Capítulo 33.

Me mordí el labio, frustrada.

-Eres un caballero.

-Exacto- respondió él.

Sentí como las palabras se agolpaban en mi garganta, pujando por salir. Decidí que se quedaran allí, pues no quería estropear nuestra reciente “relación” si es que se podía llamar así.

Me levanté y fui al baño, cerrando la puerta tras mí paso. Abrí el grifo de la ducha y me metí dentro. Estuve durante un largo periodo de tiempo, el suficiente como para que se me relajaran los músculos. Finalmente, cogí una toalla y envolví mi cuerpo en ella. Entré en la habitación, ya que se me había olvidado coger la ropa. Michael estaba allí, que me miró extasiado, con los ojos a punto de salirse de sus cuencas. Ignoré su presencia y me incliné sobre la maleta para cogerme las prendas. Unos brazos me rodearon la cintura con dulzura.

-No te enfades pequeña- susurró él.- sabes que te quiero.

Me di la vuelta para enfrentarle.

-Pues no, no lo sabía.

-Te lo digo siempre.

-Pero no con el significado que quiero escuchar.

Sujetó mi mentón con su mano, obligándome a mirarle.

-Te quiero.

Y selló sus palabras con un beso. Mis piernas flaquearon, como si fueran de gelatina. Aparte mi boca de la suya.

-No es justo.

-¿El qué?- quiso saber.

-Que me hables, que me mires, y que me beses como lo haces. Debería ser ilegal.

Me sonrió, mostrándome su perfecta dentadura.

-Pues te vas a tener que aguantar. Porque no pienso dejar de hacerlo.

Esa vez fui yo la que sonreí. Sólo la perspectiva de saber que no nos íbamos a separar, incrementaba los latidos de mi corazón.

-Voy a vestirme- le dije.

Cogí la ropa y me metí en el baño. Una vez vestida, me peiné rápidamente y abandoné el baño. Michael estaba en el balcón. Salí también hasta llegar al punto donde se encontraba, apoyando mi cabeza en su hombro.

-Es tan hermoso todo esto…-comenté extasiada.

Se colocó detrás de mí y me rodeó con sus brazos, respirando a un par de centímetros de mis oídos.

-Ahora está más hermoso que el año pasado.

-¿En serio? No creo que haya cambiado nada.

-¿Segura? Te tengo a ti, mi pequeña campanilla.

-Pero Peter Pan estaba enamorado de Wendy- añadí.

-Puede, pero campanilla siempre estuvo cuando Peter la necesitó. Y eso vale más que mil wendys juntas.

Me besó dulcemente en el cuello.

-Escribiré una canción sobre estos días, lo prometo.

-¿De verdad?

Y de nuevo, no me contestó. Me hizo darme la vuelta para volver a besarme.

Los siguientes días que pasamos en Egipto fueron realmente…mágicos. Ni siquiera esa palabra se acerca de lejos a todo lo que pasamos juntos. Nos levantábamos temprano, hacíamos largas excursiones a la ciudad, hacíamos carreras de camellos…

Había momentos para todo. A veces para reír, otros para jugar, y otros para querernos. Era en esos momentos del día, después de cenar, que deseaba que el tiempo se parase para nosotros dos. Algunas de esas noches nos dedicábamos a contemplarnos el uno al otro, sin hablar, sin nada que decir. No existen palabras para expresar lo que veía en sus ojos. Sólo sé que podía ver su alma, de niño y hombre a la vez.

En esos días, conocí a la persona, no al artista. A la persona, con todas sus facetas. Las buenas, las no tan buenas…así como su lado seductor e inocente. Conocí a Peter Pan, sin barreras, sin máscara.

Nunca olvidaré aquella semana. Ni su sonrisa. Llegué a contar 14 sonrisas distintas, así como 14 maneras de mirarme, todas diferentes.

Pensé que había encontrado a mi otra mitad, a eso que muchos conocen como “alma gemela”. A aquella persona que me complementaba, que tenía las virtudes de las cuales yo carecía. Pero sobre todo, pensé que si podía existir el amor entre Peter Pan y Campanilla.

Me equivoqué, como siempre.