Apenas recuerdo cuanto tiempo me quedé allí. No podría decir que me quedé absorta en mis pensamientos, porque tampoco fue así, pues tanto mi mente, como mi mirada, se encontraban ausentes. Sin duda era una jugada de Eric, sólo él podía jugar con el transcurso del tiempo a su antojo. Pero, aquel chico...Matt; no podía ser una invención suya. De lo contrario no habría sentido aquellas extrañas y complejas emociones al escuchar su voz.
Como el ruido de un despertador en la peor de las pesadillas, el nombre de Michael acudió a mi cabeza, haciendo desaparecer todo atisbo de temor e incomprensión por lo sucedido. El recordar su sonrisa logró esbozar en mí una sonrisa, levantarme, y volver a la casa, fantaseando con lo perfecto que sería todo con él nuevamente a mi lado. Opté por prepararle una cena, y así mantener mi mente ocupada en otras cosas.
Con la ayuda de Bianca y otros empleados, en cuestión de 3 horas habíamos preparado la cena que sólo cabía imaginarse en cuentos de hadas. El salón únicamente estaba tenuamente iluminado por unas velas, y la mesa estaba ya perfectamente dispuesta para cuando Michael llegase.
-Bianca, ¿Sabes algo de Michael?- pregunté mientras terminaba de colocar las copas.
-Llamó hace media hora para decir que no se demoraría.
-Perfecto. Gracias.
Subí a mi habitación a deshacer las maletas. Entrar en aquellos metros cuadrados trajeron consigo una sensación de paz y tranquilidad. No podía describirlo con otra palabra que no fuese "magia". Algo en esa habitación, me gritaba en silencio que yo pertenecía a ese lugar, y ciertamente lo creía así. Me miré de refilón en el espejo y observé mi rostro demacrado y marcado por las lágrimas derramadas durante todo el día. Sin duda alguna, aquel era el mejor momento para darme una ducha.
Al salir, busqué entre mi ropa hasta encontrar un vestido decente que ponerme. Unos nudillos golpearon la puerta con suavidad.
-¿Sí?
-Michael ya ha llegado. La está esperando.
Su nombre provocó un sordo golpeteo de los latidos de mi corazón. Peiné mi cabello de la manera más elegante posible y oculté mis ojeras tras una fina capa de maquillaje. Abrí la puerta, cogí aire, y bajé las escaleras.
Al final de ellas allí se encontraba él, como en el más perfecto sueño, con esa sonrisa que podría derretir el mundo entero, empezando por mí. Le tendí mi mano y él se inclinó para besarla, lo que provocó que me riera.
-Siempre un caballero.
-Hasta el final. Estás preciosa.
Me sonrojé, y él sonrió. Caminamos hacia la mesa, y nos sentamos el uno frente al otro.
Podría optar por contar lo que hablamos durante todo aquel tiempo, pero no habrían palabras posibles para describirlo. ¿Alguna vez habeís sentido esa conexión, aquella en la que tanto tú, como él, inconscientemente, os rodeaís de una burbuja sólida e irrompible?
Pues eso me pasó con él. Lo que nos contamos era bello, pero lo más bello sin duda eran las cosas que no se decían: Las sonrisas, los roces, el calor de su mirada...En un momento de la cena, su pierna rozó la mía.
-Lo siento-se disculpó.
-No pasa nada- le respondí con una sonrisa.
Y nuevamente, sentí como su pierna acariciaba la mía hasta la altura de la rodilla. Volví a sonrojarme.
-¿Qué quieres, Michael?
-Que me mires.
-Ya lo hago.
-No, no como yo quiero.
Abrí los ojos aún más, sorprendida.
-¿Cómo quieres que te mire, entonces?
-De la misma manera en que lo hago yo, deseándote a cada instante.
Sus palabras no me pillaron desprevenida, pues ya conocía esa faceta de Michael. Aún así, mi mente no pudo controlar que todo mi cuerpo se estremeciera ante la intensidad de su mirada. Él se levantó y me tendió su mano, que yo cogí sin pararme a pensarlo. Nada más hacerlo, me aprisionó contra él, no sin antes sujetar mi mentón con su mano y darme el beso más apasionado que recordaba en mucho tiempo.
La sangre ardía bajo mi piel, mis pulsaciones habían triplicado su velocidad habitual; así como también podía escuhar los latidos desbocados de su corazón. Poco después abandonó mis labios para dirigirse a mi cuello, momento en el cual le aferré la camisa, seguramente haciéndole daño.
-Michael...-articulé entre sordos gemidos.
-¿Sí?
-Bianca...
-Estamos solos. Ya me he encargado yo de eso.
Desconozco en que momento perdí el sentido común, o en que momento dejé de comportarme como siempre lo había hecho. Sólo sé que sus labios provocaban pequeñas descargas eléctricas sobre mi corazón cada vez que rozaban cualquier centímetro de mi piel.
Tampoco recuerdo en que momento dejamos de ser dos, para convertirnos en una única unidad. Pero lo que sí recuerdo, es su voz cada vez que me susurraba "te quiero" al oído. Ese era el motivo por el cual había pasado por tanto dolor y sufrimiento.
Ese era el motivo por el cual había puesto mi mundo del revés por él. Por escuchar esas palabras.
Tras varias horas de intensa pasión y sentimiento, caimos rendidos en la enorme alfombra que cubría el suelo del salón. No quería separarme de él, así que rodé hacia su lado y me acosté sobre su pecho. Él cogió una manta y cubrió nuestros cuerpos con ella. No quería hablar, no había necesidad.
Todo era perfecto así, sin palabras. Sólo sé que me dormí tras sentir sus labios sobre mi frente.
Y sólo sé que el nombre de Matt, acudió a mi mente minutos después.