Actualmente, daría todo lo posible por volver a ver la cara de Lisa cuando Michael le dedicó aquellas palabras.
En ese momento, sin embargo, no sé cual de las dos se sorprendió más; si ella, o yo. Mi oponente no tardó demasiado tiempo en recomponer su expresión. Frunció los labios y entrecerró los ojos.
-Muy bien-dijo con frialdad-en ese caso me iré.
Miré a Michael intentando preveer su reacción, pero únicamente se limitó a asentir con la cabeza y a pronunciar una frase carente de emoción:
-Le diré al chófer que lleve de vuelta las maletas a tu casa.
Ella no respondió. Pasó por mi lado sin pronunciar palabra. La tensión en el ambiente era casi palpable. No encontré el valor para seguirla con la mirada, por lo que clavé la vista en el suelo, a la espera de que se marchara. Tras unos minutos...
-Ya se ha marchado-murmuró Michael.
Y casi en el momento, me sepultó en un abrazo en el que prácticamente me dejó sin respiración. Respondí agradecida a esa muestra de afecto, pues llevaba mucho tiempo ansiándola. No importaba cuánto tiempo transcurriera, siempre me encantaba la sensación de estar entre sus brazos, de sentirme segura, de escuchar los latidos de su corazón. Tras unos minutos, me separé de él, y le contemplé sonriente. Aunque claro está, mi sonrisa no fue nada en comparación a la suya, capaz de eclipsar al mismísimo sol.
-De vuelta en Neverland.
-No-me corrigió-de vuelta en casa.
Me ofreció su mano, y yo la cogí sin pensarlo si quiera, sonriendo con ganas. Las siguientes horas paseando por los prados de Neverland no fueron mágicas, ni preciosas...fueron necesarias. Porque necesitábamos desde hacía mucho tiempo estar él y yo, sin nadie alrededor. Yo necesitaba volver a sentir a MI Michael, sentir que nada había cambiado. Conversamos de mil cosas, y de ninguna a la vez. Bromeámos, nos peleamos, y siempre nos perdonábamos entre cosquillas y dulces miradas. Aquello era lo que siempre había soñado, desde el primer momento. Cuando decidimos volver, ya estaba empezando a hacer calor, por lo que aligeramos el paso. Me detuve a unos metros de la casa, y miré a mi alrededor. Michael se paró unos pasos por delante de mí, observándome con curiosidad.
-¿Qué ocurre?
-Recuerdo este lugar- comenté divertida.
Él permaneció en silencio, y luego esbozó una sonrisa torcida.
-Sí, yo también. Aquí fue donde me estampaste aquel globo de agua, verdad?
Dejé escapar una carcajada.
-¡Sí...!
-Ahora que lo pienso-susurró él mientras se acercaba a una caja que se encontraba a unos 10 metros de nosotros-nunca tuve mi justa revancha.
-¿Te pareció poca revancha cuando me tiraste al suelo y...?
-Eh, de eso nada- me interrumpió-te caíste tu sola...
-Mentiroso...
Mucho antes de que pudiese darme cuenta, Michael sacó una pistola de agua y me apuntó con ella.
-Michael, ni se te ocurra-le advertí.
Él comenzó a reírse, lo que provocó que me quedara mirándole embobada, y justo en ese momento un chorro de agua me empapó toda la cara.
Me quedé sin reaccionar un par de segundos, mientras escuchaba como Michael se desternillaba de risa. Me sequé el rostro con la manga de mi camiseta y le taladré con la mirada.
-Muy bien. Tú lo has querido.
Michael echó a correr, y yo le seguí como buenamente pude, teniendo en cuenta que mis condiciones físicas eran mucho más pésimas que las suyas. Y evidentemente, y como no podía ser de otra forma, me caí a los cincuenta metros. Intenté ignorar sus carcajadas mientras me levantaba y me sacudía la hierba con toda la dignidad posible. Comencé a caminar sin saber muy bien a dónde me dirigía.
-¿A dónde vas?-le oí preguntar.
-A casa, ya que me has puesto perdida.
-Pero si no es por ahí...
Me giré, para soltarle una contestación ingeniosa, y al verle de repente tan cerca de mí la frase se quedó estancada en la garganta. Puse mis manos en su pecho par apartarle, pero él las sujetó con firmeza. Podía sentir el latir frenético de su corazón, el calor que irradiaba su cuerpo. Le miré a los ojos, y perdí todo atisbo de orgullo y dignidad. Me contempló con dulzura, y como si hubiese adivinado mis pensamientos, me rodeó de nuevo con sus brazos, fundiendo nuestras figuras en un cálido abrazo.
-Cuánto te he echado de menos-susurró cerca de mi oído.
Sonreí y volví a mirarle, y por primera vez en mucho tiempo, vi el reflejo del fuego en sus ojos. ¿Si le besé? Podría haberlo hecho, por supuesto.
Pero algo me decía, que aquel no era el momento, que habría otro más indicado para ello.
Y estaba en lo cierto.