina de todos los días. Preguntar, ayudar, cobrar, ordenar ropa, devoluciones, encargos…

Sobre las 3 de la tarde un hombre vestido de negro y de casi 2 metros de altura entró en la tienda, dirigiéndose hacia mí.

-Buenas tardes. Necesitamos que los clientes abandonen el recinto.

Miré a Judith, que ya estaba preparada para pulsar la alarma.

-No hasta que no me diga quién es usted.

-Por supuesto. Un cliente muy especial va a venir a recoger un encargo procedente de Egipto.

Asentí con la cabeza.

-Vale, entiendo. ¿Pero es tan especial que hay que vaciar la tienda por él?

-Sí, por favor.

Suspiré. Hice un gesto a Judith y ésta se puso a pedir amablemente a los clientes que se marcharan. Cuando la tienda quedó vacía me acerqué a aquel hombre, que hablaba por teléfono.

-Bueno…ya está.

Se giró sobre los talones y abandonó la tienda.

-No sé quien va a venir, pero más le vale que nos promocione como es debido, no veas como se ha puesto una señora cuando la he echado- me susurró Judith mirando hacia la puerta.

-Ya. Bueno, quédate aquí. Voy a bajar al almacén a por la ropa.

Al llegar al almacén cogí las cajas. “madre mía” pensé “cómo pesa esto. Sea lo que sea debe de valer una fortuna”. Escuché abrirse la puerta de la tienda. Agudicé el oído, pero no aprecié ningún otro ruido. Me encogí de hombros y subí las escaleras. Intenté abrir la puerta pero no pude, estando cargada como estaba. Alguien la abrió desde dentro.

-Gracias- murmuré mientras alzaba la vista.

Pude sentir como el corazón se me paraba para luego volver a latir frenéticamente. Sentí aquel escalofrío por la espalda. Sentí como mi cara enrojecía. Sentí todas aquellas sensaciones que hacía 3 años que no percibía.

Michael había vuelto.

Me contempló con la boca abierta, sin salir de su asombro. Tras unos segundos, la cerró y esbozó mi sonrisa predilecta, la misma que tanto había echado de menos.

-Hola- saludó.- cuánto tiempo.

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