miércoles, 10 de noviembre de 2010

Capítulo 69.


-¿Grecia?-pregunté minutos después, al desatarme la venda, perpleja tras echar un rápido vistazo a los billetes que sostenía Michael en la mano. Él la retiró con rápidez y endureció el gesto.
-Tramposa...

-Yo no hago trampas, es culpa tuya si dejas esos billetes a mi vista, y más con lo cotilla que soy.

Sonreí con suficiencia al percibir mi victoria ante mi lógica aplastante. Él, derrotado, finalmente esbozó una de sus sonrisas.

-Como quieras pequeña curiosa. Pero te puedo asegurar que no te vas a enterar de nada más.

Desde hacía años para nosotros, nos era imposible por las razones obvias coger un avión con más pasajeros, así que no me sorprendí cuando descendimos a la pista de despegue para subir a uno de sus flamantes Jets privados. Sonreí con ilusión.

-¿En este también hay uno de esos magníficos ajedrez de gominolas?

Michael correspondió a mi sonrisa mientras se echaba a un lado, como todo caballero, para cederme el paso.

-Por supuesto. No me iba a olvidar de cuánto te gusta hacer trampas.

-Bla, bla, bla...el caso es quejarse.

El viaje en el avión transcurrió rápidamente para mí, como si el tiempo avanzase como si de difusos borrones de colores y movimientos se tratase, a pesar de los miles de kilómetros que nos aguardaban por delante. Quizás era por tener a Michael a mi lado en todo momento, sujetando mi mano entre las suyas, y susurrándome pequeñas frases de sus canciones, como si únicamente hubiesen estado escritas para mí. Yo no hacía más que escucharle ensimismada, pues a pesar de los años que había vivido a su lado, seguía sin comprender cómo un ser tan perfecto como lo era él, me quería a mí como su compañera, su amiga, su pareja.
No había nada en mí capaz de retenerle, y aún así, ahí estaba él, envolviéndome con las miradas más dulces que jamás hubiese podido imaginar.

El Jet tomó tierra en la majestuosa Atenas, uno de los lugares más significativos para mí, protagonista de tantos y tantos poemas, escritos y mitos. Al igual que en Egipto, pisar esas tierras trajo consigo una sensación de una relajación completa, como si una parte de mí perteneciese a ese lugar, como si al fin estuviese en casa.

-¿Siempre ocurre esto?- pregunté a Michael mientras me ayudaba a descender por la escalera del avión.

-¿El qué?

-Llegar a un determinado lugar...y sentir que tu sitio está aquí, al lado del mar, la historia y los recuerdos.

Él tomó aire y lo dejó salir con lentitud.

-Dicen que cuando nos sentimos así es porque ya hemos estado en esos lugares anteriormente, inconscientemente o no.

-¿A tí te sucede a menudo?

-Desde que te conozco. Constantemente tengo una sensación parecida, como si realmente te hubiese conocido por una razón en concreto, y que estás aquí para advertirme.

Frené mis pasos en seco, nuevamente sorprendida por su suspicacia.

-¿Pasa algo?- preguntó.

-No, nada. Sólo que juraría que ya me has dicho eso antes.

-Sí, es posible...Bueno, ¿Vienes? Aún te queda lo mejor por ver.

-Dudo que puedas sorprenderme ya- comenté con una media sonrisa.

Michael se giró y me agarró de la mano con súbito entusiasmo.

-Eso suena a reto. Anda, vamos.

No añadí nada más. En el fondo, y para ser sincera, me encantaba que me sorprendiese a cada instante, pues jamás dejaba de hacerlo, aunque nunca le diese la satisfacción de reconocérselo.
En un lado de la pista, nos esperaba un flamante coche negro con cristales tintados. Eso me apenó en cierto modo, ya que no podría admirar el paisaje en todo su esplendor. Aún así, la sonrisa no desapareció de mi rostro.

Durante el camino, Michael habló sin cesar sobre su fascinación acerca de la cultura griega, según él, una de sus favoritas.

-...Sobretodo el concepto del amor que tenían-continuó él entusiasmado.

-¿Por qué? Todas las grandes historias de amor griegas terminan en tragedia.-respondí con el ceño fruncido.

-Precisamente por eso. Vivir un amor peligroso, prohibido, hasta el punto de llegar a perder a la persona que amas con tal de pasar a su lado un par de segundos más.

-Pero mira que eres fatalista a veces-me jacté dejando escapar un suspiro- entre esto, y lo de las momias...

Se echó a reir con ganas y me removió el pelo con dulzura.

-Campanilla-dijo-algún día comprenderás lo complicado que es el amor.

Le miré atónita. ¿Cómo podía poner en duda mis conocimientos sobre el amor? ¿Insinuaba que no lo había conocido? ¡Había puesto mi mundo del revés por él! Cuando estaba a punto de abrir la boca para reprocharle, el vehículo redujo la velocidad, hasta detenerse enfrente de un hotel de dimensiones desproporcionadas, un hotel más grande de lo que yo creí haber visto jamás. Abrí la boca de par en par, y si lo estáis pensando...no, no fui capaz de cerrarla. Al contemplar mi expresión Michael sonrió con suficiencia, y nuevamente me tendió la mano.

-¿Me acompañas?

-No me lo digas-murmuré con un hilo de voz- nuestra habitación es una suite.

-Acertaste.

Subí al ático prácticamente empujada por Michael, pues yo era incapaz de salir de mi asombro. Aquel sitio era mucho más hermoso de lo que me había esperado, sin duda. Y al llegar a las puertas dobles de la suite, Michael me tapó los ojos con sus manos. Me estremecí, temerosa de que una de esas visiones me abordara de nuevo, pero gracias a Dios, no pasó nada. Él abrió la puerta y guió nuestros pasos hacia lo que yo supuse que era el balcón, pues percibí como una suave brisa de aire acariciaba mi rostro.

-¿Preparada?- preguntó él.

-Siempre.

Y sin más preámbulos, liberó mis ojos de sus manos, y pude contemplar extasiada la belleza que se hallaba entre nosotros:
El imponente y grandioso templo de Zeus se habllaba a unos 500 metros del balcón, dotanto al entorno de una nobleza inigualable. Y a mi derecha, el más cristalino y diáfano mar. Un aroma salado nos envolvía, a la vez que el viento mecía nuestros cabellos como al son de una canción, lenta y melodiosa.

-Michael...esto es..sencillamente precioso.

-¿Te gusta?

-¿Estás de broma? ¡Esta es la novena maravilla del mundo!

-Querrás decir la octava...-me corrigió.

Negué con la cabeza.

-No, la novena. La primera de todas eres tú.

Él sonrió con dulzura e hizo rotar mi cuerpo con suavidad, para que así nuestras miradas se encontraran. Con una caricia, y el más suave de los movimientos, presionó sus labios con los míos, con la dulzura que siempre me enloquecía. Era todo tan perfecto, que hasta me pareció que la brisa aumentó su velocidad a la vez que él alargaba la duración del beso. Luego, demasiado pronto para mí, se separó.

-Te quiero, Michael.-susurré esbozando inconscientemente la más grande mis sonrisas.

Pero él, en cambio...no respondió.

2 comentarios:

  1. Como q no respondio??
    Mike! xq no respondes!! xD
    El es la 1era maravilla ♥
    mucha razon! :P
    Q capitulo tan lindo
    espero q la sigas pronto :)

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