Los días que transcurrieron después de aquel maravilloso encuentro pasaron ante mis ojos como un difuso borrón. Tener de nuevo a Michael a mi lado, sin miedos, ni preocupaciones. Nada. Sólo él y yo, como siempre había debido ser. Pero sin duda, el momento que más recordaré con más cariño comenzó como cualquier otro:
Me desperté… Bueno, realmente no me desperté por mi propia voluntad, si no a causa de las horribles nauseas que llevaban haciendo estragos en mí desde hacía ya 3 semanas. Crucé mi habitación y llegué al baño en tres zancadas.
De nuevo devolví la cena del día anterior. Mareada, sujeté mi frente con la mano y me dejé apoyar contra la pared. ¿Cuánto duraba aquello? Como siguiese vomitando cada cosa que ingería, no tardaría demasiado tiempo en desaparecer, pues la comida, aparte de sentarme mal, me causaba verdadera repulsión. ¿Cuántos kilos habría perdido? ¿Cuatro, cinco…?
“Ninguno” Respondió una voz en mi cabeza. Ningún kilo, ninguna arruga, nada de nada. Seguía sin cambiar. Seguía impasible ante el paso del tiempo, como una eterna joven de veinte años.
-Isa, ya llevas una semana entera vomitando sin parar. ¿Te encuentras bien?- preguntó la voz de Judith a mis espaldas.
Titubeé unos instantes.
-Judi, hay algo que tengo que contarte…
No preví sus movimientos. Su rostro se puso blanco como la tiza, y poco a poco vi como esbozaba una enorme sonrisa. Tampoco preví los gritos que salieron de su boca a continuación.
-¡AAAAAHHHH! ¡NO ME LO PUEDO CREER! ¿¡DE VERDAD!? ¡ES UNA NOTICIA GENIAL! ¡VOY A SER TÍA! Bueno, quizás tía… Pues no, porque no eres mi hermana de sangre… Pero claro, te conozco ya desde hace un montón, ¿Y qué sería de tu vida sin mí? Te respondo. Un desastre. Entonces me merezco ser la tía, ¿No? Bueno, y da gracias a que no te pido que me dejes ser la madrina del niño, porque se lo pedirás a Janet, seguro… Pero ya podrías pedírmelo a mí, porque…
Dejé que siguiera con su monólogo mientras me levantaba y me lavaba los dientes. Sí, definitivamente, tenía que contárselo a Michael sin dilación, antes de que fuera evidente a la vista.
Como si de una extraña casualidad se tratase, sonó el timbre del apartamento. Aparté a Judith a un lado, y prácticamente volé para llegar a la puerta y abrirla de un tirón.
Unos ojos que conocía mejor que los míos propios, me sonrieron divertidos desde el otro lado.
-Buenos días princesa- dijo Michael mientras se inclinaba sobre mí y me daba un suave beso.
Quise prorrogarlo, por lo que le rodeé con mis brazos, presionándole contra mí. Podía sentir como hervía mi sangre bajo las venas. Él no tardó en zafarse de mi abrazo, riéndose.
Gruñí, frustrada.
-Eres horrible- le acusé señalándole con el dedo.
-No demasiado. Y créeme que habría continuado de buena gana, pero no puedo por dos cosas… La primera, que Judith está detrás de ti.
-¿Eh?- me giré sobre mis talones para ver a mi compañera de piso, que seguía con la misma sonrisa tatuada en el rostro.-como sigas sonriendo así te van a salir arrugas, Judi- la reproché.
-Ya me voy, ya me voy…- se alejó, adentrándose en el pasillo.- ¡Qué guay! ¡Voy a ser tía!
Lo tuve claro. La mataría cuando Michael se fuese.
-¿De qué hablaba? –preguntó él con una mueca de confusión en sus perfectas facciones.
-Ni idea, está loca…
-Lo suponía… En fin, ve a vestirte, hoy va a ser un día muy especial para los dos.
-¿Sí? ¿Qué vamos a hacer?
-Quiero que conozcas a mis hijos.
Mi cuerpo entero se paralizó ante la sorpresa. No esperaba que… Bueno, que fuese a ser ese mismo día. Y con todo lo del embarazo… no sabía si era una buena idea. Aunque por otro lado, darle la noticia en ese momento, ¿No le haría feliz?
No le contesté. Me metí en mi habitación y me cambié de ropa en apenas un par de minutos. Salí de allí como un torbellino, cogiendo la mano de Michael a mi paso.
-Vamos.
Pero mi entusiasmo, apenas era comparable con el suyo, que prácticamente iba tirando de mí hasta que llegamos a la limusina. El trayecto no fue muy largo, pues su hotel apenas estaba a unos 30 kilómetros de mi apartamento. Entramos por la puerta de atrás, como era habitual desde hacía muchísimo tiempo. Subimos a la última planta por las escaleras, (como era habitual en mí), y caminamos hasta llegar a una de las habitaciones. Se hizo el silencio.
-¿Estás lista?-preguntó acariciando mi mejilla con sus manos. Me habría quedado allí quieta disfrutando de sus caricias hasta que si hiciese de noche, pero ese no era el momento.
Michael abrió la puerta, y vi como dos niños pequeños corrían hacia él entre chillidos y saltos de alegría.
Michael se agachó y los recogió entre sus brazos. Verles abrazados, sentir el amor que Michael tenía por sus hijos, y sus hijos por él, no pudo evitar hacerme derramar una lágrima. Y de nuevo me pregunté el por qué: Por qué el mundo le había hecho tanto daño a una persona que lo único que había hecho en toda su vida, era… Amar. La respuesta no tardó en llegar: El mundo no se merecía a alguien como Michael Jackson, era así de simple.
Me sentí fuera de lugar entre ellos tres, por lo que me desplacé hasta la ventana de la habitación y observe el exterior con gesto ausente.
Algo pequeño tiró de pantalón. Miré hacia abajo y vi al pequeño Prince, impaciente.
-Me ha dicho Papi que eres su novia. ¿Es verdad?
Busqué a Michael con la mirada y le localicé a unos pasos por detrás de su hijo, con Paris en brazos y sonriendo con dulzura.
-Bueno, algo así- contesté agachándome para coger a Prince.- Aunque quizás… Quizás después de la noticia que os voy a dar sea algo más.
Michael entornó la mirada, confundido. Por un instante olvidé a sus hijos, en ese momento no estaban. Para lo único que había cabida en ese momento, era para Michael y para mí, la distancia que nos separaba, y a la vez, la sorprendente fuerza de su mirada que me hacía sentirle dentro de mí.
-Estoy embarazada.