En ese momento, enfadarme no tenía demasiado sentido, ya que no encontraba la fuerza para ello, por lo que me dediqué a taladrarle con la mirada. Él sólo me devolvió una angelical sonrisa.
-He estado preparando unas tostadas. ¿Te gustan?
-Te odio, Michael. ¿Por qué me haces esto?
-Yo no he hecho nada. Has empezado tú.
Fruncí los labios con fuerza. ¿Por qué siempre tenía que llevar la razón en todo?
-Pero luego tú me has besado.
Volvió a reír, sólo que en esta ocasión con desdén.
-No, ha debido ser imaginación tuya. Con ese golpe que te has dado, no me extrañaría que deliraras.
Abrí la boca, sorprendida. Estaba completamente segura de que no habían sido imaginaciones mías, pues aún sentía el tacto de sus labios sobre mi cuello. Pero aún así…verle tan sumamente convencido de sí mismo me hacía dudar a mí.
-Pero…
-Mira, te voy a decir lo que ha pasado. Te has dado un buen golpe, y te has desmayado. Fin del asunto.
Analicé su mirada, en busca de alguna respuesta oculta, pero no hallé nada más allá de sus penetrantes ojos negros.
-Puede que tengas razón.
-Siempre la tengo. Bueno patosa, dime qué quieres de desayunar.
-Un café, por favor.
Durante el desayuno no hubo ningún incidente. Estuvimos hablando de su carrera, de su última gira, y del proyecto de su nuevo disco. El incidente de por la mañana parecía habérsele olvidado, pero no podía decir lo mismo de mí. Aún seguía dándole vueltas. No solía tener sueños tan vividos y reales. A mitad de la conversación, percibí que Michael me observaba con más atención de la que me tenía acostumbrada.
-Emmm… ¿me he manchado?
Él soltó una carcajada, negando con la cabeza.
-No, boba. Es sólo que hay una cosa que me llama la atención.
-¿El qué?
En vez de responder, se sentó a mi lado y acarició con suavidad mi rostro. Me aparté ligeramente, asegurándome así de que me asaltaran las ganas de besarle.
-Es sólo que…no has cambiado nada. Mírate. Eres la misma de hace 5 años.
Me sonrojé, pero no por sus palabras. Si no por el miedo que me daba que pudiera sospechar algo.
-Supongo que me conservo mejor que tú- contesté sacándole la lengua.
-Boba- se carcajeó mientras me daba un leve empujón.- al final tendré razón.
-¿Razón en qué?
- En que eres mi Campanilla
Sonreí con tristeza al recordar aquel año, el año en el que empezó todo. El año en el que nos conocimos, en el que surgió una nueva amistad, una nueva historia de amor. Michael lo notó y me rodeó con sus brazos.
-Lo echas de menos, ¿verdad?
Asentí, y no pude evitar que una lágrima cayera por mi mejilla. Agaché la cabeza y le escuché sonreír. Con sus dedos retiró con dulzura la lágrima de mi rostro.
-Era todo tan sencillo Mike…-un escalofrío me recorrió al pronunciar ese diminutivo. La última vez que le había llamado así fue en Egipto- éramos sólo tú y yo. Amigos, pareja…eso es lo de menos. Pero éramos los 2 juntos, pasase lo que pasase.
-Yo también extraño esos momentos. Pero no podemos hacer nada. Tú has rehecho tu vida…y yo la mía. No podemos volver atrás en el tiempo.
“Ya, seguro….”pensé para mis adentros. Menuda ironía.
En esa ocasión fui yo la que no dijo nada. Seguí con la cabeza agachada, con la mirada perdida…con la mente en…neverland. En Egipto, en Madrid, en sus labios, en su sonrisa. Me iba a volver loca de seguir en esa situación. Escuché a Michael suspirar.
-No sé qué hacer, pequeña.
Levanté la mirada y le observé un periodo de tiempo inmensurable.
-Vámonos.
Él sostuvo mi mirada, apenas sin parpadear.
-¿A dónde?
-No importa. Vámonos. Los 2 solos. Como al principio.
-¿Cómo sé que no te volverás a ir?
Con aquella pregunta me desarmó. Efectivamente, y una vez más, tenía toda la razón del mundo. Y muy a mi pesar, tenía que aceptar que todo lo que había sucedido, si nos habíamos separado, era culpa mía. O de Eric, en su defecto. Pero aquella vez no volvería a suceder, me lo juré a mí misma. Tomé las manos de Michael entre las mías. Le miré, y en sus ojos pude ver una vez más ese debate interno.
-¿No lo recuerdas, Michael? Te lo dije…y lo mantendré. Siempre estaré contigo. Hasta el final.
Deseé con todas mis fuerzas que me creyera, que dejara de dudar en mis palabras. Michael suspiró e inhaló profundamente, por lo que supe que estaba a punto de contestar.
Mi móvil vibró. Miré la pantalla: Judith.
-Cógelo- susurró Michael – puede ser importante.
Resoplé y contesté de mala gana.
-Dime.
Escuché el llanto angustioso de Judith al otro lado de la línea. Súbitamente, me alarmé.
-Judith, ¿estás bien? ¿Qué ha pasado?
-Es James. Ha tenido un accidente. Y los médicos no saben si va a salir de ésta.